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En unas breves horas puede el vino, en la dulce demencia del festín,
y las arpas, laúdes, las delicadas sedas,
aplacar el amor, como la cólera. ¿Qué queda como presa a la vejez,
qué peor enemigo que este arte
de conservar la vida? El brillo de los mármoles labrados
no ocultará tu muerte. No seremos
dentro de poco ya, ni estos dorados
cortinajes, las vívidas hogueras,
el carmesí arrugado tras la danza
ni el líquido destello de las gemas
en los rubios cabellos, tras el baño.
Proclaman en el llano azul los fresnos
el baño de las ninfas. Un tropel
de centauros te cerca. Todos estos brillantes candeleros y telas
han de prevalecer sobre nosotros, quizá será la muerte
la única certeza que nos ha sido dado alzar sobre la tierra,
escuchad cómo rasga una hoja lentísima los tapices del palio,
cómo se desvanecen esos versos unidos a la música, cómo la proa del Buccentoro,
sumergiendo en el agua los flecos amarillos,
se acerca, con los rojos gallardetes al viento,
mientras flotan sin rumbo cadáveres y rosas.
Guillermo Carnero, Dibujo de la muerte. Obra poética, Cátedra, 1998
I
Aquí es donde vive la serpiente, la sin cuerpo,
Su cabeza es aire. En cada cielo, por la noche,
Debajo de su cola se abren ojos que nos miran.
¿O esto es otro culebrear fuera del huevo,
Otra imagen al final de la caverna,
Otra sin cuerpo para la vieja piel?
Aquí es donde vive la serpiente. Éste es su nido,
Estos campos, estas colinas, estas teñidas distancias,
Y los pinos encima, y a lo largo y al costado del mar.
Esto es forma engullendo lo informe,
Piel relampagueando hacia desapariciones anheladas,
Y el cuerpo de la serpiente relampagueando sin piel.
Ésta es la altura emergiendo y su base
Estas luces pueden finalmente alcanzar un polo
En la semicerrada medianoche y encontrar la serpiente allí,
En otro nido, el amo del laberinto
De cuerpo y aire e imágenes y formas,
Inexorablemente en posesión de la felicidad.
Éste es su veneno: que hemos de desconfiar
Incluso de esto. Sus meditaciones en los helechos,
Cuando se movía tan apenas para estar segura del sol,
Nos hizo no menos seguros. Vimos en su cabeza,
Anillada de negro sobre la roca, el animal moteado,
La hierba móvil, el Indio en su claro del bosque.
I
This is where the serpent lives, the bodiless.
His head is air. Beneath his tip at night,
eyes on and fix on us in every shy.
Or is this another wriggling out of the egg,
Another image at the end of the cave,
Another bodiless for the body´s slough?
This is form gulping after formlessness,
These fields, these hills, these tinted distances,
And the pines above and along and beside the sea.
This is form gulping after formlessness,
Skin flashing to wished-for disappearances
And the serpent body flashing without the skin.
This is the height emerging and its base
These lights may finally attain a pole
In the midmost midnight and find the serpent there,
In another nest, the master of the maze
Of body and air and forms and images,
Relentlessly in possession of happiness.
This is his poison: that we should disbelieve
Even that. His meditations in the ferns,
When he moved so slightly to make sure of sun,
Made us no less as sure. We saw in his head,
Black beaded on the rock, the flecked animal,
The moving grass, the Indian in his glade.
Wallace Stevens, Las Auroras de Otoño y otros poemas, trad. Jenaro Talens, Visor, 2012
Gracias a unas paces
hondas,
esta tierra y tú
se vuelven de nuevo
acordes
como en los solares
desaparecidos
de tu infancia
Cuando eras inmortal.
Cuando eras.
Rafael Cadenas, Sobre abierto, Pre-Textos, 2012