Crecí doblado
sobre un tablero de ajedrez.
Amaba la palabra final.
Todos mis primos parecían preocupados.
Era una casa pequeña
cercana a un cementerio romano.
Aviones y tanques
sacudían los vidrios de sus ventanas.
Un profesor de astronomía jubilado
me enseñó a jugar.
Debe haber sido en 1944.
En el juego que empleábamos,
la pintura casi había saltado
de las piezas negras.
Se había perdido el rey blanco
y tenía que ser reemplazado.
Me dijeron pero no lo creí
que ese verano vería
hombres colgando de los postes del teléfono.
Recuerdo a mi madre
cegándome mucho.
Tenía una forma especial de meter mi cabeza
rápidamente bajo su abrigo.
En ajedrez, también, me dijo el profesor,
los maestros juegan a ciegas,
los mejores en varios tableros
a la vez.
Charles Simic, Prodigio
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Audio del poema
Henri Michaux - A las puertas de la ciudad
Hace 5 horas
2 comentarios:
Maravilloso poema
Así lo siento yo también. Lo prodigioso a ciegas.
Saludos, Blanca
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