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Mis manos son una ciudad, una lira
Y mis manos están ardiendo
Y mi madre toca Corelli
mientras mis manos arden.
My hands are a city, a lyre
And my hands are afire
And my mother plays Corelli
while my hands burn
Gregory Corso, en Gasolina y otros poemas, trad. Diego A. Manrique, Producciones Editoriales, 1980
Estoy de pie en el día que arde y
veo tu rostro al fondo.
¿A quién amás ahora que amaste?
A veces
volvés en una foto angosta
y repaso cómo soñabas
en los fierros de la compasión.
No sé llegar a la isla
del tamaño de tus cenizas.
La muerte sin avisar no tiene
la protección que
se hace con las lágrimas.
Cruza la noche y
apaga rostros.
Juan Gelman, País que fue será, Visor, 2004
No es posible que al fin el milagro no estalle
He sido demasiado castigado
Me he atormentado demasiado en el mundo
He trabajado demasiado para ser puro y fuerte
He perseguido demasiado al mal
He buscado demasiado tener un cuerpo limpio
Il n'est plus possible que le miracle n'eclate pas.
J'ai été trop supplicié.
Je me suis trop ennuyé au monde.
J'ai trop travaillé à être pur et fort.
J'ai trop pourchassé le mal.
J'ai trop cherché à avoir un corps prope
Antonin Artaud
Yo conozco el envés de los metales
la frente que aprieta las monedas
para dañar el dolor. Ahora
no sirve ya ningún giro.
Ininterrumpida la ceniza queda
en las muñecas deja intacta las espinas
las seis bayas invernales.
Donde yo no llego es quietud
la hierba que adensa su sien rayada.
Abajo todo sigue
en el suelo recomienza
la caza nocturna
el estallido de los pájaros
su cabeza partida, el espejo movido deprisa.
La captura.
Io conosco il rovescio dei metalli
la fronte che preme le monete
per colpire il dolore. Ora
non serve più nessun giro.
Ininterrotta la cenere resta
sui polsi lascia intatte le spine
le seis bacche invernali.
Dove io non arrivo è quiete
l'erba che addensa la sua tempia rigata.
In basso tutto continua
sul pavimento ricomincia
la caccia notturna
lo schianto degli uccelli
la loro testa divisa lo specchio mosso in fretta.
La cattura.
Antonella Anedda, de Residencias invernales, trad. Emilio Coco, Igitur, 2005
HADA, s. Criatura diversamente conformada y dotada, que habitaba antiguamente en praderas y bosques. Era nocturnal en sus costumbres y algo aficionada a la danza y al robo de niños. Actualmente, los naturalistas las consideran extinguidas a las hadas, aunque un clérigo de la Iglesia Anglicana vio tres cerca de Colchester en 1855, mientras atravesaba un parque, después de cenar con el señor del castillo. La visión le sorprendió mucho, y lo dejó tan alterado que su narración de la historia era incoherente. En el año 1807, un grupo de hadas visitó un bosque cercano a Aix y se llevó a la hija de un campesino, a la que se había visto internarse en el bosque con un hato de ropas. El hijo de un adinerado bourgeois desapareció hacia la misma época, pero regresó después: había presenciado el secuestro y persiguió a las hadas. Justian Gaux, un escritor del siglo XIV, asegura que el poder de transformación de las hadas es tan grande que él pudo ver cómo una de ellas se convertía en dos ejércitos enemigos que libraban una sangrienta batalla; al día siguiente, cuando el hada reasumió su forma original y desapareción, quedaron en el campo setecientos cadáveres que los aldeanos tuvieron que enterrar. Gaux no informa si alguno de los heridos se recuperó. En tiempos de Enrique III de Inglaterra, se decretó por ley la pena de muerte para quien "matare, hiriere o estropeare" a un hada; la ley fue universalmente respetada.
PERRO, s. Especie de Deidad adicional o subsidiaria, destinada a recibir los excedentes y sobrantes de la religiosidad del mundo. Este Ser Divino, en algunas de sus encarnaciones más diminutas y lanudas, ocupa en el amor de la Mujer un lugar al que ningún macho humano podrá aspirar. El perro es una supervivencia, un anacronismo: no trabaja ni hila, pero consigue lo que no consiguió ni Salomón, en toda su gloria: yace el día entero sobre una estera, tostándose al sol y engordando, mientras su amo se afana para obtener con qué pagar un lánguido meneo de su cola salomónica, sazonado con una mirada de tolerante reconocimiento.
Ambrose Bierce, El Diccionario del Diablo, trad. Eduardo Stilman, Valdemar, 2004