skip to main |
skip to sidebar
Alguna vez debería decir cómo he cambiado
De opinión sobre la poesía y cómo es
Que hoy día me consedere uno de tantos
Mercaderes y artesanos del Imperio del Japón
Que componen poemas sobre los cerezos en flor,
Los crisantemos y sobre la luna llena.
Si pudiera describir cómo las cortesanas
Venecianas en el patio encrespan a los pavos reales
Con una vara y liberar de la tela sedosa, del cinto
Perlado sus pesados pechos, la marca rojiza
En sus vientres por los broches de los vestidos,
Así como lo vio al menos el comandante de los galeones
Que llegaron aquella mañana con cargamentos de oro;
Y si pudiera encerrar también sus pobres huesos, sepultados
En el cementerio donde el grasiento mar lame la puerta,
En una palabra más fuerte que el último peine
Que espera a la luz, solo, pudriéndose bajo la losa,
Entonces no dudaría. De una materia resistente
¿Qué sepuede obtener? Nada, como mucho la belleza.
Y entonces nos debería bastar los cerezos en flor
Y los crisantemos, y la luna llena.
Czeslaw Milosz, Tierra inalcanzable. Antología poética, trad. Xavier Farré, Galaxia Gutenberg
Mi cabeza no humana se asoma a la ventana;
con ojos de dragón veo pasar los hombres,
con boca de volcán asisto a un resplandor de crepúsculo,
con manos minerales y cuerpo de cristal retorcido
estoy en una casa humana.
Juan Eduardo Cirlot, Del no mundo, Siruela, 2008
El triunfo de la muerte, Pieter Brueghel el Viejo
(...) Pero aún hay más. La propia naturaleza nos da la mano para animarnos. Cuando se trata de una muerte rápida y violenta, nos falta tiempo para temerla; si es más larga, advierto que a medida que avanza la enfermedad, desdeño más la vida. Encuentro que esta clase de pensamientos deben tenerse cuando nos sentimos llenos de salud, mejor que cuando nos domina la fiebre. Puesto que así veo la muerte con menos horror, y espero que cuanto más viejo sea, más me resignaré a no disfrutar de la vida, haciéndome la correspondiente composición de lugar. En muchas circunstancias he tenido ocasión de experimentar la dicho por César, cuando afirmaba que las cosas nos parecen más grandes de lejos que de cerca y, por tanto, en plena salud, he tenido más miedo a las enfermedades pensando en ellas que sufriéndolas. La alegría que me domina, el placer y la salud, me muestran lo contrario tan desproporcionado, que mi fantasía multiplica por lo menos el mal, el cual encuentro cosa más grave cuando me siento malo que cuando lo tengo sobre mis espaldas.
Michel de Montaigne, Ensayos, Edaf
(...)
-Sabed, pues, que habéis procedido muy mal. ¿Y visteis el grial?
-Sí, muy bien.
-¿Y quién lo llevaba?
-Una doncella.
-¿Y de dónde venía?
-De una cámara.
-¿Iba alguien delante del grial?
-Sí.
-¿Quién?
-Sólo dos pajes.
-¿Y qué llevaban en las manos?
-Candelabros llenos de candelas.
-¿Y quién venía después del grial?
-Otra doncella.
-¿Y qué llevaba?
-Un pequeño plato de plata.
-¿Preguntasteis a la gente adónde iban de este modo?
-Nunca me salió de mi boca.
-Peor que peor, válgame Dios. ¿Cómo os llamáis, amigo?
Y él, que no sabía su nombre, lo adivina y dice que se llamaba Perceval el Galés, y no sabe si dice verdad o no; pero decía la verdad, y no lo sabía. Y cuando la doncella lo oyó, se puso en pie ante él y le dijo como encolerizada:
-Tu nombre ha cambiado, buen amigo.
Chrétien de Troyes, Li contes del graal, por Martín de Riquer, El Acantilado,2003
Cruzo sobre invisibles arrecifes.
Anacreonte, Líricos griegos arcaicos, Juan Ferraté, Seix Barral, 1968