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Todo poema tiene un tema sólo:
cómo dice otra cosa la palabra.
Ciego y sereno vive el gavilán
en la tiniebla de palabras últimas.
Yo pisaba estas calles en los años
en que mi juventud fue loba muerta,
pero eran irrealizables, no trazadas
todavía, o trazadas e insepultas.
Me miraban con ojos de pintura
o de fotografía incandescente
aquellas calles hoy borrosas, claras,
al mismo tiempo nítidas y angostas:
están en el pasado y hoy las cruzo,
voy en pos de mí mismo ensabanándome.
Todo es un pacto de irrealidad:
la serenata del rosal del tiempo.
Al doblar esta esquina, me veré desdoblado
como en el almacén La Rinascente
una tarde en Turín hecha de yeso
en la grissalla oscura de los pórticos.
(Recordé entonces que era carnaval,
al ver luces en nieve de febrero.)
Perseguidores del perseguidor,
nos acechamos porche a porche, esquina
a esquina, zigzagueo de mercurio
que escapa entre las manos, edad mía.
Como gárgola en piazza Solferino,
me mira mi carátula de ayer.
Haber llegado al cabo de la calle:
la luna pudo detenerse al fin.
Un mosaico de voces el poema:
son todos los poemas una voz
que murmura palabras maquilladas,
el rimmel descorrido y afónica la luz,
el oleaje que, al venir, se va.
La predela de Urbino es la palabra
clausuradora de Paolo Uccello:
sombras de azogue, luz endemoniada
en el bozal del aire que llamea.
Pero no es muralla la predela;
la palabra absoluta de la alhaja,
el encerado de la claridad.
Pere Gimferrer, Alma Venus, Seix Barral, 2012
2 comentarios:
Magnífico poema que avanza en espiral y despliega sus alas-palabras como si fuera un conjuro para invocar la voz que siempre dice otra cosa.
Me encantó.
Abrazos, Durandarte
Sí, estimada Ana.
Esos dos primeros versos dominan y, a la vez, dan vuelo a todo el poema. Son extraordinarios.
Abrazos.
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