sábado, 16 de febrero de 2008

Walther von der Vogelweide





¿A dónde han huido mis años?

I
¿A dónde han huido mis años?
¿Soñé mi vida o fue verdad?
¿Lo que creí que fue, existió?
No sé cuánto tiempo he dormido.
Ahora me he despertado y desconozco
todo lo que antes conocía como mi propia mano.
Las gentes y las tierras donde me crié desde niño
me resultan extrañas, como una ilusión.
A mis compañeros de juego los veo lentos y viejos;
el campo es distinto y el bosque ha cambiado:
sólo el agua va por donde iba antes.
En verdad podría decir que es una gran desgracia.
Me retira el saludo el que antes me conocía.
El mundo está en todas partes lleno de hostilidad.
¡Cuando pienso en algunos días felices,
que han pasado por mí como una tromba de agua!
Cada vez más, ¡ay!

II
¡Ay, qué lamentablemente actúan los jóvenes!
Los pocos que se arrepienten de corazón
tienen ahora motivo para preocuparse: ¿por qué obran así?
He dado la vuelta al mundo, nadie está contento:
bailar, reír, cantar terminan con las preocupaciones.
Nunca se vio multitud que causara tanta pena.
Fíjate en los tocados de las damas;
los caballeros llevan, orgullosos, trajes de villanos;
aquí nos llegan cartas inquietantes de Roma,
se nos permite lamentarnos y nos quitan la alegría.
Esto me afecta en el corazón (¡vivíamos tan a gusto!),
a los pájaros silvestres aflige nuestra tristeza;
¿qué tiene de maravilloso si me desespero?
¿Qué digo, tonto de mí, impulsado por la cólera?
Quien sigue la alegría aquí, la perderá en el cielo.
Siempre más ¡ay!

III
¡Ay, cómo se nos ha engañado con dulces prendas!
Veo flotar las amarguras en medio de las mieles.
Por fuera, el mundo es bello, blanco, verde y rojo
y por dentro de color negro, oscuro como la muerte.
Cuando por fin haya recuperado el consuelo,
habrá sido con débiles remedios frente a grandes calamidades.
Pensad bien en esto, caballeros, pues es cosa vuestra:
lleváis relucientes yelmos; algunos, duras mallas;
y todos, fuertes escudos y espadas bendecidas.
¡Quisiera Dios que mi valor fuera victorioso!
Así querría yo poder servir al hombre necesitado
y no me refiero a la tierra ni al oro de los señores:
yo mismo quisiera llevar corona eterna,
que el mesnadero le gustaría lograr con fuerte lanza.
Me gustaría hacer las expediciones por el mar
y entonces cantar "¡Afortunado!" y nunca más "¡Ay, desgraciado!"
y nunca más "¡Ay, desgraciado!"


Walther von der Vogelweide (minnesinger, 1170-1230), en Poesía de Trovadores, Trouvères y Minnesinger, Carlos Alvar.

2 comentarios:

karmen blázquez dijo...

Me contengo las exclamaciones porque luego suenan ridículas, pero eso es lo que hago, exclamar al declamar esta verdadera, eterna y sencilla reflexión, lamento, melancolía, sustrato de las profundidades del hombre en el tiempo furtivo,
Gracias, y mil gracias te cubran Durandarte, por glosar a este poeta, por supuesto desconocido para mí, Walther el del prado de los pájaros, y el pasto, el pasto de los pájaros también,
"Esto me afecta en el corazón (¡vivíamos tan a gusto!),
a los pájaros silvestres aflige nuestra tristeza;"

Gracias de nuevo
Salud Os
k

Durandarte dijo...

Karmen, apenas conozco media docena de poemas de este singular Minnesänger. Esta elegía es mi favorito. Me recuerda muchísimo a las Coplas manriqueñas, con toda su carga de dolor, de perplejo desconsuelo al sufrir la quemadura de lo fugaz. El poeta despierta y las gentes y tierras le resultan extrañas, sus compañeros de juego han envejecido y sólo el agua va por donde solía...

P.