skip to main |
skip to sidebar
Pero en la espumosa confusión de los adversarios que se debatían mezclados, los tiradores no siempre daban en el blanco: esto reveló otro aspecto de la increíble voracidad del enemigo. Los tiburones no sólo se mordían ferozmente las vísceras colgantes unos a otros, sino que se doblaban como arcos flexibles y se mordían a sí mismos, de modo que al fin esas entrañas parecían tragadas una y otra vez por la misma boca para ser arrojadas por la herida abierta en el lado opuesto. Y esto no era todo. Era peligroso mezclarse con los cadáveres y los espectros de esos seres. En sus huesos y articulaciones parecía esconderse una especie de vitalidad genérica o panteísta, aun después de extinguirse lo que podríamos llamar la vida individual. Muerto e izado a bordo para quitarle la piel, uno de esos tiburones estuvo a punto de arrancar una mano al pobre Queequeg, cuando éste trató de bajar el belfo muerto sobre la quijada asesina.
Herman Melville, Moby Dick, Mondadori, 2003
4 comentarios:
Me gusta mucho tu visión del eterno ouroboros que nos muestras en este párrafo mítico. No, el mito no nos abandona, sólo hay que saberlo ver como tú has hecho; intuyo que para lectores como tú escribía Melville.
Gracias Durandarte
abrazo
k
Dependiendo de como nos interpelen, nos llamamos Ismael 0 nos llamamos Bartleby.
Un abrazo, Karmen
El fragmento que muestras es toda una mística atroz, esa "vitalidad genérica o panteísta" , la contundencia de la naturaleza , que se devora y se pare a si misma. De nuevo la imagen numinosa del ouroboros casi nos arranca una mano...
tu saber ver ya es un interpelar
un fuerte abrazo,
anamaría
Ismael igual nos ilustra sobre biología marina que sobre las tinieblas del espíritu. Por supuesto, también se asoma con lucidez a lo terrible, a lo que certeramente denominas "mística atroz". Hace unas horas terminaba "La carretera", de Cormac McCarthy, y allí estaban también lo terrible en su grado óptimo de pureza.
Saludos, ana
Publicar un comentario