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CASIO.- Entonces, Bruto, he interpretado mal la índole de vuestras reservas, y ésta es la causa de que ocultara en mi seno pensamientos de la mayor importancia, dignos de meditarse. Decidme, querido Bruto: ¿podeís veros la cara?
BRUTO.- No es posible, Casio, porque los ojos no pueden verse a sí mismos sino por refracción, o sea mediante otros objetos.
CASIO.- Justamente, y es muy lamentable, Bruto, que no tengáis espejos que reflejen vuestro oculto valer ante vuestras miradas, a fin de que pudierais contemplar vuestra imagen. (...)
William Shakespeare, Julio César, Obras Completas, trad. Luis Astrana Marín, Aguilar, 2003
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