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Eres tan maldito que ni te obligué llamándote pió ni benévolo ni benigno lector en los demás discursos, para que no me persiguieses; y ya desengañado quiero hablar contigo claramente. Este discurso es el infierno. No me arguyas de maldiciente porque digo mal de los que hay en él, pues no es posible que haya dentro nadie que bueno sea. Si te parece largo, en tu mano está: toma el infierno que te bastare y calla. Si algo no te pareciere bien, o lo disimulas piadoso o lo enmiendas docto; que errar es de hombres, y el ser herrado, de bestia o esclavo. Si fuere oscuro, nunca el infierno fue claro; si triste y melancólico, yo no he prometido risa. Sólo te pido, lector, o te conjuro por todos los prólogos, que no tuerzas las razones ni ofendas con malicia mi buen celo. Pues lo primero guardo el decoro a las personas, y sólo reprendo los vicios, murmuro los descuidos y demasías de malos oficiales, sin tocar en la pureza de los oficios: y al fin si te agradare el discurso, tú te holgarás, y si no, poco importa, que a mí ni de ti ni de él se me da nada. Vale.Francisco de Quevedo, Infierno, en Sueños y discursos, Unidad Editorial, 1999
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