sábado, 28 de noviembre de 2009

Kwaidan - Masaki Kobayashi




Masaki Kobayashi, Kwaidan (El más allá) (1964)

José Luis Rey - La nueva vida de Ezra







La luz sólo habla griego.
Tú los sabías, ¿verdad?
Sentado allí, en el ágora,
a la hora en que el guiso se extiende sobre el cielo
igual que los antiguos maestros reducían
lejanías al blanco.
Pensar en Grecia es toda nuestra luz.
Ya no dirán tu nombre en sitios ordinarios.
Sí, tenemos amigos, pero no mayordomo.
Tú portabas países en tu mano de arena,
leyes tejidas por la luna bárbara. Creciste en solitarios edificios,
donde el aire movido por las túnicas
era el único juez.
Y no las letras chinas del poniente,
sino el griego primero del ardor.
Las primeras palabras son la vida.
Así amanecía sobre todos nosotros.
Trovadores amigos que recorréis las rutas
del mundo viejo y noble,
caminando en la muerte o en verano,
criollos de la tierra.
Vuestras lenguas, acaso
¿se abrirían al alba, rechinando las puertas
con aquel esplendor?
Y las muchachas de grandes pechos como estrellas diurnas
y el gong rizado del agua,
la proa rompiendo la luz.
Él hablaba y aquello
brillaba antes de ser sólo piedra caída
entre las zarzas llenas de lagartos.
Los autobuses suben cada día
donde ya nada queda.
Y el padre, que ahora vive entre tantas gaviotas,
ha aprendido el silencio.
Nuestro callar es otro Partenón.
Acaso es triste así.
Pero creo en los peces,
yo creo en la mañana,
en la resurrección del alfabeto.

José Luis Rey, La familia nórdica, Visor

Juan Carlos Mestre - El mensajero de los astros






Dios para los que cantan en el pájaro.
Dios para los que tienen siete labios.

JUAN EDUARDO CIRLOT

Y sin embargo yo, Galileo Galilei, músico con vocación, he oído las moscas de la eternidad alrededor de cuanto aún es posible contar con los dedos. Tengo razones para pensar que el alma es una bola de plomo que oscila en el temor como sombra de un péndulo. Tuve motivos sin haberlos soñado. Imaginé la edad del hexágono, oí su vibración bajo los ojos de Homero. Conozco la fórmula de la nieve, en cada sótano de su geometría he alimentado una lámpara. Yo Galilei, arrodillado antes las estrellas del gorro de Merlín, abjuro de haber cavado en la realidad hasta hallar la mortaja a la novia de las serpientes. Dejo la hipótesis de mis únicos bienes al campesino de las matemáticas. Reniego de los carbones etruscos donde enciende su reino la sonrisa de cuantos permanecieron sordos. He sembrado mi falsedad en el colegio de la muerte. No hay sin embargo que valga. Quede para Guiulia Ammannati di Pescia, mi madre, la voz que maldigo, y el gesto de la torre de Pisa.

Juan Carlos Mestre, La casa roja, Calambur

sábado, 21 de noviembre de 2009

El general Della Rovere - Roberto Rossellini



Roberto Rossellini, El general Della Rovere (1959)

Píndaro






¡Seres de un día! ¿Qué es cada uno? ¿Qué no es?
El hombre es el sueño de una sombra.
Mas cuando llega el don divino de la gloria,
se posa sobre los hombres un luminoso resplandor y una existencia grata.
Egina, madre querida, guía a esta ciudad
con el rumbo de la libertad, en compañía de Zeus y del poderoso Éaco,
de Pelo, del admirable Telamón y de Aquiles.

Píndaro, Pítica VIII, en Obra completa
Edición de Emilio Suárez de la Torre, Cátedra

Eugenio Montale







Al escribir mi primer libro, obedecía a una necesidad de expresión musical. Quería que mis palabras fueran más adherentes que las de los otros poetas que había conocido. ¿Más adherentes a qué? Tenía la sensación de vivir bajo una campana de vidrio y, sin embargo, sentía que estaba cerca de algo esencial. Un velo muy fino, tan sólo un hilo me separaba de quid definitivo. La expresión absoluta habría sido la rotura de ese velo, de ese hilo: una explosión, el fin del engaño del mundo como representación. Pero se trataba de un límite inalcanzable. Y mi voluntad de adherencia seguía siendo musical, instintiva, no programática.

Eugenio Montale, del prólogo de Poesía completa, Galaxia Gutenberg

sábado, 14 de noviembre de 2009

Saint-John Perse






II
Quise a un caballo -¿cuál era?- y me miró de cara, bajo sus mechones.
Los agujeros vivos de sus ollares eran dos cosas bellas de ver -junto a
ese agujero vivo que se dilata por encima de cada ojo.
Cuando había corrido, sudaba: ¡era todo brillo! -y yo prensaba las lunas
de sus costillares bajo mis rodillas de niño...
Quise a un caballo -¿cuál era?- y a veces (pues un animal sabe muy bien
qué fuerzas nos envanecen)
levantaba a sus dioses una cabeza de bronce: resoplante,
surcada de un peciolo de venas.

Saint-John Perse, Pájaros y otros poemas
Versión de Manuel Álvarez Ortega, Visor

Salomón y Saba (Escena nupcial) - Blanca Andreu






La primera vez que entré con él en un dormitorio, me acarició
el pelo y me dijo:
-Tienes el pelo de cabra.
Y yo respondí:
-No. Lo que debes decir es: "Tu melena, cual rebaño de cabras
que ondulan en el monte Gallaad".
Entonces me besó.
Después me dijo:
-Qué bella eres.
Y yo respondí:
-No. Lo que debes decir es: "Toda hermosa eres, amada mía.
No hay tacha en ti".
Entonces me besó otra vez.
Luego añadió:
-El Cantar de los Cantares está lleno de liebrecillas.
Entonces lo besé yo a él.

Blanca Andreu, La tierra transparente, Sial ediciones

sábado, 7 de noviembre de 2009

Carmilla







-¿Por qué a vuestro padre le gusta asustarnos? -dijo la joven suspirando y estremeciéndose un poco.
-No le gusta, querida Carmilla. Nada más lejos de su intención.
-Querida, no estaréis asustada, ¿verdad?
-Lo estaría, y mucho, si creyera que existe algún peligro real de ser atacada como esas infelices.
-¿Os asusta morir?
-Sí, como a todo el mundo.
-Pero morir como mueren los amantes... Morir juntos para luego poder vivir en compañía. Las muchachas son como orugas mientras viven en este mundo, y finalmente se convierten en mariposas cuando llega el verano. Pero mientras tanto son gusanos y larvas, ¿no creéis?, cada cual con sus peculiares inclinaciones, necesidades y constitución.

Joseph Sheridan Le Fanu, Carmilla, Valdemar

Roman de la Rose - El sueño






Hay muchas personas que dicen que en sueños
todo es una fábula, todo una mentira;
no obstante, sucede que pueden soñarse
cosas que no son nada fabulosas
sino que, al contrario, son muy verdaderas.
Y así yo podría traer de testigo
a un autor famoso llamado Macrobio,
que nunca a los sueños tuvo por quimeras
y que describió aquella visión
que le sucedió al rey Escipión.
Así, todo aquel que piense o que diga
que sea una broma o cosa de locos
creer que los sueños son tan verdaderos,
quien esto sostenga, que me llame loco.
Pues en cuanto a mí, estoy convencido
de que nos revela el significado
del bien y del mal que ocurre a la gente;
pues muchísimas personas sueñan por la noche
muchísimas cosas que entender no pueden,
pero que después se ven perfectamente.

Guillaume de Lorris y Jean de Meun, Roman de la Rose
Cátedra, traducción de Juan Victorio