martes, 29 de enero de 2008

Detour




Detour (1945), Edgar G. Ulmer

Seamus Heaney - The Underground





EL METRO

Ahí estábamos corriendo por los túneles abovedados,
tú deprisa delante, con tu abrigo de estreno
y yo, yo entonces como un dios velocísimo ganándote
terreno antes de que te conviertas en un junco

o alguna nueva flor blanca salpicada de rojo
mientras el abrigo batía salvajemente y botón tras botón
saltaba y caían, dejando un rastro
entre el metro y el Albert Hall.

De luna de miel, luneando, ya tarde para el Baile de Promoción,
nuestros ecos mueren en ese corredor y ahora
vengo como lo hizo Hansel sobre las piedras iluminadas por la luna
recorriendo el sendero nuevo, recogiendo botones

para acabar en una estación con corrientes de aire y luz de lámparas
cuando los trenes ya se han ido, las vías húmedas
desnudas y tensas como yo, todo atención
por si tus pasos me siguen, pero antes muerto que mirar atrás.


Seamus Heaney, de Campo abierto


THE UNDERGROUND

There we were in the vaulted tunnel running,
You in your going-away coat speeding ahead
And me, me then like a fleet god gaining
Upon you before you turned to a reed

Or some new white flower japped with crimson
As the coat flapped wild and button after button
Sprang off and fell in a trail
Between the Underground and the Albert Hall.

Honeymooning, mooning around, late for the Proms,
Our echoes die in that corridor and now
I come as Hansel came on the moonlit stones
Retracing the path back, lifting the buttons

To end up in a draughty lamplit station
After the trains have gone, the wet track
Bared and tensed as I am, all attention
For your step following and damned if I look back.

sábado, 26 de enero de 2008

El arca rusa - Alexander Sokurov



El arca rusa (2002), Alexander Sokurov

Andrés Sánchez Robayna - El nombre de Virgilio






El nombre de Virgilio


En los muros, las páginas del tiempo,
vuelve a escribir el nombre de Virgilio.

... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ...

El polvo llega hasta tus ojos ciegos.
Los latidos del mar son tus latidos.

En este mismo instante silencioso
las muchachas conversan en el atrio,

corren alegres entre las columnas.
Desparecen en un parpadeo.

Viste alzarse el tobillo en la carrera,
desprenderse la túnica amarilla

en medio del calor (la tarde gira
sobre sí misma en aquel cuarto en sombras),

la mentira y la muerte en la sonrisa
del senador, la amarillez del cínico,

la hoja vibrátil en la luz de agosto,
las formas monstruosas de las nubes

antes de la traición, la garza, el chopo
ligero de la mañana de noviembre,

y otra vez aquel cuerpo que brillaba
entre las olas imperecederas,

el sol de nuevo sobre las colinas,
el tiempo del horror y de la sangre.

Dijiste: el polvo reina, el polvo sobre
el reino del amor y la ceniza.

Cruzan cigarras pero ya tus ojos
se van tras los racimos transparentes,

tras la viña tomada por el polvo,
el oro, el sol que brilla entre los siglos.

Todo tiempo es un tiempo de terror
y de esplendor. Los signos en el muro

dicen el nombre de Virgilio. El tiempo
se ha detenido para ver su obra.

... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ...

Abre los ojos. Ya no existe el nombre
que escribiste con mano temblorosa.

Sobre tu sueño nada sabes. Sólo
el sol, el tiempo, el nombre de Virgilio.


Andrés Sánchez Robayna, de Poemas

jueves, 24 de enero de 2008

Hiroshima, mon amour




Hiroshima, mon amour (1959), Alain Resnais

Tirant lo Blanc






Tirante tenía la mano sobre el vientre de la princesa, y Placerdemivida tenía la mano sobre la cabeza de Tirante, y cuando notaba que la princesa se dormía, aflojaba la mano y entonces Tirante tocaba a su gusto, y cuando iba a despertarse apretaba la cabeza de Tirante y éste se estaba quieto. Con este entretenimiento se pasaron más de una hora , y él no cesaba de tocarla. Cuando Placerdemivida comprendió que ella estaba bien dormida, aflojó el todo la mano de Tirante, y él, con cuidado, intentó dar fin a su deseo; pero la princesa empezó a despertarse y, medio dormida, dijo:

–¿Pero, qué haces desventurada? ¿No me puedes dejar dormir? ¿Te has vuelto loca que quieres intentar lo que es contra tu naturaleza?



Joanot Martorell, Tirant lo Blanc

miércoles, 16 de enero de 2008

Sanxia haoren - Jia Zhangke




Sanxia haoren (Naturaleza muerta, 2006), Jia Zhangke

El hombre sin atributos - Robert Musil





Bien mirado, quedan sólo los problemas lógicos de la interpretación, por ejemplo, si tal o cual acción está bajo la vigilancia de este o de aquel mandamiento, y el espíritu ofrece el aspecto tranquilo de un campo de batalla donde yacen inmóviles los muertos y se advierten sin esfuerzo los restos de vida que gimen o se levantan. Por eso el hombre acelera el paso cuando puedo. Si le atormentan crisis de fe, como sucede a veces en la juventud, se hace perseguidor de infieles; si le incomoda el amor, lo transforma en matrimonio; y si se le arrebata el entusiasmo por alguna cosa, se sustrae a la imposibilidad de vivir permanentemente en su fuego, comenzando así a vivir para ese fuego. Esto significa que rellena los muchos momentos de su día –cada uno de los cuales exige un contenido y un estímulo– no con el estado ideal, sino con la actividad necesaria para alcanzar su ideal, o sea, con los muchos medios, obstáculos e incidentes que le dan plena garantía de no tener más necesidad de alcanzarlos. Porque sólo lo locos, los desequilibrados y los maniáticos pueden resistir largo tiempo al fuego del entusiasmo; el hombre sano debe contentarse con declarar que, sin una chispa de este misterioso fuego, la vida no vale la pena vivirse.

(Robert Musil, El hombre sin atributos)


sábado, 12 de enero de 2008

Leni Riefenstahl - Das blaue licht



Das blaue licht (1932), Leni Riefenstahl

Anacreonte - El rechazo de la vejez





De nuevo me arroja su pelota purpúrea
Amor, el de áurea cabellera,
para invitarme a juguetear
con la muchacha de coloreadas sandalias.
Pero ella (como procede de Lesbos
fortificada) mi cabellera desprecia,
pues está ya encanecida,
y hacia otra dirige su boca abierta.

Anacreonte

Carta de Elisabeth Costello, Lady Chandos, a Francis Bacon





(...)Todo es alegoría, dice mi Philip. Todas las criaturas son cruciales para todas las demás criaturas. Un perro sentado al sol y lamiéndose, dice, se convierte en un momento dado en receptáculo de una revelación. Y tal vez dice la verdad, tal vez en la muerte de nuestro Creador ("nuestro creador", digo), donde nos revolvemos como si estuviéramos en el canal de un molino, nos entremezclamos con miles de otras criaturas. Pero ¿cómo, le pregunto a usted, puedo vivir con ratas y perros y escarabajos correteando por mi piel día y noche, ahogándome y boqueando, rascándome, tirando de mí, apremiándome cada vez más para llegar a la revelación...? ¿Cómo? "No estamos hechos para la revelación -quiero gritar-. Ni yo ni tú, mi Philip", una revelación que te quema los ojos como cuando miras al sol.
¡Sálveme, querido señor y salve a mi marido! ¡Escriba! Dígale que todavía no ha llegado el momento, el momento de los gigantes y el momento de los ángeles. Dígale que todavía estamos en la época de las pulgas. Las palabras ya no llegan a él, tiemblan y se rompen, es como si ("como si", digo) estuviera protegido por un escudo de cristal. Pero a las pulgas las entenderá, las pulgas y los escarabajos todavía atraviesan su cristal, y las ratas también. Y a veces yo, su mujer –sí, señor mío–, a veces también yo consigo atravesarlo con sigilo. "Presencias del infinito", nos llama, y dice que le provocamos escalofríos. Y ciertamente yo he sentido esos escalofríos, en medio de mis éxtasis los he sentido, hasta el punto de no saber ya si eran de él o eran míos.
"Ni el latín –dice mi Philip (he copiado las palabras)–, ni el latín ni el inglés ni el español ni el italiano pueden transmitir las palabras de mi revelación." Y es cierto, hasta yo que soy su sombra lo sé cuando estoy en pleno éxtasis. Y aun así él le escribe a usted, igual que le escribo yo, pues es usted conocido entre todos los hombres por elegir sus palabras y ponerlas en el lugar correcto y por construir sus juicios igual que un albañil construye una pared con ladrillos. Mientras nos ahogamos, escribimos sobre nuestros destinos separados. Sálvenos.
Su obediente sierva,

ELIZABETH C.,
a ll de septiembre, Anno Domini 1603

J. M. Coetzee, Elizabeth Costello

jueves, 10 de enero de 2008

Kiss of death



Kiss of death (1947), Henry Hathaway

El barón rampante

-¿Adónde vas?
Lo veíamos por la puerta de cristales mientras en el vestíbulo cogía su tricornio y su espadín.
-¡Yo lo sé! -corrió al jardín.
Al rato, por las ventanas, lo vimos trepar al acebo. Estaba vestido y peinado con toda propiedad, como nuestro padre quería que viniera a la mesa, a pesar de sus doce años: cabellos empolvados con lazo en la coleta, tricornio, corbata de encaje, frac verde con faldones, calzones de color malva, espadín, y altas polainas de piel blanca hasta medio muslo, única concesión a un modo de vestir más acorde con nuestra vida campesina. (Yo, como sólo tenía ocho años, estaba exento de empolvarme el cabello, salvo en las ocasiones de gala, y del espadín, que en cambio me habría gustado llevar.) Y así subía al nudoso árbol, moviendo brazos y piernas por las ramas con la seguridad y la rapidez que procedían de las largas prácticas que habíamos hecho juntos.

Italo Calvino, El barón rampante (fragmento)

Stefan George





El canto escucha los fuegos.
En la rodilla reposa mi rostro,
gozando temeroso tu calor.

Su rojo audaz y llameante
ahora vedará tu vecindad.
Soy en el cielo esclavo del dolor.

Mano piadosa en mis cabellos,
única recompensa. Volveré
a ser esclavo de tu fiero orgullo.

¿Cómo los fieles que en la aurora
contemplan detenidos en el ángelus
una virgen ebúrnea y hermosísima?

Stefan George, de Peregrinajes


jueves, 3 de enero de 2008

Berceuse sur le nom de Gabriel Fauré - Ravel




Maurice Ravel, Berceuse sur le nom de Gabriel Fauré, Oleg Kagan (violín)

Anábasis - Saint-John Perse





II

En los países concurridos se dan los más grandes silencios, en los países frecuentados por saltamontes a mediodía.

Marcho, vosotros marcháis por un país de altas pendientes de toronjiles, donde ponen a secar la colada de los Grandes.
Franqueamos la ropa de la Reina, toda de encaje con dos bandas color trigueño (¡ah, el ácido cuerpo de mujer cómo mancha la ropa en el lugar preciso de la axila!).
Franqueamos la ropa de Su hija, toda de encaje con dos bandas de color vivoah, la lengua del lagarto cómo captura hormigas en el lugar preciso de la axila!).
Y puede que no se acabe el día sin que un mismo hombre se consuma por una mujer o su hija.
Sabia risa de los muertos, ¡que nos pelen esas frutas!... Y que, ¿ya no hay más gracia en este mundo bajo la rosa salvaje?
De este lado del mundo viene un gran mal violeta sobre las aguas. El viento se levanta. Viento de mar. Y la colada vuela como un sacerdote hecho pedazos...

Saint-John Perse, de Anábasis