sábado, 31 de diciembre de 2011

Louise Glück - Maitines

                   
                                  
                                 
                           
                           

¿Quieres saber cómo paso mi tiempo?
Camino por el prado de enfrente, fingiendo
deshierbar. Deberías saberlo,
jamás deshierbo de rodillas, ni arranco
manojos de tréboles: en realidad, espero
algo de coraje, alguna evidencia
de que mi vida cambiará, aunque
me lleve siglos buscar
en cada manojo la simbólica
hoja. Pronto acabará el verano, ya
las hojas empiezan a cambiar, las de los árboles
enfermos van primero, la muerte las transforma
en un brillante amarillo, y un puñado de aves oscuras
anuncian su toque de queda musical.
¿Quieres ver mis manos? Tan vacías
como en la nota primera.
¿O se trataba tan sólo de seguir adelante
siempre, sin ninguna señal?



MATINS




You want to know how I spend my time?
I walk the front lawn, pretending
to be weeding. You ought to know
I'm never weeding, on my knees, pulling
clumps of clover from the flower beds: in fact
I'm looking for courage, for some evidence
my life will change, though
i takes forever, checking
cach clump for the symbolic
leaf, and soon the summer is ending, already
the leaves turning, always the sick trees
going first, the dying turning
brilliant yellow, while a few dark birds perform
their curfew of music. You want to see my hands?
As empty now as at the first note.
Or was the point always
to continue without a sing?



Louise Glück, El iris salvaje, trad. Eduardo Chirinos, Pre-Textos, 2006

lunes, 26 de diciembre de 2011

Rafael Pérez Estrada - Poética

                                                      
                              
                         
                         

Escribir o levitar.
    El poema es sólo el espejismo del poema que soñamos.
    Hondo, al final de la llaga está el poema.

Rafael Pérez Estrada, de Un plural infinito. Antología poética, Vandalia, 2011

domingo, 18 de diciembre de 2011

Saint-John Perse

                     
              
                   
            
             

X


Para desembarcar a los bueyes y a los mulos
se les tira al agua por encima de la borda, dioses vaciados en oro y frotados con resina,
¡El agua los acoge! ¡Los hace brotar!
Y nosotros esperamos en el muelle a manera de antorchas, mientras mantenemos los ojos clavados en la estrella de sus frentes —todo un pueble necesitado, vestido de su brillo, y sobrio.


Saint-John Perse, Pájaros y otros poemas, trad. Manuel Álvarez Ortega, Visor, 1996

sábado, 10 de diciembre de 2011

Himno de la Perla

                 
                       
                      
                     
                       

"Si bajas a Egipto y consigues traer la perla única, la que está en medio del mar, cerca de la serpiente silbadora, [entonces] vestirás de nuevo tu túnica brillante y la toga que cae por encima de ella, y con tu hermano, nuestro segundo [en autoridad], serás el heredero de nuestro reino". (...)


"¡Despierta y levántate de tu sueño, y atiende a las palabras de nuestra carta! ¡Recuerda que eres hijo de reyes! ¡Mira la esclavitud, [mira] al que tú sirves! Recuerda la perla por la que has viajado a Egipto". (...)


Himno de la Perla, trad. y notas de Juan J. Alarcón Sainz y Pablo A. Torijano, Universidad Complutense, Madrid

viernes, 18 de noviembre de 2011

Charles Wright

                      
                  
                 
                 
            

¿Cuáles son los momentos determinantes de nuestras vidas?                                 
                                                          ¿Cómo reconocerlos?
¿Son el término de las cosas o son el principio?
¿Seguimos siendo más o menos los mismos luego de que
han llegado y se han ido?

Siento que uno de esos momentos está hoy aquí,
La luna de Turquía y su única estrella
                                                     flameante como bandera
Sobre la avenida de mi barrio y sus negros basureros
oscureciendo la curva.

De seguro uno está aquí. ¿Pero qué será de mí luego
Que la luna y su consorte sanguínea
Hayan atravesado el horizonte? ¿Qué será de mí entonces?




What are the determining moments of our lives?
                                                How do we know them?
Are they ends of things or beginnings?
Are we more or less of ourselves once they've come and gone?

I think this is one of mine tonight,
The Turkish moon and its one star
                                                   crips as a new flag
Over my hometown street whit its dark trash cans
looming along the curb.

Surely this must be one. And what of me afterwards
When the moon and her sanguine consort
Have slipped the horizon? What will become of me then?

Charles Wright, de Apologia pro vita sua, Zodiaco negro, trad. Jeannette L. Clariond, Pre-Textos

sábado, 29 de octubre de 2011

Julian Barnes - Nada que temer

                  
                      
                           
                      
                    

Hace unos años, traduje el cuaderno que Alphonse Daudet empezó a escribir cuando comprendió que su sífilis había llegado a la fase terciaria y le causaría una muerte inevitable. En un momento del texto empieza a despedirse de los seres queridos: "Adiós, mujer, hijos, familia, amores de mi corazón..." Y luego añade: "Adiós a mí, a mi preciado yo, ahora tan brumoso, tan indefinido." Me pregunto si podemos de algún modo despedirnos de antemano de nosotros mismos. ¿Perdemos, o al menos decrece, este fuerte sentido de peculiaridad hasta que queda menos de él que la desaparición, menos que la añoranza? La paradoja consiste, por supuesto, en que este "yo" es el que se encarga de hacerse más pequeño. Del mismo modo que el cerebro es el único instrumento que tenemos para investigar el funcionamiento del cerebro. Del mismo modo que la teoría de la muerte del autor fue inevitablemente proclamada por... un autor.
Perder, o al menos reducir, el "yo". Surgen dos estratagemas. Primera, preguntar cuánto, en la escala de cosas, vale el "yo". ¿Por qué necesitaría el universo que continuara su existencia? A este "yo" ya se le han otorgado varios decenios de vida, y en la mayoría de los casos se reproducirá; ¿cómo puede tener suficiente importancia para justificar la concesión de más años? Además, pensemos en lo aburrido que ese "yo" llegaría a ser, para mí y para los demás, si continuase viviendo indefinidamente (véase Bernard Shaw, autor de Volviendo a Matusalén; también al Bernard Shaw viejo, su pose incorregible, su autobombo tedioso).   Segunda estratagema: ver la muerte de mi "yo" a través de ojos ajenos. No los de quienes te llorarán y echarán de menos, ni los de quienes al enterarse de tu muerte alzarán una copa momentánea; ni tampoco de los que quizá digan "¡Bien!" o "La verdad es que nunca le aprecié" o "Enormemente sobrevalorado". Más bien, ver la muerte de mi "yo" desde el punto de vista de quienes nunca han sabido nada de mí, que es, al fin y al cabo, casi todo el mundo. Un desconocido muere: no muchos le lloran. Es nuestra necrológica segura a los ojos del resto del mundo. Entonces, ¿quienes somos para satisfacer nuestro egotismo y armar tanto jaleo?


Tal sabiduría invernal puede convencer brevemente. Casi me convencí a mí mismo cuando estaba escribiendo el párrafo anterior. Con la salvedad de que la indiferencia del mundo rara vez ha reducido el egotismo de alguien. Con la salvedad de que el juicio del universo sobre lo que valemos rara vez coincide con el nuestro. Con la salvedad de que nos resulta difícil creer que, si siguiéramos viviendo, aburriríamos a los demás y a nosotros mismos (hay tantas lenguas extranjeras e instrumentos musicales que aprender, tantos oficios que probar y países donde vivir y personas que amar, y después podremos recurrir al tanto, el langlauf y el arte de la acuarela...). Y la otra pega es que simplemente pensar en tu propia individualidad, cuya pérdidas lamentas de antemano, significa reforzar el sentido de dicha individualidad; el proceso consiste en excavarte un agujero aún más grande que a la larga se convertirá en tu tumba. El arte mismo que practico también se opone a la idea de un adiós sereno a un yo disminuido. Sea cual sea la estética del autor -desde subjetiva y autobiográfica hasta objetiva y ocultadora del autor-, hay que fortalecer y definir el ego para producir la obra. Por tanto, se podría decir que escribiendo esta frase me estoy poniendo un poco más cuesta arriba el hecho de morir.


Julian Barnes, Nada que temer, trad. Jaime Zulaika, Anagrama, 2010

sábado, 22 de octubre de 2011

Louise Glück - El iris salvaje

           
                    
                   
                   

Al final del sufrimiento
me esperaba una puerta.

Escúchame bien: lo que llamas muerte
lo recuerdo.

Allá arriba, ruidos, ramas de un pino vacilante.
Y luego nada. El débil sol
temblando sobre la seca superficie.

Terrible sobrevivir
como conciencia,
sepultada en tierra oscura.

Luego todo se acaba: aquello que temías,
ser un alma y no poder hablar,
terminar abruptamente. La tierra rígida
se inclina un poco, y lo que tomé por aves
se hunde como flechas en bajos arbustos.

Tú que no recuerdas
el paso de otro mundo, te digo
podría volver  a hablar: lo que vuelve
del olvido vuelve
para encontrar una voz:

del centro de mi vida brotó
un fresco manantial, sombras azules
y profundas en celeste aguamarina.



The wild iris

At the end of my suffering
there was a door.

Hear me out: that which you call death
I remember.

Overhead, noises, branches of the pine shifting.
Then nothing. The weak sun
flickered over the dry suface.

It is terrible to survive
as consciousness,
buried in the dark earth.

Then it was over: that which you fear, being
a soul and unable,
to speak, ending abruptly, the stiff earth
bending a little. And what I took to be
birds darting in low shrubs.

You who do not remember
passsage from the other world
I tell you I could speak again: whatever
returns from oblivion returns
to find a voice:

from the center of my life came
a great fountain, deep blue
shadonws on azure seawater.

Louise Glück, El iris salvaje, trad. Eduardo Chirinos, Pre-Textos

sábado, 15 de octubre de 2011

William Shakespeare - A vuestro gusto

                          
                              
                              
                               

CORIN. Y ¿cómo halláis vos esta vida pastoril, maestre Touchstone?
TOUCHSTONE. A decir verdad, pastor, considerada en sí, es buena vida; pero mirando como vida de pastores, no vale nada. Por lo solitaria, me gusta mucho; pero, como retiro, es detestable. Ahora, por lo campestre me encanta, aunque, por alejada de la corte, me es tediosa. En cuanto a frugal, ya lo veis, se aviene con mi humor; empero, por excluir la abundancia, no se compagina con mi estómago. ¿Entiendes de filosofías, pastor?
CORIN. Todo lo que sé es que cuando más enferma el hombre, tanto peor se siente, y que al que le falta dinero, recursos y satisfacción, está privado de tres buenos amigos; que la lluvia tiene la propiedad de mojar, y el fuego la de quemar; que el buen pasto engorda al carnero y que una de las principales causas de la noche es al ausencia de sol; que el que no ha adquirido entendimiento, ya por naturaleza o bien por  arte, puede dolerse de no haber recibido una buena educación o de descender de padres muy estúpidos.
TOUCHSTONE. Un hombre así es un filósofo natural. ¿Has estado alguna vez en la corte, pastor?


William Shakespeare, A vuestro gusto, Obras completas, trad. Luis Astrana Marín, Aguilar, 2004

sábado, 8 de octubre de 2011

René Char - Di...

          
                    
                 
                    
             

DI


Di lo que el fuego duda en decir,
Sol del aire, claridad que osa,
Y muere de haberlo dicho para todos.





DIS...


Dis ce que le feu hésite à dire
Soleil de l'air, clarté qui ose,
Et meurs de l'avoir dit pour tous.


René Char, Furor y misterio, trad. Jorge Riechmann, Visor, 2002  

sábado, 1 de octubre de 2011

Milorad Pavic - Diccionario jázaro

                                 
                              
                                     
                                  
                                    

CAZADORES DE SUEÑOS - Secta de sacerdotes jázaros cuya protectora era la princesa Ateh. Eran capaces de leer los sueños de los demás, habitarlos como si estuvieran en su propia casa y, recorriéndolos, cazar la presa indicada: un hombre, un objeto o un animal. Se ha conservado el escrito de uno de los más antiguos cazadores de sueños, que dice: "Estamos en los sueños como peces en el agua. De vez en cuando salimos de los sueños, rozamos con la mirada a la gente que recorre las orillas, pero enseguida volvemos a sumergirnos agitados, ya que sólo en las profundidades nos sentimos bien. En los breves instantes de estas emersiones advertimos en tierra firme un extraño ser, más lento que nosotros, acostumbrado a respirar de manera distinta de la nuestra y pegado a aquella tierra firme con todo su peso, y además privado del placer en el que nosotros vivimos como si fuese nuestro propio cuerpo. Porque aquí abajo placer y cuerpo son inseparables, son una misma cosa. También ese individuo que vive fuera es nosotros, pero dentro de un millón de años, y entre nosotros y él, además de los años, hay la terrible desgracia que ha separado el cuerpo del placer..."
Uno de los más célebres lectores de sueños se llamaba, según la leyenda, Muqaddasi al Safer. Él alcanzó a penetrar en la más abisal profundidad del misterio, llegó a domesticar peces en los sueños de los otros, a abrir puertas, a nadar a una profundidad nunca antes alcanzada por nadie, hasta llegar a Dios, pues en el fondo de todo sueño se encuentra Dios. Y justo en ese momento le sucedió que nunca más pudo leer los sueños. Durante mucho tiempo pensó que había alcanzado la cúspide y que era imposible ir más allá en esa práctica mística. Para quien descubre que ha llegado al final del camino, éste se vuelve inútil y de hecho se niega. (...)

Milorad Pavic, Diccionario jázaro, Anagrama, 1989

sábado, 24 de septiembre de 2011

Harry Martinson - Debes consolarte...

                                        
                        
                               
                               
                                  
Finalmente debes consolarte con el hecho de que la extensión de los hielos aumenta.
Que los jubilosos fuegos artificiales en su superficie son ocasionales,
que el ponche con clavo cordialmente caliente
no calienta demasiado en el poderoso Ártico.
Debes alegrate de este duro conocimiento conseguido entre témpanos de hielo.
Alégrate finalmente de no ser ciego.

Harry Martinson, Entre luz y oscuridad, trad. Francisco J. Uriz, Nórdica, 2009

sábado, 17 de septiembre de 2011

Manuel Vilas - Amor

                                  
                                       
                                                        
                                           
                                                           

Una mañana Manuel Vilas sacó todo su dinero de los bancos.

Fue a las cajas de ahorro, fue a las compañías de seguros,
vendió su coche, anuló su plan de pensiones,
se lo llevó todo en efectivo, un buen fajo de billetes calientes.

Qué bien, dijo, qué fuerte,
y todos los empleados y los directores querían disuadirle
pero Vilas tenía unas ganas infinitas de pasarlo bien.

Y luego se fue a ver enfermos,
a ver emigrantes, incluso se fue a las cárceles.

Quería ser un santo espectacular, tenía esa marcha,
tenía esa gran ilusión.
Quería ser Cristo, Lenin, San Pablo,
quería ir más allá del orden, de la naturaleza y de la vida.

Recorrió la ciudad de Zaragoza repartiendo dinero.
En Conde de Arnada, dio mil euros a tres árabes,
que le besaron los pies, y las manos, y se arrodillaron.

En el barrio de Delicias, en la calle Barcelona,
dio trescientos euros a una negra africana,
y ella quería comerle el sexo al buen Vilas,
pero Vilas dijo "no, nena, hoy soy un santo,
hoy son San Vilas,
consérvate para tu marido, él te necesita,
y yo os bendigo; anda, nena, ve en paz".

Y Vilas se echó a reír.

Fuego, qué fuego más grande,
y siguió repartiendo,  a una vieja china
de un todo a cien le dio seiscientos euros,
y la vieja le hizo una foto de diez millones de megapisels
y la amplió y la enmarcó y la colgó
en mitad de su tienda con dos velas debajo.
A un vendedor de La Farola, ese periódico
de los pobres, le dio ochocientos euros.
Y el vendedor se echó a llorar y ardía
como una vela en mitad de las catedrales antiguas.

Vilas quería ser un santo, tenía esa marcha.

Toda la mañana y toda la tarde estuvo quemando su dinero.

Miró la atmósfera y se estaban abriendo los palacios celestiales.

Estaba enamorado de sus semejantes.

Nunca vimos a nadie tan enamorado.


Manuel Vilas, Amor. Poesía reunida, 1988-2010, Visor, 2010

domingo, 11 de septiembre de 2011

Vicente Blasco Ibáñez - La barraca

                                       
                          
                                    
                                                


Cayó un trozo de muro de barro y estacas, y por la negra brecha salió como una centella un monstruo espantable, arrojando humo por las narices, agitando su melena de chispas, batiendo desesperadamente la cola como escoba de fuego, que esparcía un hedor de pelos quemados.
Era el rocín. Pasó con prodigioso salto por encima de la familia, corriendo locamente por los campos, buscando instintivamente la acequia, donde cayó con un chirrido de hierro que se apaga.
Tras él, arrastrándose como un demonio ebrio, lanzando espantables gruñidos, salió otro espectro de fuego, el cerdo, que se desplomó en medio del campo, ardiendo como una antorcha de grasa.

Vicente Blasco Ibáñez, La barraca

sábado, 3 de septiembre de 2011

La belle dame sans merci - John Keats - J. W. Waterhouse - J. E. Cirlot - F. J. Schaffner



Ballad
I.






O WHAT can ail thee, knight-at-arms,


Alone and palely loitering?


The sedge has wither’d from the lake,


And no birds sing.






II.






O what can ail thee, knight-at-arms!


So haggard and so woe-begone?


The squirrel’s granary is full,


And the harvest’s done.






III.






I see a lily on thy brow


With anguish moist and fever dew, 


And on thy cheeks a fading rose


Fast withereth too.






IV.






I met a lady in the meads,


Full beautiful—a faery’s child,


Her hair was long, her foot was light, 


And her eyes were wild.






V.






I made a garland for her head,


And bracelets too, and fragrant zone;


She look’d at me as she did love,


And made sweet moan. 






VI.






I set her on my pacing steed,


And nothing else saw all day long,


For sidelong would she bend, and sing


A faery’s song.






VII.






She found me roots of relish sweet,


And honey wild, and manna dew,


And sure in language strange she said—


“I love thee true.”






VIII.






She took me to her elfin grot,


And there she wept, and sigh’d fill sore, 


And there I shut her wild wild eyes


With kisses four.






IX.






And there she lulled me asleep,


And there I dream’d—Ah! woe betide!


The latest dream I ever dream’d 


On the cold hill’s side.






X.






I saw pale kings and princes too,


Pale warriors, death-pale were they all;


They cried—“La Belle Dame sans Merci


Hath thee in thrall!”






XI.






I saw their starved lips in the gloam,


With horrid warning gaped wide,


And I awoke and found me here,


On the cold hill’s side.






XII.






And this is why I sojourn here,


Alone and palely loitering,


Though the sedge is wither’d from the lake,


And no birds sing.







I





¿De qué adoleces, caballero,
tan solo y pálido vagando?
Del lago el junco se ha secado,
y no cantan los pájaros.






II




¿De qué adoleces, caballero,
desmejorado y miserable?
La ardilla ha llenado su granero,
se ha dado la cosecha.






III






Un lirio veo sobre tu frente
de helada angustia y fiebre en vaho,
y en tus mejillas una rosa
también se ha marchitado.






IV






Traté a una dama en la pradera,
hermosa y bella – un hada niña.
De pelo largo y pies ligeros,
salvaje la mirada.






V






Tejí guirnaldas en su frente,
pulsera y cinto perfumados.
Y me miró cual si me amara,
gimiendo dulcemente.






VI






En mi corcel la hube sentado,
y en todo el día no vi más nada.
Pues de soslayo ella entonó,
una canción de hadas.




VII





Halló por mí raíces dulces,
y miel silvestre y maná fresco.
Y en una extraña lengua dijo:
“En verdad que te amo.”






VIII






Y me llevó a su cueva de elfos,
cayó en lamentos y sollozos.
Y yo cerré sus fieros ojos,
con abundantes besos.






IX






Y me arrulló hasta que dormí,
y ahí soñé lo más horrible
que haya soñado alguna vez,
en esta fría ladera.






X






Vi Reyes pálidos, Princesas,
Guerreros: todos cadavéricos,
gemían: “la bella dama sin
piedad te tiene preso.”






XI






Hambrientos labios en las sombras,
me dieron su hórrida advertencia.
Y desperté: me encontré aquí,
en esta fría ladera.






XII






He ahí el porqué aquí permanezco,
tan solo y pálido vagando.
Si bien del lago el junco se ha secado,
y no cantan los pájaros.



John Keats, La belle dame sans merci, trad. Milton Medellín, aquí


La belle dame sans merci, John William Waterhouse



Es mi espada del año mil que llora,
no yo.

Mi corazón es blanco y no se queja.



Juan Eduardo Cirlot, Obra poética, Ciclo de Bronwyn, Cátedra, 1997




The war lord (1965), Franklin J. Schaffner





domingo, 28 de agosto de 2011

Czeslaw Milosz - No más

                         
                                   
                                     
                                     
                                 
Alguna vez debería decir cómo he cambiado
De opinión sobre la poesía y cómo es
Que hoy día me consedere uno de tantos
Mercaderes y artesanos del Imperio del Japón
Que componen poemas sobre los cerezos en flor,
Los crisantemos y sobre la luna llena.

Si pudiera describir cómo las cortesanas
Venecianas en el patio encrespan a los pavos reales
Con una vara y liberar de la tela sedosa, del cinto
Perlado sus pesados pechos, la marca rojiza
En sus vientres por los broches de los vestidos,
Así como lo vio al menos el comandante de los galeones
Que llegaron aquella mañana con cargamentos de oro;
Y si pudiera encerrar también sus pobres huesos, sepultados
En el cementerio donde el grasiento mar lame la puerta,
En una palabra más fuerte que el último peine
Que espera a la luz, solo, pudriéndose bajo la losa,

Entonces no dudaría. De una materia resistente
¿Qué sepuede obtener? Nada, como mucho la belleza.
Y entonces nos debería bastar los cerezos en flor
Y los crisantemos, y la luna llena.

Czeslaw Milosz, Tierra inalcanzable. Antología poética, trad. Xavier Farré, Galaxia Gutenberg

sábado, 20 de agosto de 2011

Juan Eduardo Cirlot

                                        
                                  
                                                              
                                                                
                                                                  

Mi cabeza no humana se asoma a la ventana;
con ojos de dragón veo pasar los hombres,
con boca de volcán asisto a un resplandor de crepúsculo,
con manos minerales y cuerpo de cristal retorcido
estoy en una casa humana.

Juan Eduardo Cirlot, Del no mundo, Siruela, 2008

domingo, 14 de agosto de 2011

El triunfo de la muerte - Brueghel - Ensayos - Montaigne



El triunfo de la muerte, Pieter Brueghel el Viejo



(...) Pero aún hay más. La propia naturaleza nos da la mano para animarnos. Cuando se trata de una muerte rápida y violenta, nos falta tiempo para temerla; si es más larga, advierto que a medida que avanza la enfermedad, desdeño más la vida. Encuentro que esta clase de pensamientos deben tenerse cuando nos sentimos llenos de salud, mejor que cuando nos domina la fiebre. Puesto que así veo la muerte con menos horror, y espero que cuanto más viejo sea, más me resignaré a no disfrutar de la vida, haciéndome la correspondiente composición de lugar. En muchas circunstancias he tenido ocasión de experimentar la dicho por César, cuando afirmaba que las cosas nos parecen más grandes de lejos que de cerca y, por tanto, en plena salud, he tenido más miedo a las enfermedades pensando en ellas que sufriéndolas. La alegría que me domina, el placer y la salud, me muestran lo contrario tan desproporcionado, que mi fantasía multiplica por lo menos el mal, el cual encuentro cosa más grave cuando me siento malo que cuando lo tengo sobre mis espaldas.

Michel de Montaigne, Ensayos, Edaf

martes, 9 de agosto de 2011

Chrétien de Troyes - El cuento del grial

                                                                               
                                                                          
                                                                                    
                                                                                   
                                                                                           


(...)
-Sabed, pues, que habéis procedido muy mal. ¿Y visteis el grial?
-Sí, muy bien.
-¿Y quién lo llevaba?
-Una doncella.
-¿Y de dónde venía?
-De una cámara.
-¿Iba alguien delante del grial?
-Sí.
-¿Quién?
-Sólo dos pajes.
-¿Y qué llevaban en las manos?
-Candelabros llenos de candelas.
-¿Y quién venía después del grial?
-Otra doncella.
-¿Y qué llevaba?
-Un pequeño plato de plata.
-¿Preguntasteis a la gente adónde iban de este modo?
-Nunca me salió de mi boca.
-Peor que peor, válgame Dios. ¿Cómo os llamáis, amigo?

Y él, que no sabía su nombre, lo adivina y dice que se llamaba Perceval el Galés, y no sabe si dice verdad o no; pero decía la verdad, y no lo sabía. Y cuando la doncella lo oyó, se puso en pie ante él y le dijo como encolerizada:

-Tu nombre ha cambiado, buen amigo.

Chrétien de Troyes, Li contes del graal, por Martín de Riquer, El Acantilado,2003

sábado, 6 de agosto de 2011

Anacreonte

                                
                                              
                                                    
                                                
                                                  

Cruzo sobre invisibles arrecifes.




Anacreonte, Líricos griegos arcaicos, Juan Ferraté, Seix Barral, 1968

sábado, 30 de julio de 2011

Louise Labé - Soneto

                                                            
                                                                                   
                                                               
                                                                            
                                                                    

Venus clara que vagas por los cielos,
oye mi voz que va a cantar en llantos
mientras tu rostro luzca allá en lo alto
sus dolientes fatigas y desvelos.

Mis ojos, en vigilia, se harán tiernos,
al verte el llanto suyo harán más largo
y aún más empaparán mi lecho blando
al saberte testigo de sus duelos.

De los humanos las cansadas almas
toman reposo y toman sueño dulce.
Mi mal soporto en tanto el sol reluce.

Mas cuando me hallo toda destrozada
y ya sin fuerzas voy hasta la alcoba
mi mal me hace gritar la noche toda.



Clere Venus, qui erres par le Cieus,
Entens ma voix qui en pleins chantera,
Tant que ta face au haut du Ciel luira,
Son long travail et souce ennuieus.

Mon oeil veillant s'atendrira bien mieus,
Et plus de pleurs te voyant gettera.
Mieus mon lit mol de larmes baignera,
De ses travaus voyant témoins tes yeus.

Donq des humains sont les lassez esprits
De dous repos et de sommeil espris.
J'endure mal tant que le Soleil luit:

Et quand je suis quasi toute cassee,
Et que me suis mise en mon lit lassee,
Crier me faut mon mal toute la nuit.


Louise Labé, Sonetos y elegías, trad. Aurora Luque, Acantilado, 2011

sábado, 23 de julio de 2011

Don DeLillo - Submundo

                                                                                                           
                                                                                                
                                                                                                  

     Lockman se dispone a golpear ligeramente la bola.
     En la grada superior hay un hombre que se dedica a hojear un ejemplar del último número de Life. En la calle Doce de Brooklyn hay un hombre que ha conectado un magnetófono a su radio para poder grabar la voz de Russ Hodges mientras retransmite el partido. El hombre ignora por qué lo hace. Se trata simplemente de un impulso, de un capricho, es como asistir dos veces al mismo partido, es como ser joven y ser viejo, pero terminará siendo la única grabación conocida de la célebre crónica que haga Russ de los momentos finales del partido. Del partido y de sus prolongaciones. La mujer que cuece el repollo. El hombre que desearía abandonar la bebida. Unos y otros, representan el alma más remota del partido. Vinculados por la voz pulsante de la radio, conectados al boca a boca que recita el tanteo por la calle y a los hinchas que llaman a un número especial y a la multitud del estadio, convertida en imagen de televisión, personas del tamaño de medianos de arroz, y el partido en forma de rumor y conjetura e historia local. Hay en el Bronx un chaval de dieciséis años que se lleva la radio a la azotea del edificio para poder escucharlo a solas, un hincha de los Dodgers tendido bajo el crepúsculo que recoge el relato del golpe fallido y de la pelota que asegura la carrera del empate y que alza la mirada sobre los tejados, sobre esas playas de alquitrán, con sus tendederos y sus palomares y sus áticos esparcidos, y siente un escalofrío. El partido no cambia tu modo de dormir o de lavarte la cara o de masticar tus alimentos. Cambia nada menos que tu vida.

Don DeLillo, Submundo, Circe Ediciones, 2000



sábado, 16 de julio de 2011

Enrique Vila-Matas - Dietario voluble

                                                                                                                      
                                                                                                                   
                                                                                                                               
                                                                                                                                                
                                                                                                                                                     

¿Quién tiene el bastón de Artaud? Cuando me preguntan por un supremo signo o imagen de la locura siempre pienso en ese bastón al que su dueño le hizo poner una puntera de hierro con la que golpeaba violentamente los adoquines de París para sacar chispas con él. Estaba el bastón cubierto de nudos y tenía doscientos millones de fibras y marqueterías de signos mágicos. Y Artaud le sacaba chispas porque decía que el bastón llevaba en el noveno nudo el signo mágico del rayo y que el número nueve siempre fue la cifra de la destrucción a través del fuego. Artaud perdió ese bastón (que le regaló René Thomas) en su extraño viaje a Irlanda, lo perdió tras una reyerta frente al Jesuit College de Dublín. ¿Quién tiene el Santo Grial de la locura? ¿Quién se quedó con el bastón de Artaud? Me gustaría escribir una novela en la que alguien viaja a Dublín para investigar el paradero del bastón de Artaud. ¿Quién tiene, señores, el bastón de Artaud, ese bastón que es el eje central de la locura en Occidente?

Enrique Vila-Matas, Dietario voluble, Anagrama, 2008