lunes, 31 de diciembre de 2007

Campanadas a medianoche




Campanadas a medianoche (1965), Orson Welles

Emily Dickinson





341


Después de un gran dolor llega una sensación solemne–
y los Nervios se aquietan, ceremoniosos como Tumbas–
El corazón rígido se pregunta si fue Él quien pudo aguantar tanto,
¿y fue Ayer o hace siglos?

Los Pies, mecánicos, recorren–
por el Suelo, o el Aire, o la Nada–
un camino Vacío
y Descuidado,
un contento de Cuarzo, como una piedra.

Es la Hora del Plomo–
recordada, si es que se sobrevive,
como los que se helaron se acuerdan de la nieve–
Primero –el Frío– después el Estupor– después abandonarse.

Emily Dickinson


Alejandra Pizarnik





IX


Mi canto de dormida al alba
¿era esto pues?


Alejandra Pizarnik, en Poesía completa

sábado, 29 de diciembre de 2007

Pieter Brueguel


Pieter Brueguel, Paisaje con la caída de Icaro (1558)

W. H. Auden





MUSEE DES BEAUX ARTS


Jamás se equivocaban acerca del sufrimiento,
Los Viejos Maestros: cómo comprendían
Su posición humana; cómo tiene lugar
Mientras algún otro está comiendo o abriendo una ventana o
sencillamente andando aburridamente;
Cómo, mientras los ancianos están esperando reverente, apasionadamente
El milagroso nacimiento, siempre tiene que haber
Niños que no tenían ningún deseo especial de que se produjera, patinando
Sobre un estanque en el borde del mundo:

Jamás olvidaron
Que incluso el temible martirio ha de llegar a su fin
De cualquier manera en una esquina, en algún punto deseado
Donde los perros viven su perruna vida y el caballo del torturador
Se rasca su inocente trasero contra un árbol.

En el Icaro de Brueghel, por ejemplo: cómo se aleja todo
Calmadamente del desastre; el hombre del arado puede
Que haya oído el chapoteo, el grito desesperado,
Pero para él no era un fracaso importante; el sol brillaba
Como debía sobre las blancas piernas que desaparecían en la verde
Agua; y el valioso y delicado barco que tenía que haber visto
Algo asombroso, un muchacho cayendo del cielo,
Tenía que llegar a alguna parte y seguía calmoso su camino.

W.H. Auden, Poemas escogidos

W. H. Auden





BLUES DE LA MURALLA ROMANA


Sobre el brezo sopla el húmedo viento,
Tengo piojos en mi túnica y un catarro de nariz.

La lluvia cae golpeante desde el cielo,
Soy un soldado de la Muralla, no sé por qué.

La neblina se arrastra sobre la dura piedra gris,
Mi novia está en Tungría; duermo solo.

Aulus se dedica a merodear la casa,
No me gustan sus modales, no me gusta su casa.

Piso es un cristiano, adora a un pez;
No habría besos si de él dependiera.

Ella me dio un anillo pero lo perdí a los dados;
Quiero a mi novia y quiero mi paga.

Cuando sea un veterano con un solo ojo
No haré más que mirar el cielo.

W.H. Auden, de Poemas escogidos

El desierto de los tártaros





Casi dos años después, Giovanni Drogo dormía una noche en su habitación de la Fortaleza. Habían pasado veintidós meses sin traer nada nuevo y él se había quedado inmóvil, esperando, como si la vida debiera tener con él una especial indulgencia. Y, sin embargo, veintidós meses son largos y pueden suceder muchas cosas: hay tiempo para que se formen nuevas familias, nazcan niños y hasta empiecen a hablar, para que se alce una gran casa donde antes sólo había un prado, para que una hermosa mujer envejezca y ya nadie la desee, para que una enfermedad, incluso de las más largas, se prepare (y mientras tanto el hombre sigue viviendo despreocupado), consuma lentamente el cuerpo, se retire en breves apariencias de curación, se reanude desde los más hondo, sorbiendo las últimas esperanzas; queda aún tiempo para que el muerto sea enterrado y olvidado, para que el hijo sea de nuevo capaz de reír y por la noche acompañe a las muchachas por las avenidas, inconsciente, a lo largo del cementerio.


Dino Buzzati, El desierto de los tártaros

Deseo, peligro - Ang Lee



Deseo, peligro (2007), Ang Lee

martes, 25 de diciembre de 2007

Stefan George





La palabra del vidente es común a pocos;
ya cuando llegaron los primeros deseos osados
en un extraño reino serio y solitario
inventó él para las cosas nombres propios
en cuyo sonido y fuerza él se deleitó.
Existieron cuando él en el más alto empuje
escapando al mundo se situó bajo los sueños
el son de cuerdas del templo y la lengua sagrada.


Stefan George

Ricardo Reis






Es tan suave la fuga de este día,
Lidia, que no parece que vivimos;
sin duda que los dioses
a esta hora nos son gratos,

En paga doble de la fe que habemos
en la verdad ausente de sus cuerpos
nos dan el alto premio
de permitirnos ser

lúcidos invitados de su calma,
un momento herederos de su modo
de la vida vivir
en un solo momento,

en un momento, Lidia, en que, apartados
de terrenas angustias, recibimos
olímpicas delicias
dentro de nuestras almas.

Sólo un instante nos sentimos dioses
por la calma, inmortales, que vestimos
y altiva indiferencia
a cuanto es pasajero.

Cual se guarda corona de victoria,
de un solo día estos laureles mustios
para tener, guardemos,
en futuro arrugado,

perenne a nuestra vista prueba cierta
de que un punto los dioses nos amaron
y una hora nos dieron,
nuestra no: del Olimpo


Ricardo Reis, de Odas

Michael Praetorius - La feria rosa del mundo




Michael Praetorius, La feria rosa del mundo (1612)

jueves, 20 de diciembre de 2007

Sullivan's travels




Sullivan's travels (1941), Preston Sturges

Sophia de Mello Brreyner Andresen



II

Escucha, Lidia, cómo corren los días
Fingidamente inmóviles,
Y a la sombra de frondas y palabras
Los dioses revelan
Como para beber la sangre
Que nos volvió atentos.


II

Escuta, Lídia, como os dias correm
Fingidamente imóveis,
E à sombra de folhagens e palavras
Os deuses transparecen
Como para beber o sangue oculto
Que nos tornou atentos.


Sophia de Mello Breyner Andresen, de Nocturno Mediodía (Antología poética)

sábado, 15 de diciembre de 2007

Lucio Muñoz


Lucio Muñoz, Sequeros (1961)

Antonio Colinas




ZAMIRA AMA LOS LOBOS

Zamira ama los lobos.
Yo quisiera ir con ella a buscarlos
a las tierras más altas,
donde los robledales rojos de Sotillo
han perdido sus hojas en las fuentes,
allá donde los caballos
beben el agua helada de las cascadas
y se espera la nieve
como una bendición.

Tú y yo estamos en este hospital
esperando a la muerte.
No la muerte tuya ni la muerte mía,
sino la de aquellos que nos dieron la vida.
Y éstos, ¿a quiénes pasarán,
cuando mueran, sus muertes?
Tú y yo esperando el final,
el vacío del límite,
mientras la vida brilla y tiembla entre nosotros
como un cuchillo inocente.
Y es que, esperando la muerte de los otros,
esperamos, un poco, la muerte nuestra.

Quizá, por ello, Zamira ama los lobos.
Quizá, por ello, yo deseo también
salir a buscarlos con ella este mes de diciembre
a los páramos altos,
a los prados remotos.
Y podríamos ver los espinos,
y las brasas de sangre del sol
en mimbrales morados.
Puesta ya en nuestros ojos
la venda de la nieve,
que no pensemos más, que ya no nos deslumbre
el acre resplandor de los quirófanos.

Zamira ama los lobos,
quiere escapar del laberinto de piedra y cristal
del dolor.
Zamira: partamos y no regresemos.



Antonio Colinas, de Tiempo y abismo

martes, 11 de diciembre de 2007

Napoleón - Abel Gance



Napoleón (1927), Abel Gance

La cartuja de Parma - Stendhal



-¿Qué dices? -gritó el general.

Pero el estruendo fue tal en este instante, que Fabricio no pudo contestarle. Confesaremos que nuestro héroe era muy poco heroico en este momento. Sin embargo, no era el miedo lo que en él predominaba; estaba escandalizado principalmente por ese ruido que le hacía daño en los oídos. La escolta empezó a galopar atravesando un gran campo labrado situado más allá del canal; este campo estaba lleno de cadáveres.

-¡Los colorados, los colorados! -gritaban alegres los húsares de la escolta.

Fabricio no entendía al principio; pero por fin observó que, en efecto, casi todos los cadáveres estaban vestidos de rojo. Una circunstancia le produjo un temblor de horror, y es que notó que muchos infelices colorados vivían aún y gritaban evidentemente pidiendo auxilio; nadie se detenía para socorrerlos. Nuestro héroe, muy humano, se tomaba un enorme trabajo para que su caballo no pisará a ningún colorado.

Stendhal, La cartuja de Parma

Senderos de gloria




Paths of glory (1957), Stanley Kubrick

Viaje al fin de la noche




Ahí acabó el diálogo, porque recuerdo muy bien que tuvo el tiempo justo de decir: "¿Y el pan?". Y después se acabó. Después, sólo fuego y estruendo. Pero es que un estruendo que nunca hubiera uno pensado que pudiese existir. Nos llenó hasta tal punto los ojos, los oídos, la nariz, la boca, al instante, el estruendo, que me pareció que era el fin, que yo mismo me había convertido en fuego y estruendo.
Pero, no; cesó el fuego y siguió largo rato en mi cabeza y luego los brazos y las piernas temblando como si alguien los sacudiera por detrás. Parecía que los miembros me iban a abandonar, pero siguieron conmigo. En el humo que continuó picando en los ojos largo rato, el penetrante olor a pólvora y azufre permanecía, como para matar chinches y las pulgas de la tierra entera.


Louis-Ferdinand Céline, Viaje al fin de la noche

sábado, 8 de diciembre de 2007

La tumba india




La tumba india (1959), Fritz Lang

F. Hölderlin - Lo imperdonable



LO IMPERDONABLE

Si olvidáis los amigos, si os burláis del artista
o a una mente profunda rebajáis, degradáis...
Dios lo perdonará; pero nunca turbéis
la paz de los amantes.


DAS UNVERZEIHLICHE

Das Unverzeihliche.Wenn ihr Freunde vergeßt, wenn ihr den Künstler höhnt,
Und den tieferen Geist klein und gemein versteht,
Gott vergibt es, doch stört nur
Nie den Frieden der Liebenden


Friedrich Hölderlin, en Antología poética

viernes, 7 de diciembre de 2007

Tokyo monogatari



Cuentos de Tokyo (1953), Yasujiro Ozu

Stéphane Mallarmé - Brise marine



Brisa marina

La carne está triste, ay, y he leído todos los libros.
¡Huir! ¡huir hacia allá! ¡Siento que hay pájaros ebrios
de hallarse entre la espuma desconocida y los cielos!
Nada, ni los viejos jardines reflejados por los ojos,
retendrá a este corazón que en el mar se empapa,
¡oh noches!, ni la claridad desierta de mi lámpara
sobre el papel vacío que la blancura defiende
y tampoco la mujer joven que da el pecho a su hija.
¡Marcharé! Vapor que balanceas tus mástiles.
¡Leva el ancla hacia una exótica naturaleza!

¡Un Hastío, desolado por las crueles esperanzas,
aún cree en el adiós supremo de los pañuelos!
Y tal vez los mástiles que invitan al huracán
son de aquellos que un viento inclina sobre los naufragios
perdidos, sin mástiles, sin mástiles, ni fértiles islotes...
Pero ¡oh corazón mío, escucha el cantar de los marineros!


Brise marine


La chair est triste, hélas! et j'ai lu tous les livres.
Fuir! là-bas fuir! Je sens que des oiseaux sont ivres
D'être parmi l'ecume inconnue et les cieux!
Rien, ni les vieux jardins reflétés par les yeux
Ne retiendra ce coeur qui dans la mer se trempe
O nuits! ni la clarté déserte de ma lampe
Sur le vide papier que la blancheur défend
Et ni la jeune femme allaitant son enfant.
Je partirai! Steamer balançant ta mâture,
Lève l'ancre pour una exotique nature!
Un Ennui, désolé par les cruels espoirs,
Croit encore à l'adieu suprême des mouchoir!
Et, peut-être, les mâts, invitant les orages
Sont-ils de ceux qu'un vent penche sur les naufrages
Perdus, sans mâts, sans mâts, ni fertiles îlots...
Mais, ô mon coeur, entends le chant des matelots!


Stéphane Mallarmé, de Poesía completa





jueves, 6 de diciembre de 2007

El hombre de Laramie - Anthony Mann



El hombre de Laramie (1955), Anthony Mann

Michel de Montaigne - Ensayos



Yo no he llegado aún a ese vigor desdeñoso que se fortifica en sí mismo, al cual nada ayuda ni turba; me encuentro un poco más bajo. Y lo que pretendo es agazaparme y apartarme de este paso no tanto por temor como por arte. A mi ver, no es esta ocasión de un solo personaje. ¿Por qué? Porque en este momento acaba todo el interés que uno siente por la reputación. Yo me conformo con una muerte recogida en sí misma, sosegada y solitaria, cabalmente mía, que concuerda con mi vida retirada y apartada. Lo contrario de lo que pretendía la superstición romana, al considerar desdichado a quien moría sin hablar y sin tener a su lado a parientes y amigos que le cerraran los ojos. Ya tengo bastante con consolarme, sin necesidad de procurar consuelo a los demás; demasiadas ideas asaltan mi cabeza sin que a mi alrededor las encuentre, y demasiadas cosas tengo en qué pensar para pedir otras prestadas. Este tránsito no es cosa de la sociedad; es el acto de un solo personaje. Vivamos y riamos entre los nuestros; vayamos a morir y a rechinar junto a los desconocidos. Pagándolo, encontraréis quien os vuelva la cabeza y quien os frote los pies, quien os apriete como queráis, mostrándoos un semblante indiferente y dejándoos que os gobernéis o quejéis a vuestro modo.


Michel de Montaigne, Ensayos



miércoles, 5 de diciembre de 2007

Remando al viento




Remando al viento (1987), Gonzalo Suárez

Jorge Eduardo Eielson



1


Existirá una máquina purísima
copia perfecta de sí misma
y tendrá mil ojos verdes
y mil labios escarlata
no servirá para nada
pero tendrá tu nombre
oh eternidad


Jorge Eduardo Eielson, de Vivir es una obra maestra

domingo, 2 de diciembre de 2007

Aníbal cruzando los Alpes - William Turner




William Turner, Aníbal cruzando los Alpes (1812)

Double Indemnity




Double Indemnity (Perdición)(1944), Billy Wilder

J.R.J. - ¿Al fin poetas?



¿Al fin poetas?


No está la muerte nuestra bajo tierra,
que nos mata en la luz;
aquí estamos muriendo en esta luz,
en las copas doradas de la luz.

Reviviremos hondos a más vida;
nos vivirá la muerte
entre la sombra rica y poderosa
de las raíces frescas de los árboles.

Ni fuimos lo que somos hasta un día,
ni ese día fue sumo;
de la sombra vinimos y a la sombra
volveremos; la sombra es nuestro hogar.

Nos abrió una semilla y otra somos,
y esto es sólo una vez;
enjendrar más iguales no nos sigue,
nos sigue una inesperada lengua.

Lengua de nuestro mítico mudarnos
en primavera, lengua
de nuestro milagroso cumplimiento.
¿Una lengua de fuego, al fin poetas?


Juan Ramón Jiménez, de En el otro costado

viernes, 30 de noviembre de 2007

Les yeux sans visage




Les yeux sans visage (Ojos sin rostro) (1959), Georges Franju

Hart Crane - Al puente de Brooklyn



AL PUENTE DE BROOKLYN


Cuántos amaneceres, frío tras su mecido descanso,
habrán de zambullirse las gaviotas a su alrededor
soltando anillos blancos de tumulto, erigiendo
la Libertad por encima del agua encadenada.

Luego, con limpia curva, apartamos los ojos,
espectrales como las velas que pasan por debajo,
de alguna hoja de cálculo que será archivada;
hasta que el ascensor nos libera de la jornada...

Pienso en los cines, esas vistas panorámicas
de multitudes inclinadas ante una escena trepidante
nunca mostrada, pero a la que pronto se apresuran,
anunciada a otros ojos en la misma pantalla.

Y tú, cruzando el puerto entre destellos de plata,
como si te alcanzase el sol, dejas
en tu andar cierto balanceo pendiente.
Tu misma libertad te sigue sosteniendo.

Desde algún túnel de metro, celda o altillo
un loco se apresura hacia tus parapetos,
se inclina un poco, su camisa chillona se hincha,
una broma se arroja desde la atónita caravana.

La luz del mediodía gotea en las vigas de Wall Street,
diente roto de celeste acetileno;
toda la tarde giran las grúas entre nubes...
Tus cables respiran aún el Atlántico Norte.

Oscuro como el cielo de los judíos
tu galardón... gracia concedida
de anonimia que el tiempo no disipa:
vibrante absolución, el perdón que nos otorgas.

Arpa y altar fundidos por la furia
(¡qué fuerza afinaría el coro de tu cordaje!),
umbral terrible de la promesa del profeta,
de la oración de paria y del gemido del amante.

De nuevo las luces del tráfico que rozan tu lenguaje,
veloz y sin cesuras, inmaculado suspiro de los astros,
salpican tu ruta, cifran la eternidad.
Hemos visto la noche alzada en tus brazos.

Bajo la sombra de tus pilares esperé;
sólo en la oscuridad tu sombra es clara.
Los iluminados bloques urbanos se han borrado,
ya la nieve sepulta todo un año de hierro...

Insomne como el río que pasa debajo de ti,
tú que abovedas el mar, hierba que sueña en las praderas,
ven a nosotros, los humildes, baja
y con tu curvatura ofrece un mito a Dios.



TO BROOKLYN BRIDGE


How many dawns, chill from his rippling rest
The seagull's wings shall dip and pivot him,
Shedding white rings of tumult, building high
Over the chained bay waters Liberty–

Then, with inviolate curve, forsake oru eyes
As apparitional as sails that cross
Some page of figures to be filed away;
–Till elevators drop us from our day...

I think of cinemas, panoramic sleights
With multitudes bent toward some flashing scene
Never disclosed, but hastened to again,
Foretold to other eyes on the same screen;

And Thee, across the harbor, silver-paced
As though the sun took step of thee, yet left
Some motion ever unspent in thy stride,–
Implicitly thy freedom staying thee!

Out of some subway scuttle, cell or loft
A bedlamite speeds to thy parapents,
Tilting there momently, shrill shirt ballooning,
A jets falls from the speechless caravan.

Down Wall, from girder into street noon leaks,
A rip-tooth of the sky's acetylene;
All afternoon the cloud-flown derricks turn...
Thy cables breathe the North Atlantic still.

And oscure as that heaven of the Jews,
Thy guerdon... Accolade thou dost bestow
Of anonymity time cannot raise:
Vibrant reprieve and pardon thou dost show.

O harp and altar, of the fury fused,
(How could mere toil align thy choiring strings!)
Terrific threshold of the prophet's pledge,
Prayer of pariah, and the lover's cry,–

Again the traffic lights that skim thy swift
Unfractioned idiom, immaculate sigh of stars,
Beading thy path –condense eternity:
And we have seen night lifted in thine arms.

Under thy shadow by the piers I waited;
Only in darkness is thy shadow clear.
The City's fiery parcels all undone,
Already snow submerges an iron year...

O sleepless as the river under thee,
Vaulting the sea, the prairies' dreaming sod,
Unto us lowliest sometime sweep, descend
And of the curveship lend a myth to God.


Hart Crane, de El puente

sábado, 24 de noviembre de 2007

G. M. Hopkins - Consuelo de la carroña



CONSUELO DE LA CARROÑA

No, Desesperación que eres consuelo
de la carroña, no voy a buscar
deleite en ti; por frágiles que sean,
no desharé los últimos hilillos
humanos que hay en mí; por muy cansado
que me sienta no volveré a gritar:
¡No puedo más! Sí puedo. Porque puedo
esperar deseando un nuevo día,
no querer elegir la inexistencia.
Pero, ay, oh Tú, terrible, ¿por qué aplastas
el alma con tu pie, como un peñasco
con que estrujas el mundo? ¿Por qué hiere
tu zarpa de león que me hace daño?
¿O escudriñas, con tus ojos oscuros,
destructores, mis huesos magullados?
¿O me aventas como una tempestad
cuando huyo enloquecido de tu fuerza?
¿Por qué? Para que así no quede paja,
y sólo permanezca el grano limpio.
En aquel espantoso torbellino,
cuando besé (quizá) las disciplinas,
mejor dicho, la mano, el corazón
cobró fuerzas, algún gozo arrancó,
y hasta hubiera reído y aclamado.
¿A quién? ¿Al que gobierna firmamentos
y me azota y me pisa? ¿O a mí mismo
que batallé con Él? ¿A él o a mí?
Quizá a los dos. Fue en una noche, un año
de tinieblas ya desaparecidas,
cuando estuve luchando en la desdicha
contra Aquél, oh Dios mío, que es mi Dios.


CARRION COMFORT

Not, I'll not, carrion comfort, Despair, not feas on thee;
Not untwist –slack they may be– these last strands of man
In me or, most weary, cry I can no more. I can;
Can something, hope, wish day come, not choose not to be.
But ah, but O thou terrible, why wouldst thou rude on me
Thy wring-world foot rock? lay a lionlimb against me?
scan
With darksome devouring eyes my bruisèd bones? and fan,
O in turns of tempest, me heaped there; me frantic to avoid thee and flee?
Why? That my chaff might fly; my grain lie, sheer and clear.
Nay in all that toil, that coil, since (seems) I kissed the rod,
Hand rather,my heart lo! lapped strength, stole joy, would laugh, cheer.
Cheer whom though? the hero whose heaven-handing flung me, foot trod
Me? or me that fought him? O which one? is it each one? That night, that year
Of now done darkness I wretch lay wrestling with (my God!) my God.


Gerard Manley Hopkins, de Poesía (traducción de Carlos Pujol)





Escriba sentado


Escriba sentado, Imperio Antiguo, dinastía V. Museo del Louvre.

Ikiru - Akira Kurosawa




Ikiru (1952), Akira Kurosawa

El hombre tranquilo



The quiet man (1952), John Ford

Ô saisons, ô chateaux - Arthur Rimbaud



Oh castillos, oh estaciones
¿Qué alma no cae en errores?

Oh castillos, oh estaciones,

Cursé la mágica alquimia
del Gozo, que nadie evita.

¡Que siempre sea alabado
cuando canta el gallo galo!

¡Hacia nada mi alma aspira,
él se ocupa de mi vida!

¡Este embrujo! que alma y cuerpo,
liberó de todo esfuerzo.

¿Y qué dicen mis palabras?
¡Por él huyen en volandas!

¡Oh castillos, oh estaciones!

Y si la pena me arrastra
me aseguro su desgracia.

Preciso es que su desdén
me entregue a la muerte. Amén.

¡Oh palacios, oh estaciones!



Ô saisons, ô châteaux,
Quelle âme est sans défauts?

Ô saisons, ô chateaux,

J'ai fait la magique étude
Du Bonheur, que nul n'élude.

O vive lui, chaque fois
Que chante son coq galois.

Mais! je n'aurai plus d'envie,
Il s'est chargé de ma vie.

Ce Charme! il prit âme et corps,
Et dispersa tous efforts.

Que comprendre à ma parole?
Il fait qu'elle fuie et vole!

Ô saisons, ô châteaux!

Et, si le malheur m'entraîne,
Sa disgrâce m'est certaine.

Il faut que son dédain, las!
Me livre au plus prompt trépas!

–Ô Saisons, ô Châteaux!


Arthur Rimbaud

jueves, 22 de noviembre de 2007

El collar de la paloma

Y todavía he conseguido algo más completo, que es comparar cinco cosas con otras cinco en un mismo verso, como puede verse en el siguiente poema:

Me quedé con ella a solas, sin más tercero que el vino,
mientras el ala de la tiniebla nocturna se abría suavemente.
Era una muchacha sin cuya vecindad perdería la vida.
¡Ay de ti! ¿Es que es pecado este anhelo de vivir?
Yo, ella, la copa, el vino blanco y la oscuridad
parecíamos tierra, lluvia, perla, oro y azabache.


Inb Hazm de Córdoba, de El collar de la paloma



Fernando Fernán-Gómez - El malvado Carabel



El malvado Carabel (1955), de Fernando Fernán-Gómez

domingo, 18 de noviembre de 2007

Vladimir Holan



HAY


Hay cosas ocultas a sí mismas.

Así que casi humanas
tal vez pudieran revelarse en nosotros
y sonriendo dejarnos desnudos ante todo.
Pero nuestra ignorancia es tanto más excepcional.
Se está más caliente junto a los animales...


Vladimir Holan, de Dolor



Cat people - Jacques Tourneur




La mujer pantera (1942), Jacques Tourneur

César Vallejo



Tengo un miedo terrible de ser un animal
de blanca nieve, que sostuvo padre
y madre, con su sola circulación venosa,
y que, este día espléndido, solar y arzobispal,
día que representa así a la noche,
linealmente
elude este animal estar contento, respirar
y transformarse y tener plata.

Sería pena grande
que fuera yo tan hombre hasta ese punto.
Un disparate, una premisa ubérrima
a cuyo yugo ocasional sucumbe
el gonce espiritual de mi cintura.
Un disparate... En tanto,
es así, más acá de la cabeza de Dios,
en la tabla de Locke, de Bacon, en el lívido pescuezo
de la bestia, en el hocico del alma.

Y, en lógica aromática,
tengo ese miedo práctico, ese día
espléndido, lunar, de ser aquél, éste talvez,
a cuyo olfato huele a muerto el suelo,
el disparate vivo y el disparate muerto.

¡Oh revolcarse, estar, toser, fajarse,
fajarse la doctrina, la sien, de un hombre al otro,
alejarse, llorar, darlo por ocho
o por siete o por seis, por cinco o darlo
por la vida que tiene tres potencias.

22 Octubre 1937

César Vallejo, de Poemas humanos

viernes, 16 de noviembre de 2007

jueves, 15 de noviembre de 2007

Los caballos de Aquiles



Cuando a Patroclo vieron muerto,
al joven, fuerte, audaz Patroclo,
se entregaron al llanto los caballos de Aquiles
y su inmortal naturaleza alzose
contra la obra oscura de la muerte.
Las hermosas cabelleras sacudieron de largas crines
y la tierra dura golpeó su pezuña: así lloraron
a Patroclo ahora exánime, vencido,
cuerpo solo, alma ausente, sin aliento,
indefenso, devuelto de la vida
al seno inmenso de la Nada.

Al ver Zeus llorar a las divinas
bestias dijo con pesadumbre: "El día de la boda de Peleo
irreflexivo fui. Mejor no haberos dado
a míseros humanos sujetos a destino,
si a vosotros la muerte o la vejez no esperan.
Lo efímero os aflige: en su desgracia
os ha mezclado el hombre".
Si embargo,
ante la dura imagen de la perpetua muerte,
los nobles animales se entregaban al llanto.


Constantin Cavafis

Vita nuova - Dante Alighieri



Tan gentil y honorable se presenta
cuando a alguno saluda mi señora,
que temblando las lenguas enmudecen,
y no se atreven a mirar los ojos.

Sitiéndose alabar, camina ella,
benignamente de humildad vestida;

y parece una cosa que viniese
del cielo a tierra por mostrar milagro.

Tan placentera a quien la ve se muestra,
que el corazón endulza por los ojos,
y aquel que no lo prueba no lo entiende:

y escaparse parece de sus labios
un delicado espíritu amoroso
que al alma va diciéndole: suspira.


Dante Alighieri, de Vida nueva

Ocho sentencias de muerte




Kind Hearts and Coronets (1949), Robert Hamer

martes, 13 de noviembre de 2007

C. D. Friedrich - Monje en la orilla del mar


Caspar David Friedrich, Monje en la orilla del mar

Tristam Shandy




Si no tuviera la certeza moral de que el lector está a punto de perder la paciencia por conocer el carácter de mi tío Toby, le hubiera convencido previamente de que no hay instrumento más preciso para describirle que el que yo he encontrado.

Un hombre y su HOBBY-HORSE aunque no me atreva a decir que se comporten y reaccionen como lo hacen el alma y el cuerpo, sí ponen de manifiesto una cierta comunicación entre ellos. Mi opinión es que existe en esto algo parecido a la corriente de inducción de los cuerpos electrizados y ello es debido, sobre todo, a la parte caliente del caballero que se mantiene en directo contacto con el lomo del HOBBY-HORSE. Debido a los dilatados contactos y a la persistente fricción, sucede que, a la larga, el cuerpo del caballero se satura al máximo de materia HOBBY-HÓSICA, de forma que si podemos dar una descripción clara del uno, estaremos en condiciones de obtener una idea bastante exacta del genio y del carácter del otro.


Laurence Sterne, Vida y opiniones del caballero Tristam Shandy


Edith Södergran



PODER

Yo soy la fuerza que ordena. ¿Dónde están los que han de seguirme?
Incluso los más grandes llevan su escudo como soñadores.
¿No hay nadie que lea en mis ojos la fuerza del éxtasis?
¿No hay nadie que comprenda las leves palabras que digo
en voz baja a los más cercanos?
Yo no obedezco leyes. Soy mi propia ley.
Me apodero de las cosas.


Edith Södergran, de Sombra de futuro

sábado, 10 de noviembre de 2007

The hustler (1961)




The hustler (1961), Robert Rossen

Besos para Catulo



Vivamos, querida Lesbia, y amémonos,
y las habladurías de los viejos puritanos
nos importen todas un bledo.
Los soles pueden salir y ponerse;
nosotros, tan pronto acabe nuestra efímera vida,
tendremos que vivir una noche sin fin.
Dame mil besos, después cien,
luego otros mil, luego otros cien,
después hasta dos mil, después otra vez cien;
luego, cuando lleguemos a muchos miles,
perderemos la cuenta para ignorarla
y para que ningún malvado pueda dañarnos,
cuando se entere del total de nuestros besos.


Gayo Valerio Catulo, de Poesías


Lord Jim



Entonces, Jim lo comprendió todo. Habíase retirado de un mundo, por la pequeñez de un impulsivo salto que no quisieron perdonarle, y ahora el otro mundo que se había creado él con su solo esfuerzo caía en ruinas sobre su cabeza. ¡Era peligroso que su criado saliera de allí para mezclarse con su propio pueblo! Creo que en aquel mismo momento decidió recibir aquel desastre desafiándolo del único modo que se le ocurrió a él que tal catástrofe podía desafiarse; pero lo que solamente sé es que, sin pronunciar palabra, salió de su dormitorio y fue a sentarse ante la larga mesa a cuya cabeza estaba acostumbrado a ordenar los asuntos de su mundo especial, proclamando diariamente aquel fondo de verdad que ciertamente albergaba su corazón. No le robarían por segunda vez la paz los malignos poderes infernales. Como estatua de piedra permanecía allí sentado.

Joseph Conrad, Lord Jim

El espíritu de la colmena




El espíritu de la colmena (1973), Víctor Erice

miércoles, 7 de noviembre de 2007

Hamlet y Yorick (II)




Hamlet (1948), Laurence Olivier

Hamlet y Yorick


HAMLET.- Deja que te vea. (Coge la calavera) ¡Ay, pobre Yorick! Yo le conocí, Horacio: era un hombre de una gracia infinita y de una fantasía portentosa. Mil veces me llevó a cuestas, y ahora, ¡qué horror siento al pensarlo!, a su vista se me revuelve el estómago. Aquí pendían aquellos labios que yo he besado no sé cuantas veces. ¿Qué se hicieron tus chanzas, tus piruetas, tus canciones, tus rasgos de buen humor, que hacían prorrumpir en una carcajada a toda la mesa? ¿Nada, ni un solo chiste siquiera para burlarte de tu propia mueca? ¿Qué hace ahí con la boca abierta? Vete al tocador de mi dama, y dile que, aunque se ponga el grueso de un dedo de afeite, ha de venir forzosamente a esta linda figura. Prueba a hacerla reír con eso.


William Shakespeare, Hamlet, Acto V, escena I

Jacobo Fijman



POEMA VI


Ha caído mi voz, mi última voz, que aún guarda mi nombre.

Mi voz:
pequeña línea, pequeña canción que nos separa de las cosas.

Estamos lejos de mi voz y el mundo, vestidos de humedades blancas.

Estamos en el mundo y con los ojos en la noche.
Mi voz es fría y sucia como la piel de los muertos.


Jacabo Fijman, de Hecho de estampas




sábado, 3 de noviembre de 2007

JRJ - Espacio



"Los dioses no tuvieron más sustancia de la que tengo yo". Yo tengo, como ellos, la sustancia de todo lo vivido y de todo lo por vivir. No soy presente sólo, sino fuga raudal de cabo a fin. Y lo que veo, a un lado y otro, en esta fuga (rosas, restos de alas, sombra y luz) es sólo mío, recuerdo y ansia míos, presentimiento, olvido. ¿Quién sabe más que yo, quién, qué hombre o qué dios, puede, ha podido, podrá decirme a mí qué es mi vida y mi muerte, qué no es? Si hay quien lo sabe, yo lo sé más que ése, y si quien lo ignora, más que ese lo ignoro. Lucha entre este ignorar y este saber es mi vida, su vida, y es la vida. Pasan vientos como pájaros, pájaros igual que flores, flores soles y lunas, lunas soles como yo, como almas, como cuerpos, cuerpos como la muerte y la resurrección; como dioses. Y soy un dios sin espada, sin nada de lo que hacen los hombres con su ciencia; sólo con lo que es producto de lo vivo, lo que se cambia todo; sí de fuego o de luz, luz. ¿Por qué comemos y bebemos otra cosa que luz o fuego? (...)


Juan Ramón Jiménez, fragmento de Espacio



Manuel Millares


Manuel Millares, Sin título (1965)

Roberto Juarroz

22


Inventar el regreso del mundo
después de su desaparición.
E inventar un regreso a ese mundo
desde nuestra desaparición.
Y reunir las dos memorias,
para juntar todos los detalles.

Hay que ponerle pruebas al infinito,
para ver si resiste.


Roberto Juarroz, de Séptima poesía vertical

jueves, 1 de noviembre de 2007

Terrence Malick - The thin red line




La delgada línea roja (1998), Terrence Malick

Stefano Maderno, Santa Cecilia



Stefano Maderno, Santa Cecilia (1600)

Gabriel Bocángel - Huye del sol el sol, y se deshace



Huye del sol el sol, y se deshace
la vida a manos de la propia vida;
del tiempo que, a sus partos homicida,
en mies de siglos las edades pace,

nace la vida, y con la vida nace
del cadáver la fábrica temida.
¿Qué teme, pues, el hombre en la partida,
si vivo estriba en lo que muerto yace?

Lo que pasó ya falta; lo futuro
aún no se vive; lo que está presente
no está, porque es su esencia el movimiento.

Lo que se ignora es sólo lo seguro;
este mundo, república de viento
que tiene por monarca un accidente.


Gabriel Bocángel

domingo, 28 de octubre de 2007

Une partie de campagne




Une partie de campagne (1936), Jean Renoir

Alejandra Pizarnik



MADRUGADA


Desnudo soñando una noche solar.
He yacido días animales.
El viento y la lluvia me borraron
como a un fuego, como a un poema
escrito en un muro.



Alejandra Pizarnik, de Los trabajos y las noches


Paul Valéry - Salmo T



Salmo T.


El más escéptico de todos
es el Tiempo,
que con los Nos hace Síes
y con el odio amor
y al contrario.
Y si el río no remonta a su fuente,
y si la manzana caída no salta
y se reúne a su rama
es porque te falta paciencia para creerlo.


Paul Valéry, de El cementerio marino

Giuseppe Ungaretti



SERENO

Bosque de Courton, julio de 1918

Después de tanta
niebla
una a una
se revelan
las estrellas

Respiro
el fresco
que me deja
el color del cielo

Me reconozco
imagen
pasajera

Presa en un giro
inmortal


SERENO

Bosco di Courton luglio 1918

Dopo tanta
nebbia
a una
a una
si svelano
le stelle

Respiro
il fresco
che mi lascia
il colore del cielo

Mi riconosco
immagine
passeggera

Presa in un giro
immortale


Giuseppe Ungaretti, de La alegría

miércoles, 24 de octubre de 2007

La vuelta de tuerca - Henry James



Estábamos al borde del lago, y, como últimamente habíamos comenzado a estudiar geografía, el lago era el mar de Azof. De pronto, en esas circunstancias, tuve la sensación de que al otro lado del mar de Azof teníamos a un interesado espectador. El conocimiento del hecho se produjo de la manera más extraña del mundo –es decir, aparte del hecho, mucho más extraño, constituido por la misma aparición–, porque yo era, en el juego, algo o alguien que podía sentarse, y lo hice en el viejo banco de piedra que dominaba el estanque; y en esa posición, de pronto, sin ninguna visión directa, comencé a tener la certidumbre de la presencia de una tercera persona.


Henry James, La vuelta de tuerca

The innocents




The innocents (1961), de Jack Clayton

Deborah Kerr In Memoriam (1921-2007)

sábado, 20 de octubre de 2007

El año que vivimos peligrosamente




El año que vivimos peligrosamente (1982), Peter Weir

Propercio



No temo ahora conocer contigo el mar de Adria,
Tulo, ni conducir las velas por la sal egea,
pues contigo podría ascender a los montes rifeos
e ir más allá de las casas memnonias;
mas me retienen las palabras de mi amada que se abraza a mí,
y graves ruegos a menudo con color mudado.
Durante noches enteras me revela sus fuegos
y, abandonada, se queja de que no existen los dioses;
ella me asegura que ya no es mía, amenaza,
como suele una amiga triste a su hombre ingrato.
Ya no puedo resistir una hora más a estas quejas:
¡ah! ¡que perezca, si alguno puede amar en calma!
¿O vale tanto para mí conocer la docta Atenas
y contemplar las riquezas antiguas de Asia,
como para que una vez botada la popa, Cintia me grite
injurias y se arañe el rostro con furiosas manos
y pida al viento contrario los besos que le son debidos,
y que no existe nada más duro que un hombre infiel?
Intenta tú superar las segures merecidas por tu tío
y llevar viejas leyes a olvidados aliados.
Tu vida pues, nunca se entregó de lleno al amor
y su preocupación fue siempre la de las armas patrias.
¡Que jamás ese niño te brinde mis fatigas
y todas las cosas conocidas por mis lágrimas!
Déjame a mí, a quien la fortuna quiso siempre que yaciera
y que entregue esta alma a la indolencia extrema.
Muchos perecieron con agrado en un largo amor,
en el número de los cuales la tierra también me cubra.
No nací para la gloria, ni diestro en armas:
los hados quieren que yo padezca esta milicia.
Pero tú, ya por donde se tiende la muelle Jonia,
ya por donde el agua del Pactolo tiñe las lidias praderas,
ya recorras las tierras con los pies, ya los mares con los remos,
tendrás parte pues del aceptado imperio:
entonces, si tienes un momento como para acordarte de mí
conocerás que yo vivo bajo dura estrella.


Propercio, Elegías, I, 6



viernes, 19 de octubre de 2007

Thomas Bernhard - Maestros antiguos

Nos confiamos durante toda la vida en los Grandes Ingenios y a los, así llamados, Maestros Antiguos, así Reger, y nos vemos luego mortalmente decepcionados por ellos, porque no cumplen su finalidad en el momento decisivo. Atesoramos los Grandes Ingenios y los Maestros Antiguos y creemos que podremos luego, en el momento decisivo de supervivencia, usarlos para nuestros fines, lo que no quiere decir otra cosa que abusar de ellos para nuestros fines, lo que resulta ser un error mortal. Llenamos nuestra caja fuerte espiritual de esos Grandes Ingenios y Maestros Antiguos y recurrimos a ellos en el momento decisivo para nuestras vidas; pero cuando abrimos esa caja fuerte espiritual vacía y vemos que estamos solos y realmente por completo sin recursos.

Thomas Bernhard, de Maestros antiguos

Las aventuras de Huckleberry Finn



Después me habló del Infierno y yo le dije que ojalá me hallara en él. Entonces se puso furiosa, pero yo no lo había dicho con mala intención. Yo sólo quería ir a alguna parte; lo único que ambicionaba era un cambio; lo demás me tenía sin cuidado.

Díjome que era pecado decir lo que yo había dicho; que ella no lo diría por nada del mundo; ella viviría de manera que pudiese ir al cielo. No vi yo la menor ventaja en ir al mismo sitio que ella, conque decidí no intentarlo. Pero me lo callé, pues sólo habría armado el gran cisco, sin ninguna ventaja con ello y nada hubiera adelantado.



Mark Twain, de Las aventuras de Huckleberry Finn

miércoles, 17 de octubre de 2007

Domenico Scarlatti - Sonata K 435

El ejército de las sombras - Jean-Pierre Melville




El ejército de las sombras (1969), Jean-Pierre Melville

East Coker

I

En mi comienzo está mi fin. En sucesión
se levantan y caen casas, se desmoronan, se extienden,
se las retira, se las destruye, se las restaura, o en su lugar
hay un campo abierto, o una fábrica, o una circunvalación.
Vieja piedra para edificio nuevo, vieja madera para hogueras nuevas,
que ya es carne, pieles y heces,
hueso de hombre y animal, tallo y hoja de maíz.
Las casas viven y mueren; hay un tiempo para construir
y un tiempo para vivir y para engendrar
y un tiempo para que el viento rompa el cristal desprendido
y agite las tablas del suelo donde trota el ratón de campo
y agite el tapiz hecho jirones con un lema silencioso.

En mi comienzo está mi fin. Ahora cae la luz
a través del campo abierto, dejando la hundida vereda
tapada con ramas, oscura en la tarde,
donde uno se apoya contra un lado cuando pasa un carro,
y la vereda hundida insiste en la dirección
hacia la aldea, hipnotizada en el calor
eléctrico. En cálida neblina, la sofocante luz
es absorbida, no refractada, por piedra gris.
Las dalias duermen en el silencio vacío.
Esperad al búho tempranero.
En ese campo abierto
si no os acercáis, si no os acercáis demasiado,
en una medianoche de verano, podéis oír la música
de la débil flauta y el tamboril
y verles bailar en torno a la hoguera
la unión de hombre y mujer
en danzas, significando
un sacramento digno y conveniente.
De dos en dos, en necesario juntamiento
enlazándose bien sea por la mano o el brazo
lo cual ha por significado la concordia. En torno al fuego
brincando a través de las llamas, o unidos en corros,
rústicamente solemnes o en rústica risa
levantando pesados pies en torpes zapatos,
pies de tierra, pies de marga, levantando en júbilo campesino,
júbilo de aquellos ya hace mucho bajo la tierra
alimentando el trigo. Llevando el compás,
marcando el ritmo en su danzar
como en su vivir en las estaciones vivas
el tiempo de las estaciones y las constelaciones
el tiempo de ordeñar y el tiempo de segar
el tiempo de aparearse hombre y mujer
y el de los animales. Pies subiendo y bajando.
Comiendo y bebiendo. Estiércol y muerte.

La aurora apunta, y otro día
se prepara para el calor y el silencio. Mar adentro el viento de la aurora
se arruga y resbala. Estoy aquí
o allí, o en otro lugar. En mi comienzo.


T. S. Eliot, fragmento del poema East Coker, de Cuatro cuartetos

Mañana de domingo - Wallace Stevens

VI

¿No habrá en el paraíso otro tipo de muerte?
¿No cae la fruta cuando madura, o cuelgan
Las ramas siempre grávidas en el cielo perfecto,
Inmutable, aunque tan parecido a nuestra tierra mortal,
Con ríos como los nuestros, siempre en busca de mares
Que nunca encuentran, de las mismas playas menguantes
Que nunca tocan con dolor inexpresable?
¿Por qué plantar allí el peral, sobre aquellos ribazos,
O perfumar las playas con el aroma del ciruelo?
¡Ay, que luzcan allí nuestros colores,
La trama sedosa de nuestros atardeceres,
Y suenen las cuerdas de insípidos laúdes!
La muerte es mística madre de belleza,
En cuyo seno ardiente inventamos
A nuestras madres terrenales, despiertas, esperando.


Wallace Stevens, fragmento del poema Mañana de domingo

domingo, 14 de octubre de 2007

En la abadía de Furness - Wordsworth



EN LA ABADÍA DE FURNESS

A mediodía aquí vienen a descansar
estos trabajadores ferroviarios. Se sientan,
pasean por las ruinas, pero no se oyen charlas
vanas: han adoptado todos un aire serio,

y, a una voz, suena un Himno vibrante que consagra
una vez más el Coro, tanto tiempo olvidado,
y en torno hace vibrar la vieja tierra fúnebre.
Otros miran arriba y admiran largamente

el ancho arco, pensando cómo se levantó,
para elevar tan alto allá su fuerza y gracia:
parecen notar todos el alma del lugar,

y, como común respeto, es alabado Dios:
saqueadores profanos, ¿no os sentís reprobados
mientras éstos, de espíritu sencillo, se conmueven?


William Wordsworth, En la abadía de Furness

L'Atalante




L'Atalante (1934), Jean Vigo

La casa encendida - Luis Rosales



Porque todo es igual y tú lo sabes,
has llegado a tu casa, y has cerrado la puerta
con ese mismo gesto con que se tira un día,
con que se quita la hoja atrasada al calendario
cuando todo es igual y tú lo sabes.
Has llegado a tu casa,
y, al entrar,
has sentido la extrañeza de tus pasos
que estaban ya sonando en el pasillo antes de que llegaras,
y encendiste la luz para volver a comprobar
que todas las cosas están exactamente colocadas como estarán
dentro de un año;
y después,
te has bañado, respetuosa y tristemente, lo mismo que un suicida,
y has mirado tus libros como miran los árboles sus hojas,
y te has sentido solo,
humanamente solo,
definitivamente solo porque todo es igual y tú lo sabes.

Has llegado a tu casa,
y ahora querrías saber para qué sirve estar sentado,
para qué sirve estar sentado igual que un náufrago
entre tus pobres cosas cotidianas.
Sí, ahora quisiera yo saber
para qué sirven el gabinete nómada y el hogar que jamás se ha encendido,
y el Belén de Granada
–él Belén que fue niño cuando nosotros todavía nos dormíamos cantando–
y para qué puede servir esta palabra: "ahora",
esta palabra misma: "ahora",
cuando empieza la nieve
cuando nace la nieve,
cuando crece la nieve en una vida que quizás está siendo la mía,
en una vida que no tiene memoria perdurable,
que no tiene mañana,
que no conoce apenas si era clavel, si es rosa,
si fue azucenamente hacia la tarde.


Luis Rosales, fragmento del poema La casa encendida

De la naturaleza de las cosas



La muerte nada es, ni nos importa,
puesto que de mortal naturaleza:
y a la manera que en el tiempo antiguo
no sentimos nosotros el conflicto
cuando el cartaginés con grandes fuerzas
llegó por todas partes a embestirnos;
cuando tembló todo el romano imperio
con trépido tumulto, sacudido
de horrible guerra en los profundos aires;
cuando el género humano en mar y tierra
suspenso estuvo sobre cuál de entrambos
vendría a subyugarle; pues lo mismo,
luego que no existamos, y la muerte
hubiese separado cuerpo y alma,
los que forman unidos nuestra esencia,
nada podrá sin duda acaecernos
y darnos sentimiento, no existiendo:
aunque el mar se revuelva con la tierra,
y aunque se junte el mar con las estrellas.


Lucrecio, De la naturaleza de las cosas