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sábado, 2 de julio de 2011

Moby Dick - La matanza de los tiburones







Pero en la espumosa confusión de los adversarios que se debatían mezclados, los tiradores no siempre daban en el blanco: esto reveló otro aspecto de la increíble voracidad del enemigo. Los tiburones no sólo se mordían ferozmente las vísceras colgantes unos a otros, sino que se doblaban como arcos flexibles y se mordían a sí mismos, de modo que al fin esas entrañas parecían tragadas una y otra vez por la misma boca para ser arrojadas por la herida abierta en el lado opuesto. Y esto no era todo. Era peligroso mezclarse con los cadáveres y los espectros de esos seres. En sus huesos y articulaciones parecía esconderse una especie de vitalidad genérica o panteísta, aun después de extinguirse lo que podríamos llamar la vida individual. Muerto e izado a bordo para quitarle la piel, uno de esos tiburones estuvo a punto de arrancar una mano al pobre Queequeg, cuando éste trató de bajar el belfo muerto sobre la quijada asesina.

Herman Melville, Moby Dick, Mondadori, 2003