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sábado, 21 de abril de 2012

T. S. Eliot - Little Gidding





(...)

V

Lo que llamamos el comienzo es a menudo el fin
y llegar a un fin es hacer un comienzo.
El fin es de donde arrancamos. Y cada expresión
y frase que sea correcta (donde cada palabra esté en su casa,
ocupando su lugar para apoyar a las demás,
la palabra ni desconfiada ni ostentosa,
un fácil comercio de lo viejo y lo nuevo,
la palabra corriente, exacta sin vulgaridad,
la palabra formal, precisa pero no pedante,
el conjunto completo bailando juntos)
toda expresión y toda frase es un fin y un comienzo,
todo poema es un epitafio. Y cualquier acción
es un paso al tajo, al fuego, por la garganta del mar abajo
o hacia la piedra ilegible: y ahí es donde arrancamos.
Morimos con los agonizantes:
ved, ellos se marchan, y nos vamos con ellos.
Nacemos con los muertos:
ved, ellos vuelven, y nos traen con ellos.
El momento de la rosa y el momento del tejo
son de igual duración. Un pueblo sin historia
no se redime del tiempo, pues la historia es una ordenación
de momentos sin tiempo. Así, mientras la luz cae
en una tarde de invierno, en una capilla apartada
la historia es ahora e Inglaterra.

Con la atracción de este Amor y la voz de esta Llamada

No cesaremos de explorar
y el fin de toda nuestra exploración
será llegar a donde arrancamos
y conocer el lugar por primera vez.
A través de la puerta desconocida, recordada
cuando lo último de la tierra por descubrir
sea lo que era el comienzo;
en la fuente del río más largo
la voz de la cascada escondida
y los niños en el manzano
no conocida, porque no buscada
pero oída, medio oída, en el silencio
entre dos olas del mar.
Deprisa ahora, aquí, ahora, siempre –
una situación de completa sencillez
(costando no menos que todo)
y todo irá bien y toda
clase de cosas irán bien
cuando las lenguas de llamas estén plegadas hacia dentro
en el coronado nudo de fuego
y el fuego y la rosa sean uno.

T.S. Eliot, Little Gidding, en Poesías reunidas, trad. José María Valverde, Alianza

miércoles, 17 de octubre de 2007

East Coker

I

En mi comienzo está mi fin. En sucesión
se levantan y caen casas, se desmoronan, se extienden,
se las retira, se las destruye, se las restaura, o en su lugar
hay un campo abierto, o una fábrica, o una circunvalación.
Vieja piedra para edificio nuevo, vieja madera para hogueras nuevas,
que ya es carne, pieles y heces,
hueso de hombre y animal, tallo y hoja de maíz.
Las casas viven y mueren; hay un tiempo para construir
y un tiempo para vivir y para engendrar
y un tiempo para que el viento rompa el cristal desprendido
y agite las tablas del suelo donde trota el ratón de campo
y agite el tapiz hecho jirones con un lema silencioso.

En mi comienzo está mi fin. Ahora cae la luz
a través del campo abierto, dejando la hundida vereda
tapada con ramas, oscura en la tarde,
donde uno se apoya contra un lado cuando pasa un carro,
y la vereda hundida insiste en la dirección
hacia la aldea, hipnotizada en el calor
eléctrico. En cálida neblina, la sofocante luz
es absorbida, no refractada, por piedra gris.
Las dalias duermen en el silencio vacío.
Esperad al búho tempranero.
En ese campo abierto
si no os acercáis, si no os acercáis demasiado,
en una medianoche de verano, podéis oír la música
de la débil flauta y el tamboril
y verles bailar en torno a la hoguera
la unión de hombre y mujer
en danzas, significando
un sacramento digno y conveniente.
De dos en dos, en necesario juntamiento
enlazándose bien sea por la mano o el brazo
lo cual ha por significado la concordia. En torno al fuego
brincando a través de las llamas, o unidos en corros,
rústicamente solemnes o en rústica risa
levantando pesados pies en torpes zapatos,
pies de tierra, pies de marga, levantando en júbilo campesino,
júbilo de aquellos ya hace mucho bajo la tierra
alimentando el trigo. Llevando el compás,
marcando el ritmo en su danzar
como en su vivir en las estaciones vivas
el tiempo de las estaciones y las constelaciones
el tiempo de ordeñar y el tiempo de segar
el tiempo de aparearse hombre y mujer
y el de los animales. Pies subiendo y bajando.
Comiendo y bebiendo. Estiércol y muerte.

La aurora apunta, y otro día
se prepara para el calor y el silencio. Mar adentro el viento de la aurora
se arruga y resbala. Estoy aquí
o allí, o en otro lugar. En mi comienzo.


T. S. Eliot, fragmento del poema East Coker, de Cuatro cuartetos