domingo, 30 de marzo de 2008

Waterloo Bridge




Waterllo Bridge (1940), Mervyn LeRoy

José-Miguel Ullán





UNIDAD

Unidad, nos hemos salvado,

aunque fuera preciso creerse
en los brazos del sueño primero:
esas sombras que cruzan el Duero
para oírse gemir en la noche
de la otra orilla, al desnacer,
lo mismo:

¿Qué es esto que yo no he sido?


José-Miguel Ullán, en Ardicia

Le sonneur - Mallarmé





EL CAMPANERO


Mientras la campana despierta su voz clara
al aire puro y límpido y profundo de la mañana
y pasa sobre el niño que arroja por agradarle
un ángelus entre la lavanda y el tomillo,

el campanero rozado por el pájaro que él aclara
cabalgando triste y gimoteando latines
sobre la piedra que tiende la cuerda secular
no escucha llegar a él más que un tintineo lejano.

Yo soy ese hombre. ¡Ay!, de la noche deseosa
inútilmente tiro el cable que llama al Ideal
con fríos pecados se divierte un plumaje de hada,

¡y la voz sólo me llega por migajas y hueca!
Pero un día, cansado de haber tirado en vano,
oh Satán, quitaré la piedra y me colgaré.


Stephan Mallarmé, de Poesía completa


LE SONNEUR


Cependant que la cloche éveille sa voiz claire
À l'air pur et limpide et profond du matin
Et passe sur l'enfant qui jette pour lui plaire
Un angelus parmi la lavande et le thym,

Le sonneur effleuré par l'oiseau qu'il éclaire,
Chevauchant tristement en geignant du latin
Sur la pierre qui tend la corde séculaire,
N'entend descendre à lui qu'un tintement lointain.

Je suis cet homme. Hélas! de la nuit désireuse,
J'ai beau tirer le câble à sonner l'Idéal,
De froids péchés s'ebat un plumage féal,

Et la voix ne me vient que par bribes et creuse!
Mais, un jour, fatigué d'avoir en vain tiré,
O Satan, j'ôterai la pierre et me pendrai.


Josep Pla - El cuaderno gris






1 de enero

Hago balance seriamente. Seriamente no implica una hipocresía inicial. Quiere decir que, dentro de mis posibilidades, estoy dispuesto a escribir claro.
No tengo ninguna condición para la amistad. Sólo quiero a las personas que me pueden enseñar alguna cosa –y un momento, a las que me distraen. Las efusiones y atenciones ajenas me producen el efecto de una vejación. Los elogios me dan fiebre. Las perfumadas amabilidades de Roldós –perfume barato– me sublevan. Si fuese rico y pudiese tener pianista, ya lo hubiera mandado a paseo. Mi egoísmo es nauseabundo e infecto.
Noto, por otra parte, que a medida que pasan los meses, mi desfachatez va en aumento. La mixtificación me divierte, aunque después, al considerarla fríamente, me repugne. Tengo una cierta tendencia –hasta diría una facilidad– a inventar cosas, a manipularlas a mi conveniencia. A veces hago callar a un interlocutor con una observación cuya falsedad –me consta– es absoluta, totalmente inventada. A menudo este juego se me da de una manera inconsciente, por el gusto mismo del juego. El hecho de que un mecanismo semejante, de una apariencia tan voluntaria y deliberada, pueda manifestárseme de manera inconsciente me lo hace inexplicable. Es desagradable pensar que se puede ser un mixtificador sin saberlo.
El estado permanente del hombre es el pecado. (Lector: no precipites, por favor, el comentario.) En la vida –me parece– se puede aceptar este hecho o tener alguna aspiración a la pureza. Pero salir del pecado es imposible. Tan imposible como salir de la injusticia. Y, quizá tan peligroso como salir de la injusticia. Si uno trata de salir del pecado, pueden suceder dos cosas: no acabar de salir por el contrapeso del pecado a creer haber salido sin ser verdad, sin ser cierto, y convertirse, entonces, en un ser falso e hipócrita, capaz de hacer cualquier enormidad en nombre de la pureza fingida. Considerarse siempre un pecador siniestro puede dar una cierta esperanza de llegar a la humildad y la discreción. Espero que esta convicción no me abandonará en el curso de mi vida. Es la única esperanza que tengo.


Josep Pla, de El cuaderno gris

jueves, 20 de marzo de 2008

Random Harvest




Random Harvest (Niebla en el pasado)(1942), Mervin LeRoy

Safo de Lesbos





(Fr. 51)



Qué puedo hacer, no lo sé: mis deseos son dobles.


Safo, de Poemas y fragmentos

Ángel Crespo




EL TIEMPO SE HA POSADO

El tiempo se ha posado como un pájaro
peregrino y cansado
a la sombra que doy. Ave de alas
abiertas y caídas
ahora, la cabeza inclina, y abre
el curvo pico, ya ciega a la luz
que ahora no mueve rayos.
Igual que un agua que se remansara
cuando, al formar cascada, está cayendo,
o como llama que de arder dejase
al unirse a otra llama, o como aire
que cesa de moverse a medio viento,
así el tiempo, a mitad
de sí mismo, pretende que yo aprenda
a eternizarme –y que me pare un punto
a la sombra que da bajo mi sombra.


Ángel Crespo, de Antología poética

sábado, 15 de marzo de 2008

Jennie - William Dieterle



Jennie (1948), William Dieterle

Lawrence Durrell - El cuarteto de Alejandría





Otra vez mar gruesa, y el viento sopla en ráfagas excitantes: en pleno invierno se sienten ya los anticipos de la primavera. Un cielo nacarado, caliente y límpido hasta mediodía, grillos en los rincones umbrosos, y ahora el viento penetrando en los grandes plátanos, escudriñándolos.
Me he refugiado en esta isla con algunos libros y la niña, la hija de Melissa. No sé por qué empleo la palabra "refugiado". Los isleños dicen bromeando que solamente un enfermo puede elegir este lugar perdido para restablecerse. Bueno, digamos, si se prefiere, que he venido aquí para curarme...
De noche, cuando el viento brama y la niña duerme apaciblemente en su camita de madera junto a la chimenea resonante, enciendo una lámpara y doy vueltas en la habitación pensando en mis amigos, en Justine y Nessim, en Melissa y Balthazar. Retrocedo paso a paso en el camino del recuerdo para llegar a la ciudad donde vivimos todos un lapso tan breve, la ciudad se sirvió de nosotros como si fuéramos su flora, que nos envolvió en conflictos que eran suyos y creíamos equivocadamente nuestros, la amada Alejandría.
¡He tenido que venir tan lejos para comprenderlo todo! En este desolado promontorio que Arcturo arranca noche anoche de las tinieblas, lejos del polvo calcinado de aquellas tardes de verano, veo al fin que ninguno de nosotros puede ser juzgado por lo que ocurrió entonces. La ciudad es la que debe ser juzgada, aunque seamos sus hijos quienes paguemos el precio.


Lawrence Durrell, de Justine

Ricardo Reis





Bajo leve tutela
de dioses impasibles,
quiero gastar las concedidas horas
de esta emplazada vida.

Nada pudiendo contra
el ser que me formaron,
deseo que me haya el Hado al menos
dado paz por destino.

De la verdad no quiero
más que vida: los dioses
dan vida y no verdad, y acaso ni ellos
conozcan la verdad.


Ricardo Reis, Odas, de Antología poética, Fernando Pessoa

viernes, 7 de marzo de 2008

El último - F. W. Murnau




El último (1924), F. W. Murnau

Vivaldi - Las cuatro estaciones (invierno)



Antonio Vivaldi, Las cuatro estaciones (invierno), Kyung Wha Chung (violín)

R. M. Rilke

XXII


Somos los inquietos acuciadores.
Pero el paso del tiempo
tomadlo por cosa de poca monta
entre aquellas otras que nunca pasan.

Todo lo apresurado
es ya de suyo efímero;
pues lo que se demora
es lo que nos inicia.

Chicos, oh, no os arrojéis animosos
en brazos de la velocidad
ni os seduzca el intento de volar.

Todo se halla aquietado:
sombra y luz,
flor y libro.


Rainer Maria Rilke, de Sonetos a Orfeo

Retorno a Brideshead






"He estado antes aquí", dije; había estado, en efecto, primero con Sebastian, más de veinte años atrás, un día claro de junio, con las cunetas rebosantes de lechosas reinas de los prados y el aire cargado de todos los perfumes de verano. Era un día de especial esplendor y, a pesar de que había estado allí tantas veces y con tan distintos estados de ánimo, fue aquella primera visita la que mi corazón evocaba ahora, en la última.
Aquel día también había llegado sin saber adónde iba. Era la semana de regatas universitarias. Oxford –hoy sumergido, arrasado, irrecuperable como Lyonnesse, por la velocidad con que las aguas lo han inundado–, Oxford, entonces, era todavía una ciudad de acuatinta. Los hombres paseaban y conversaban por sus calles espaciosas y tranquilas como en los tiempos de Newman; sus nieblas otoñales, sus primaveras grises y el esplendor excepcional de sus días de verano –como, por ejemplo, aquél–, cuando los castaños estaban en flor y las campanas repicaban claras y sonoras sobre los gabletes y las cúpulas, exhalaban la suave atmósfera de siglos de juventud.


Evelyn Waugh, Retorno a Brideshead