sábado, 24 de septiembre de 2011

Harry Martinson - Debes consolarte...

                                        
                        
                               
                               
                                  
Finalmente debes consolarte con el hecho de que la extensión de los hielos aumenta.
Que los jubilosos fuegos artificiales en su superficie son ocasionales,
que el ponche con clavo cordialmente caliente
no calienta demasiado en el poderoso Ártico.
Debes alegrate de este duro conocimiento conseguido entre témpanos de hielo.
Alégrate finalmente de no ser ciego.

Harry Martinson, Entre luz y oscuridad, trad. Francisco J. Uriz, Nórdica, 2009

sábado, 17 de septiembre de 2011

Manuel Vilas - Amor

                                  
                                       
                                                        
                                           
                                                           

Una mañana Manuel Vilas sacó todo su dinero de los bancos.

Fue a las cajas de ahorro, fue a las compañías de seguros,
vendió su coche, anuló su plan de pensiones,
se lo llevó todo en efectivo, un buen fajo de billetes calientes.

Qué bien, dijo, qué fuerte,
y todos los empleados y los directores querían disuadirle
pero Vilas tenía unas ganas infinitas de pasarlo bien.

Y luego se fue a ver enfermos,
a ver emigrantes, incluso se fue a las cárceles.

Quería ser un santo espectacular, tenía esa marcha,
tenía esa gran ilusión.
Quería ser Cristo, Lenin, San Pablo,
quería ir más allá del orden, de la naturaleza y de la vida.

Recorrió la ciudad de Zaragoza repartiendo dinero.
En Conde de Arnada, dio mil euros a tres árabes,
que le besaron los pies, y las manos, y se arrodillaron.

En el barrio de Delicias, en la calle Barcelona,
dio trescientos euros a una negra africana,
y ella quería comerle el sexo al buen Vilas,
pero Vilas dijo "no, nena, hoy soy un santo,
hoy son San Vilas,
consérvate para tu marido, él te necesita,
y yo os bendigo; anda, nena, ve en paz".

Y Vilas se echó a reír.

Fuego, qué fuego más grande,
y siguió repartiendo,  a una vieja china
de un todo a cien le dio seiscientos euros,
y la vieja le hizo una foto de diez millones de megapisels
y la amplió y la enmarcó y la colgó
en mitad de su tienda con dos velas debajo.
A un vendedor de La Farola, ese periódico
de los pobres, le dio ochocientos euros.
Y el vendedor se echó a llorar y ardía
como una vela en mitad de las catedrales antiguas.

Vilas quería ser un santo, tenía esa marcha.

Toda la mañana y toda la tarde estuvo quemando su dinero.

Miró la atmósfera y se estaban abriendo los palacios celestiales.

Estaba enamorado de sus semejantes.

Nunca vimos a nadie tan enamorado.


Manuel Vilas, Amor. Poesía reunida, 1988-2010, Visor, 2010

domingo, 11 de septiembre de 2011

Vicente Blasco Ibáñez - La barraca

                                       
                          
                                    
                                                


Cayó un trozo de muro de barro y estacas, y por la negra brecha salió como una centella un monstruo espantable, arrojando humo por las narices, agitando su melena de chispas, batiendo desesperadamente la cola como escoba de fuego, que esparcía un hedor de pelos quemados.
Era el rocín. Pasó con prodigioso salto por encima de la familia, corriendo locamente por los campos, buscando instintivamente la acequia, donde cayó con un chirrido de hierro que se apaga.
Tras él, arrastrándose como un demonio ebrio, lanzando espantables gruñidos, salió otro espectro de fuego, el cerdo, que se desplomó en medio del campo, ardiendo como una antorcha de grasa.

Vicente Blasco Ibáñez, La barraca

sábado, 3 de septiembre de 2011

La belle dame sans merci - John Keats - J. W. Waterhouse - J. E. Cirlot - F. J. Schaffner



Ballad
I.






O WHAT can ail thee, knight-at-arms,


Alone and palely loitering?


The sedge has wither’d from the lake,


And no birds sing.






II.






O what can ail thee, knight-at-arms!


So haggard and so woe-begone?


The squirrel’s granary is full,


And the harvest’s done.






III.






I see a lily on thy brow


With anguish moist and fever dew, 


And on thy cheeks a fading rose


Fast withereth too.






IV.






I met a lady in the meads,


Full beautiful—a faery’s child,


Her hair was long, her foot was light, 


And her eyes were wild.






V.






I made a garland for her head,


And bracelets too, and fragrant zone;


She look’d at me as she did love,


And made sweet moan. 






VI.






I set her on my pacing steed,


And nothing else saw all day long,


For sidelong would she bend, and sing


A faery’s song.






VII.






She found me roots of relish sweet,


And honey wild, and manna dew,


And sure in language strange she said—


“I love thee true.”






VIII.






She took me to her elfin grot,


And there she wept, and sigh’d fill sore, 


And there I shut her wild wild eyes


With kisses four.






IX.






And there she lulled me asleep,


And there I dream’d—Ah! woe betide!


The latest dream I ever dream’d 


On the cold hill’s side.






X.






I saw pale kings and princes too,


Pale warriors, death-pale were they all;


They cried—“La Belle Dame sans Merci


Hath thee in thrall!”






XI.






I saw their starved lips in the gloam,


With horrid warning gaped wide,


And I awoke and found me here,


On the cold hill’s side.






XII.






And this is why I sojourn here,


Alone and palely loitering,


Though the sedge is wither’d from the lake,


And no birds sing.







I





¿De qué adoleces, caballero,
tan solo y pálido vagando?
Del lago el junco se ha secado,
y no cantan los pájaros.






II




¿De qué adoleces, caballero,
desmejorado y miserable?
La ardilla ha llenado su granero,
se ha dado la cosecha.






III






Un lirio veo sobre tu frente
de helada angustia y fiebre en vaho,
y en tus mejillas una rosa
también se ha marchitado.






IV






Traté a una dama en la pradera,
hermosa y bella – un hada niña.
De pelo largo y pies ligeros,
salvaje la mirada.






V






Tejí guirnaldas en su frente,
pulsera y cinto perfumados.
Y me miró cual si me amara,
gimiendo dulcemente.






VI






En mi corcel la hube sentado,
y en todo el día no vi más nada.
Pues de soslayo ella entonó,
una canción de hadas.




VII





Halló por mí raíces dulces,
y miel silvestre y maná fresco.
Y en una extraña lengua dijo:
“En verdad que te amo.”






VIII






Y me llevó a su cueva de elfos,
cayó en lamentos y sollozos.
Y yo cerré sus fieros ojos,
con abundantes besos.






IX






Y me arrulló hasta que dormí,
y ahí soñé lo más horrible
que haya soñado alguna vez,
en esta fría ladera.






X






Vi Reyes pálidos, Princesas,
Guerreros: todos cadavéricos,
gemían: “la bella dama sin
piedad te tiene preso.”






XI






Hambrientos labios en las sombras,
me dieron su hórrida advertencia.
Y desperté: me encontré aquí,
en esta fría ladera.






XII






He ahí el porqué aquí permanezco,
tan solo y pálido vagando.
Si bien del lago el junco se ha secado,
y no cantan los pájaros.



John Keats, La belle dame sans merci, trad. Milton Medellín, aquí


La belle dame sans merci, John William Waterhouse



Es mi espada del año mil que llora,
no yo.

Mi corazón es blanco y no se queja.



Juan Eduardo Cirlot, Obra poética, Ciclo de Bronwyn, Cátedra, 1997




The war lord (1965), Franklin J. Schaffner