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sábado, 17 de septiembre de 2011

Manuel Vilas - Amor

                                  
                                       
                                                        
                                           
                                                           

Una mañana Manuel Vilas sacó todo su dinero de los bancos.

Fue a las cajas de ahorro, fue a las compañías de seguros,
vendió su coche, anuló su plan de pensiones,
se lo llevó todo en efectivo, un buen fajo de billetes calientes.

Qué bien, dijo, qué fuerte,
y todos los empleados y los directores querían disuadirle
pero Vilas tenía unas ganas infinitas de pasarlo bien.

Y luego se fue a ver enfermos,
a ver emigrantes, incluso se fue a las cárceles.

Quería ser un santo espectacular, tenía esa marcha,
tenía esa gran ilusión.
Quería ser Cristo, Lenin, San Pablo,
quería ir más allá del orden, de la naturaleza y de la vida.

Recorrió la ciudad de Zaragoza repartiendo dinero.
En Conde de Arnada, dio mil euros a tres árabes,
que le besaron los pies, y las manos, y se arrodillaron.

En el barrio de Delicias, en la calle Barcelona,
dio trescientos euros a una negra africana,
y ella quería comerle el sexo al buen Vilas,
pero Vilas dijo "no, nena, hoy soy un santo,
hoy son San Vilas,
consérvate para tu marido, él te necesita,
y yo os bendigo; anda, nena, ve en paz".

Y Vilas se echó a reír.

Fuego, qué fuego más grande,
y siguió repartiendo,  a una vieja china
de un todo a cien le dio seiscientos euros,
y la vieja le hizo una foto de diez millones de megapisels
y la amplió y la enmarcó y la colgó
en mitad de su tienda con dos velas debajo.
A un vendedor de La Farola, ese periódico
de los pobres, le dio ochocientos euros.
Y el vendedor se echó a llorar y ardía
como una vela en mitad de las catedrales antiguas.

Vilas quería ser un santo, tenía esa marcha.

Toda la mañana y toda la tarde estuvo quemando su dinero.

Miró la atmósfera y se estaban abriendo los palacios celestiales.

Estaba enamorado de sus semejantes.

Nunca vimos a nadie tan enamorado.


Manuel Vilas, Amor. Poesía reunida, 1988-2010, Visor, 2010

sábado, 7 de marzo de 2009

Manuel Vilas (del poema SIDA)






II

Te he oído, hermana, dejar tus días en las paredes
de mi viejo corazón.
Pareces la nieta de Dostoievski,
sabia y corrompida por querer ser más sabia.
Seres suspendidos para siempre en un aire caliente.
Seres rotos,
seres que nacieron llenos de agujeros de bala,
de cuchillos,
de disparos contra la naturaleza,
lujurias de los árboles,
seres con cuentas canceladas
en inmundas sucursales bancarias del Tercer Mundo,
seres con pasaportes emitidos
por funcionarios fracasados y corrompidos
de sultanatos hediondos, de climas húmedos,
con tormentos diarios,
con ejecuciones diarias,
manos cortadas en todo tiempo,
seres incadescentes de todo mal.

Cómo me desesperas, tú, que pareces
la biznieta de Ana Karenina,
rodeada de huesudas velas
humeando en el vientre.
Vi tu pelo teñido, las manos de otros hombres
tocando tu pelo.
Fui tu marido. Fui tu padre. Fui tu hijo.
Fui tu suegro. Tu rey.
Tu amiga, tu hermana,
tu hija,
todos tus pecados,
tus crímenes y tus secretos,
tu decadencia,
tu carne y su dureza,
tu imperio y su triste egoísmo,
tu olor negro.
Fui tu hermética fragilidad.
Fui tu salvación
en el día del juicio,
después de la resurrección de la carne,
caídas a tus pies todas las mitologías.

Hace años que estoy loco,
hace años que sólo Dios sabe adónde me arroja,
por qué ha convertido mi corazón en esta sala con pasiones
carnales en que la carne dejó de ser carne
pero no se convirtió
en espíritu, en ala, en vela, en un poco de amor,
esta sala del infiel conocimiento.

Esta muerte real.

No nos dejarán morir como chicos y chicas nadando en los ríos.
Moriremos como perros envejecidos en mitad de la juventud.

Y nadie nos querrá,
prepárate porque ya estoy hablando solo.

Quedará todo por hacer, todo sin cumplir.
Me arrastraré por los hospitales y moriré de miedo,
yo, que soy un niño.

Como chicos y chicas nadando en los ríos,
con las biciletas apoyadas en los árboles.

Quisiera ser un árbol.

Tanta suerte.

Suerte es este beso que yo te doy.

Suerte fue bañarme en los mares, perdurará.

Nubes.

Manuel Vilas, de Calor, Visor