sábado, 27 de marzo de 2010

Le locataire (El quimérico inquilino) - Roman Polanski



Roman Polanski, Le locataire (1976)

Fahrenheit 451






Mientras andaban, Montag fue escrutando un rostro tras de otro.
-No juzgue un libro por su sobrecubierta -dijo alguien.
Y todos rieron silenciosamente, mientras se movían río abajo.




Ray Bradbury, Fahrenheit 451, Plaza & Janés

sábado, 20 de marzo de 2010

' Antara - La muerte, la aguada






El tiempo ha pasado sobre los restos del campamento
entre al-Lakin y al-Harmal.
Me detuve en su recinto, perplejo, interrogando a las moradas
como hacen los que no han olvidado.
Abandonadas por sus habitantes,
con ellas han jugado las lluvias y los vientos destructores
y en los rincones ennegrecidos ha crecido la yerba.
Son tus lágrimas las que resbalan sobre el palanquín
o es el llanto de una paloma en la enramada?

Ella se precipitó al hacerme temer la muerte
como si la muerte pudiera no alcanzarme.
Y le contesté: la muerte es una aguada
en la que acabaremos todos por beber.
Guarda tu temor. No te diré que no,
pero debes saber que soy un hombre
que morirá si un día no le matan.

'Antara, de La poesía árabe clásica, trad. Josefina Veglison Elías de Molins, Hiperión

sábado, 13 de marzo de 2010

Robert Walser - Jakob von Gunten






Yo, por ejemplo, estoy convencido de que Peter cosechará éxitos francamente escandalosos en la vida, y, cosa extraña, se los deseo. Más aún: tengo la sensación -una sensación muy confortable, punzante y placentera- de que algún día me tocará en suerte un amo, un patrón o un jefe igual a ese futuro Peter, pues los tontos como él están hechos para llegar lejos, para escalar, vivir bien y mandar, mientras que quienes, como yo, son en cierto sentido inteligentes, han de tolerar que sus propios talentos florezcan y se marchiten al servicio de otros. Yo, yo seré algo muy humilde y pequeño. La intuición que me lo dice tiene valor de hecho consumado e intangible. Dios mío, ¿cómo es que aún conservo tantísimo valor para vivir? ¿Qué me pasa? A menudo siento miedo de mí mismo, pero me dura poco. No, no; confío en mí. Aunque ¿no es esto francamente divertido?

Robert Walser, Jakob von Gunten, Siruela

sábado, 6 de marzo de 2010

Muerte de don Beltrán






En los campos de Alventosa
mataron a don Beltrán,
nunca lo echaron de menos
hasta los puertos pasar.
Siete veces echan suertes
quién lo volverá a buscar,
todas siete le cupieron
al buen viejo de su padre;
las tres fueron por malicia
y las cuatro por maldad.
Vuelve riendas al caballo
y vuélveselo a buscar,
de noche por el camino,
de día por jaral.
Por la matanza va el viejo,
por la matanza adelante;
los brazos lleva cansados
de los muertos rodear,
no hallaba al que busca,
ni menos la su señal;
vido todos los franceses
y no vido a don Beltrán.
Maldiciendo iba el vino,
maldiciendo iba el pan,
el que comían los moros,
que no el de la cristiandad;
maldiciendo iba el árbol
que solo en el campo nace,
que todas las aves del cielo
allí se vienen a asentar,
que ni de rama ni de hoja
no le dejaban gozar;
maldiciendo iba el caballero
que cabalgaba sin paje:
si se le cae la lanza
no tiene quien se la alce,
y si se le cae la espuela
no tiene quién se la calce;
maldiciendo iba la mujer
que tan sólo un hijo para:
si enemigos se lo matan
no tiene quién lo vengar.
A la entrada de un puerto,
saliendo de un arenal,
vido en esto estar un moro
que velaba en un adarve;
hablole en algarabía,
como aquel que bien la sabe:
-Por Dios te ruego, el moro,
me digas una verdad:
caballero de armas blancas
si lo viste acá pasar,
y si tú lo tienes preso,
a oro te lo pesarán,
y si tú lo tienes muerto
désmelo para enterrar,
pues que el cuerpo sin el alma
sólo un dinero no vale.
-Ese caballero, amigo,
dime tú qué señas trae.
-Blancas armas son las suyas
y el caballero es alazán,
en el carrillo derecho
él tenía una señal,
que siendo niño pequeño
se la hizo un gavilán.
-Aquel caballero, amigo,
muerto está en aquel pradal;
las piernas tiene en el agua,
y el cuerpo en el arenal;
siete lanzadas tenía
desde el hombro al carcañal
y otras tanta el caballo
desde la chincha al pretal.
No le des culpa al caballo,
que no se la puedes dar,
siete veces lo sacó
sin herida y sin señal,
y otras tantas lo volvió
con ganas de pelear.

Romancero, edición de Alejandro González Segura, Alianza Editorial

Fat city - John Huston



John Huston, Fat city (1972)