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domingo, 13 de abril de 2014

María Zambrano - Claros del bosque


    
   
    
   
Claro del bosque es un centro en el que no siempre es posible entrar; desde la linde se le mira y el aparecer de algunas huellas de animales no ayuda a dar ese paso. Es otro reino que un alma habita y guarda. Algún pájaro avisa y llama a ir hasta donde vaya marcando su voz. Y se la obedece; luego no se encuentra nada, nada que no sea un lugar intacto que parece haberse abierto en ese solo instante y que nunca más se dará así. No hay que buscarlo. No hay que buscar. Es la lección inmediata de los claros del bosque: no hay que ir a buscarlos, ni tampoco a buscar nada de ellos.

María Zambrano, Claros del bosque, Seix Barral, 1986

sábado, 28 de enero de 2012

Eugenio Trías

                   
                
                   
                 
(...) Pues quizás, como dice el poeta Rilke, "los animales no ven la muerte. Sólo nosotros la vemos".
Quizás el pensamiento, y el lenguaje en el cual éste se expresa y se comunica, si es que puede disociarse pensamiento y lenguaje, tienen su casa natal en la muerte: la evidencia de ésta da lugar quizás a la reflexión, y a la comunicación o expresión de ésta en palabras, en signos, en escritura. Siendo el previsible fin de nuestras vidas, es, quizás también, el origen de aquello que a éstas acompaña: el pensamiento, el lenguaje, el cual introduce en nosotros y en nuestro entorno la pretensión del sentido al dotar a las cosas de significación. Quizás la muerte, límite final en el cual parece abismarse toda significación, sea también lo que despierta en nostros ese inquieto afán por dotar al mundo, a las cosas, a nosotros mismo de sentido.

(...) Lo característico de nuestro destino occidental consiste, al decir de Hölderlin, en que hemos aprendido a "captarnos a nosotros mismo", y en que esa formación de la subjetividad constituye nuestro patrimonio. Dominamos el mundo desde la subjetividad, pero, en compensación, somos incapaces de "captar algo", es decir, de abrirnos a la comprensión de aquello que proviene de fuera de la subjetividad, de aquellos mensajes, signos, señales o portentos que proceden del "fuego del cielo" y que no pueden ser anticipados, previstos ni programados por nuestro dominio subjetivo del mundo.
Por el contrario, los antiguos, los orientales, y los mismo griegos, que procedían de Oriente, estaban sobre todo familiarizados con esos signos procedentes del "fuego del cielo", mientras que su debilidad radicaba en que no habían aprendido aún a "captarse a sí mismos".

Eugenio Trías, Diccionario del  Espíritu, Planeta, 1996

sábado, 22 de enero de 2011

Friedrich Nietzsche - El peso más grande







¿Qué ocurriría si, un día o una noche un demonio se deslizara furtivamente en la más solitaria de tus soledades y te dijese: "Esta vida, como tú ahora la vives y la has vivido, deberás vivirla aún otra vez e innumerables veces, y no habrá en ella nunca nada nuevo, sino que cada dolor y cada placer, y cada pensamiento y cada suspiro, y cada cosa indeciblemente pequeña y grande de tu vida deberá retornar a ti, y todas en la misma secuencia y sucesión -y así también esta araña y esta luz de luna entre las ramas y así también este instante y yo mismo. ¡La eterna clepsidra de la existencia se invierte siempre de nuevo y tú con ella, granito de polvo"? ¿No te arrojarías al suelo, rechinando los dientes y maldiciendo al demonio que te ha hablado de esa forma? ¿O quizás has vivido una vez un instante infinito, en que tu respuesta habría sido la siguiente: "Tú eres dios y jamás oí nada más divino"? Si ese pensamiento se apoderase de ti, te haría experimentar, tal como eres ahora, una transformación y tal vez te trituraría; ¡la pregunta sobre cualquier cosa!: "¿Quieres esto otra vez e innumerables veces más?" pesaría sobre tu obrar como el peso más grande! O también, ¿cuánto deberías amarte a ti mismo y la a la vida para no desear ya otra cosa que esta última, eterna sanción, este sello?"

Friedrich Nietzsche, La gaya ciencia

sábado, 9 de mayo de 2009

Heráclito - Fragmentos






LXII

Los inmortales son mortales. Los mortales, inmortales. La vida de éstos representa la muerte de aquéllos, la muerte de aquéllos la vida de éstos.


XXVII

A los hombres, al morir, les aguardan cuantas cosas ni esperan ni sospechan.


XXVI

Al morir el hombre enciende luz para sí mismo, pero mientras está vivo parece un muerto o un dormido.



Heráclito, Fragmentos
Textos presocráticos, Edicomunicación