domingo, 28 de octubre de 2007

Une partie de campagne




Une partie de campagne (1936), Jean Renoir

Alejandra Pizarnik



MADRUGADA


Desnudo soñando una noche solar.
He yacido días animales.
El viento y la lluvia me borraron
como a un fuego, como a un poema
escrito en un muro.



Alejandra Pizarnik, de Los trabajos y las noches


Paul Valéry - Salmo T



Salmo T.


El más escéptico de todos
es el Tiempo,
que con los Nos hace Síes
y con el odio amor
y al contrario.
Y si el río no remonta a su fuente,
y si la manzana caída no salta
y se reúne a su rama
es porque te falta paciencia para creerlo.


Paul Valéry, de El cementerio marino

Giuseppe Ungaretti



SERENO

Bosque de Courton, julio de 1918

Después de tanta
niebla
una a una
se revelan
las estrellas

Respiro
el fresco
que me deja
el color del cielo

Me reconozco
imagen
pasajera

Presa en un giro
inmortal


SERENO

Bosco di Courton luglio 1918

Dopo tanta
nebbia
a una
a una
si svelano
le stelle

Respiro
il fresco
che mi lascia
il colore del cielo

Mi riconosco
immagine
passeggera

Presa in un giro
immortale


Giuseppe Ungaretti, de La alegría

miércoles, 24 de octubre de 2007

La vuelta de tuerca - Henry James



Estábamos al borde del lago, y, como últimamente habíamos comenzado a estudiar geografía, el lago era el mar de Azof. De pronto, en esas circunstancias, tuve la sensación de que al otro lado del mar de Azof teníamos a un interesado espectador. El conocimiento del hecho se produjo de la manera más extraña del mundo –es decir, aparte del hecho, mucho más extraño, constituido por la misma aparición–, porque yo era, en el juego, algo o alguien que podía sentarse, y lo hice en el viejo banco de piedra que dominaba el estanque; y en esa posición, de pronto, sin ninguna visión directa, comencé a tener la certidumbre de la presencia de una tercera persona.


Henry James, La vuelta de tuerca

The innocents




The innocents (1961), de Jack Clayton

Deborah Kerr In Memoriam (1921-2007)

sábado, 20 de octubre de 2007

El año que vivimos peligrosamente




El año que vivimos peligrosamente (1982), Peter Weir

Propercio



No temo ahora conocer contigo el mar de Adria,
Tulo, ni conducir las velas por la sal egea,
pues contigo podría ascender a los montes rifeos
e ir más allá de las casas memnonias;
mas me retienen las palabras de mi amada que se abraza a mí,
y graves ruegos a menudo con color mudado.
Durante noches enteras me revela sus fuegos
y, abandonada, se queja de que no existen los dioses;
ella me asegura que ya no es mía, amenaza,
como suele una amiga triste a su hombre ingrato.
Ya no puedo resistir una hora más a estas quejas:
¡ah! ¡que perezca, si alguno puede amar en calma!
¿O vale tanto para mí conocer la docta Atenas
y contemplar las riquezas antiguas de Asia,
como para que una vez botada la popa, Cintia me grite
injurias y se arañe el rostro con furiosas manos
y pida al viento contrario los besos que le son debidos,
y que no existe nada más duro que un hombre infiel?
Intenta tú superar las segures merecidas por tu tío
y llevar viejas leyes a olvidados aliados.
Tu vida pues, nunca se entregó de lleno al amor
y su preocupación fue siempre la de las armas patrias.
¡Que jamás ese niño te brinde mis fatigas
y todas las cosas conocidas por mis lágrimas!
Déjame a mí, a quien la fortuna quiso siempre que yaciera
y que entregue esta alma a la indolencia extrema.
Muchos perecieron con agrado en un largo amor,
en el número de los cuales la tierra también me cubra.
No nací para la gloria, ni diestro en armas:
los hados quieren que yo padezca esta milicia.
Pero tú, ya por donde se tiende la muelle Jonia,
ya por donde el agua del Pactolo tiñe las lidias praderas,
ya recorras las tierras con los pies, ya los mares con los remos,
tendrás parte pues del aceptado imperio:
entonces, si tienes un momento como para acordarte de mí
conocerás que yo vivo bajo dura estrella.


Propercio, Elegías, I, 6



viernes, 19 de octubre de 2007

Thomas Bernhard - Maestros antiguos

Nos confiamos durante toda la vida en los Grandes Ingenios y a los, así llamados, Maestros Antiguos, así Reger, y nos vemos luego mortalmente decepcionados por ellos, porque no cumplen su finalidad en el momento decisivo. Atesoramos los Grandes Ingenios y los Maestros Antiguos y creemos que podremos luego, en el momento decisivo de supervivencia, usarlos para nuestros fines, lo que no quiere decir otra cosa que abusar de ellos para nuestros fines, lo que resulta ser un error mortal. Llenamos nuestra caja fuerte espiritual de esos Grandes Ingenios y Maestros Antiguos y recurrimos a ellos en el momento decisivo para nuestras vidas; pero cuando abrimos esa caja fuerte espiritual vacía y vemos que estamos solos y realmente por completo sin recursos.

Thomas Bernhard, de Maestros antiguos

Las aventuras de Huckleberry Finn



Después me habló del Infierno y yo le dije que ojalá me hallara en él. Entonces se puso furiosa, pero yo no lo había dicho con mala intención. Yo sólo quería ir a alguna parte; lo único que ambicionaba era un cambio; lo demás me tenía sin cuidado.

Díjome que era pecado decir lo que yo había dicho; que ella no lo diría por nada del mundo; ella viviría de manera que pudiese ir al cielo. No vi yo la menor ventaja en ir al mismo sitio que ella, conque decidí no intentarlo. Pero me lo callé, pues sólo habría armado el gran cisco, sin ninguna ventaja con ello y nada hubiera adelantado.



Mark Twain, de Las aventuras de Huckleberry Finn

miércoles, 17 de octubre de 2007

Domenico Scarlatti - Sonata K 435

El ejército de las sombras - Jean-Pierre Melville




El ejército de las sombras (1969), Jean-Pierre Melville

East Coker

I

En mi comienzo está mi fin. En sucesión
se levantan y caen casas, se desmoronan, se extienden,
se las retira, se las destruye, se las restaura, o en su lugar
hay un campo abierto, o una fábrica, o una circunvalación.
Vieja piedra para edificio nuevo, vieja madera para hogueras nuevas,
que ya es carne, pieles y heces,
hueso de hombre y animal, tallo y hoja de maíz.
Las casas viven y mueren; hay un tiempo para construir
y un tiempo para vivir y para engendrar
y un tiempo para que el viento rompa el cristal desprendido
y agite las tablas del suelo donde trota el ratón de campo
y agite el tapiz hecho jirones con un lema silencioso.

En mi comienzo está mi fin. Ahora cae la luz
a través del campo abierto, dejando la hundida vereda
tapada con ramas, oscura en la tarde,
donde uno se apoya contra un lado cuando pasa un carro,
y la vereda hundida insiste en la dirección
hacia la aldea, hipnotizada en el calor
eléctrico. En cálida neblina, la sofocante luz
es absorbida, no refractada, por piedra gris.
Las dalias duermen en el silencio vacío.
Esperad al búho tempranero.
En ese campo abierto
si no os acercáis, si no os acercáis demasiado,
en una medianoche de verano, podéis oír la música
de la débil flauta y el tamboril
y verles bailar en torno a la hoguera
la unión de hombre y mujer
en danzas, significando
un sacramento digno y conveniente.
De dos en dos, en necesario juntamiento
enlazándose bien sea por la mano o el brazo
lo cual ha por significado la concordia. En torno al fuego
brincando a través de las llamas, o unidos en corros,
rústicamente solemnes o en rústica risa
levantando pesados pies en torpes zapatos,
pies de tierra, pies de marga, levantando en júbilo campesino,
júbilo de aquellos ya hace mucho bajo la tierra
alimentando el trigo. Llevando el compás,
marcando el ritmo en su danzar
como en su vivir en las estaciones vivas
el tiempo de las estaciones y las constelaciones
el tiempo de ordeñar y el tiempo de segar
el tiempo de aparearse hombre y mujer
y el de los animales. Pies subiendo y bajando.
Comiendo y bebiendo. Estiércol y muerte.

La aurora apunta, y otro día
se prepara para el calor y el silencio. Mar adentro el viento de la aurora
se arruga y resbala. Estoy aquí
o allí, o en otro lugar. En mi comienzo.


T. S. Eliot, fragmento del poema East Coker, de Cuatro cuartetos

Mañana de domingo - Wallace Stevens

VI

¿No habrá en el paraíso otro tipo de muerte?
¿No cae la fruta cuando madura, o cuelgan
Las ramas siempre grávidas en el cielo perfecto,
Inmutable, aunque tan parecido a nuestra tierra mortal,
Con ríos como los nuestros, siempre en busca de mares
Que nunca encuentran, de las mismas playas menguantes
Que nunca tocan con dolor inexpresable?
¿Por qué plantar allí el peral, sobre aquellos ribazos,
O perfumar las playas con el aroma del ciruelo?
¡Ay, que luzcan allí nuestros colores,
La trama sedosa de nuestros atardeceres,
Y suenen las cuerdas de insípidos laúdes!
La muerte es mística madre de belleza,
En cuyo seno ardiente inventamos
A nuestras madres terrenales, despiertas, esperando.


Wallace Stevens, fragmento del poema Mañana de domingo

domingo, 14 de octubre de 2007

En la abadía de Furness - Wordsworth



EN LA ABADÍA DE FURNESS

A mediodía aquí vienen a descansar
estos trabajadores ferroviarios. Se sientan,
pasean por las ruinas, pero no se oyen charlas
vanas: han adoptado todos un aire serio,

y, a una voz, suena un Himno vibrante que consagra
una vez más el Coro, tanto tiempo olvidado,
y en torno hace vibrar la vieja tierra fúnebre.
Otros miran arriba y admiran largamente

el ancho arco, pensando cómo se levantó,
para elevar tan alto allá su fuerza y gracia:
parecen notar todos el alma del lugar,

y, como común respeto, es alabado Dios:
saqueadores profanos, ¿no os sentís reprobados
mientras éstos, de espíritu sencillo, se conmueven?


William Wordsworth, En la abadía de Furness

L'Atalante




L'Atalante (1934), Jean Vigo

La casa encendida - Luis Rosales



Porque todo es igual y tú lo sabes,
has llegado a tu casa, y has cerrado la puerta
con ese mismo gesto con que se tira un día,
con que se quita la hoja atrasada al calendario
cuando todo es igual y tú lo sabes.
Has llegado a tu casa,
y, al entrar,
has sentido la extrañeza de tus pasos
que estaban ya sonando en el pasillo antes de que llegaras,
y encendiste la luz para volver a comprobar
que todas las cosas están exactamente colocadas como estarán
dentro de un año;
y después,
te has bañado, respetuosa y tristemente, lo mismo que un suicida,
y has mirado tus libros como miran los árboles sus hojas,
y te has sentido solo,
humanamente solo,
definitivamente solo porque todo es igual y tú lo sabes.

Has llegado a tu casa,
y ahora querrías saber para qué sirve estar sentado,
para qué sirve estar sentado igual que un náufrago
entre tus pobres cosas cotidianas.
Sí, ahora quisiera yo saber
para qué sirven el gabinete nómada y el hogar que jamás se ha encendido,
y el Belén de Granada
–él Belén que fue niño cuando nosotros todavía nos dormíamos cantando–
y para qué puede servir esta palabra: "ahora",
esta palabra misma: "ahora",
cuando empieza la nieve
cuando nace la nieve,
cuando crece la nieve en una vida que quizás está siendo la mía,
en una vida que no tiene memoria perdurable,
que no tiene mañana,
que no conoce apenas si era clavel, si es rosa,
si fue azucenamente hacia la tarde.


Luis Rosales, fragmento del poema La casa encendida

De la naturaleza de las cosas



La muerte nada es, ni nos importa,
puesto que de mortal naturaleza:
y a la manera que en el tiempo antiguo
no sentimos nosotros el conflicto
cuando el cartaginés con grandes fuerzas
llegó por todas partes a embestirnos;
cuando tembló todo el romano imperio
con trépido tumulto, sacudido
de horrible guerra en los profundos aires;
cuando el género humano en mar y tierra
suspenso estuvo sobre cuál de entrambos
vendría a subyugarle; pues lo mismo,
luego que no existamos, y la muerte
hubiese separado cuerpo y alma,
los que forman unidos nuestra esencia,
nada podrá sin duda acaecernos
y darnos sentimiento, no existiendo:
aunque el mar se revuelva con la tierra,
y aunque se junte el mar con las estrellas.


Lucrecio, De la naturaleza de las cosas

jueves, 11 de octubre de 2007

El durmiente del valle - Arthur Rimbaud

LE DORMEUR DU VAL

C'est un trou de verdure où chante una rivière
Accrochant follement aux herbes des haillons
D'argent; oú le soleil, de la montagne fière,
Luit: c'est un petit val qui mousse de rayons.

Un soldat jeune, bouche ouverte, tête nue,
Et la nuque baignant dans le frais cresson bleu,
Dort; il est étendu dans l'herbe, sous la nue,
Pâle dans son lit vert où la lumière pleut.

Les pieds dans les glaïeuls, il dort. Souriant comme
Sourirait un enfant malade, il fait un somme:
Nature, berce-le chaudement: il a froid.

Les parfums ne font pas frissonner sa narine;
Il dort dans le soleil, la main sur sa poitrine
Tranquille. Il a deux trous rouges au côte droit.

Octobre 1870






EL DURMIENTE DEL VALLE

Un hoyo de verdor, por el que canta un río
enganchado, a lo loco, por la yerba, jirones
de plata; donde el sol de la montaña altiva
brilla: una vaguada que crece en musgo y luz.

Un soldado, sin casco y con la boca abierta,
bañada por el berro fresco y azul su nuca,
duerme, tendido, bajo las nubes, en la yerba,
pálido, en su lecho, sobre el que llueve el sol.

Con sus pies entre gladios duerme y sonríe como
sonríe un niño enfermo; sin duda está soñando:
Natura, acúnalo con calor: tiene frío.

Su nariz ya no late con el olor del campo;
duerme en el sol; su mano sobre el pecho tranquilo;
con dos boquetes rojos en el lado derecho.

Octubre, 1870

Arthur Rimbaud, de Poesías completas

La educación sentimental



Se cruzaron con pocos transeúntes. El cielo estaba azul, y, por momentos, se oían saltar conejos. En el recodo de un sendero, una mujer con vestido de colores vivos hablaba con un hombre de guardapolvos, y, en la gran avenida, bajo los castaños, unos criados en chaqueta de paño paseaban sus caballos. Cisy recordó los días felices en que montando en su alazán y mirando por los gemelos cabalgaba al lado de las calesas; estos recuerdos aumentaban su angustia, una sed insoportable le quemaba; el zumbido de las moscas se confundía con el latido de sus arterias; sus pies se hundían en la arena; le parecía que estaba caminando desde un tiempo infinito.


Gustave Flaubert, fragmento de La educación sentimental

domingo, 7 de octubre de 2007

Juan-Eduardo Cirlot - El libro de Cartago



Oh, Baal, dueño mío. Para que me reconocieras, he mutilado mi lengua con el fuego. Mi voz no debe sonar como las de los otros.
Mi voz debe sonar a tambor sombrío, a caverna desnuda, a sollozante pan de ceniza endurecida.

Oh, Baal, Cartago se parece a mi tristeza. Es un ronco plumaje de caliza, un estremecimiento de caderas y de muslos rozados; es un lugar caído entre la espuma, cuyos áridos lirios crecen y crecen con persistencia horrenda, quemada por el dolor de ese crecimiento inacabable.

(Juan-Eduardo Cirlot, fragmento de El libro de Cartago)

sábado, 6 de octubre de 2007

viernes, 5 de octubre de 2007

Sortilegio - Edith Södergran

SORTILEGIO

Héroe dormido, héroe sin lágrimas,
¿sueñas acaso que te aherrojo?
No duermas tanto en tu camino errado:
si abres los ojos
sólo a mí verás.

Adormecido héroe, héroe despierto,
¿oíste acaso mis pasos?
¿No fue el susurro del viento,
el crujir de las ramas secas,
por una senda solitaria?

Héroe despierto, atento héroe,
¿por qué te levantas de un salto?
El viento espera, quieto
y entre grietas de nubes
sube la luna.


Edith Södergran, de Antología poética




jueves, 4 de octubre de 2007