domingo, 30 de marzo de 2008

Josep Pla - El cuaderno gris






1 de enero

Hago balance seriamente. Seriamente no implica una hipocresía inicial. Quiere decir que, dentro de mis posibilidades, estoy dispuesto a escribir claro.
No tengo ninguna condición para la amistad. Sólo quiero a las personas que me pueden enseñar alguna cosa –y un momento, a las que me distraen. Las efusiones y atenciones ajenas me producen el efecto de una vejación. Los elogios me dan fiebre. Las perfumadas amabilidades de Roldós –perfume barato– me sublevan. Si fuese rico y pudiese tener pianista, ya lo hubiera mandado a paseo. Mi egoísmo es nauseabundo e infecto.
Noto, por otra parte, que a medida que pasan los meses, mi desfachatez va en aumento. La mixtificación me divierte, aunque después, al considerarla fríamente, me repugne. Tengo una cierta tendencia –hasta diría una facilidad– a inventar cosas, a manipularlas a mi conveniencia. A veces hago callar a un interlocutor con una observación cuya falsedad –me consta– es absoluta, totalmente inventada. A menudo este juego se me da de una manera inconsciente, por el gusto mismo del juego. El hecho de que un mecanismo semejante, de una apariencia tan voluntaria y deliberada, pueda manifestárseme de manera inconsciente me lo hace inexplicable. Es desagradable pensar que se puede ser un mixtificador sin saberlo.
El estado permanente del hombre es el pecado. (Lector: no precipites, por favor, el comentario.) En la vida –me parece– se puede aceptar este hecho o tener alguna aspiración a la pureza. Pero salir del pecado es imposible. Tan imposible como salir de la injusticia. Y, quizá tan peligroso como salir de la injusticia. Si uno trata de salir del pecado, pueden suceder dos cosas: no acabar de salir por el contrapeso del pecado a creer haber salido sin ser verdad, sin ser cierto, y convertirse, entonces, en un ser falso e hipócrita, capaz de hacer cualquier enormidad en nombre de la pureza fingida. Considerarse siempre un pecador siniestro puede dar una cierta esperanza de llegar a la humildad y la discreción. Espero que esta convicción no me abandonará en el curso de mi vida. Es la única esperanza que tengo.


Josep Pla, de El cuaderno gris

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