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Yo no he llegado aún a ese vigor desdeñoso que se fortifica en sí mismo, al cual nada ayuda ni turba; me encuentro un poco más bajo. Y lo que pretendo es agazaparme y apartarme de este paso no tanto por temor como por arte. A mi ver, no es esta ocasión de un solo personaje. ¿Por qué? Porque en este momento acaba todo el interés que uno siente por la reputación. Yo me conformo con una muerte recogida en sí misma, sosegada y solitaria, cabalmente mía, que concuerda con mi vida retirada y apartada. Lo contrario de lo que pretendía la superstición romana, al considerar desdichado a quien moría sin hablar y sin tener a su lado a parientes y amigos que le cerraran los ojos. Ya tengo bastante con consolarme, sin necesidad de procurar consuelo a los demás; demasiadas ideas asaltan mi cabeza sin que a mi alrededor las encuentre, y demasiadas cosas tengo en qué pensar para pedir otras prestadas. Este tránsito no es cosa de la sociedad; es el acto de un solo personaje. Vivamos y riamos entre los nuestros; vayamos a morir y a rechinar junto a los desconocidos. Pagándolo, encontraréis quien os vuelva la cabeza y quien os frote los pies, quien os apriete como queráis, mostrándoos un semblante indiferente y dejándoos que os gobernéis o quejéis a vuestro modo.
Michel de Montaigne, Ensayos
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