martes, 11 de diciembre de 2007

Viaje al fin de la noche




Ahí acabó el diálogo, porque recuerdo muy bien que tuvo el tiempo justo de decir: "¿Y el pan?". Y después se acabó. Después, sólo fuego y estruendo. Pero es que un estruendo que nunca hubiera uno pensado que pudiese existir. Nos llenó hasta tal punto los ojos, los oídos, la nariz, la boca, al instante, el estruendo, que me pareció que era el fin, que yo mismo me había convertido en fuego y estruendo.
Pero, no; cesó el fuego y siguió largo rato en mi cabeza y luego los brazos y las piernas temblando como si alguien los sacudiera por detrás. Parecía que los miembros me iban a abandonar, pero siguieron conmigo. En el humo que continuó picando en los ojos largo rato, el penetrante olor a pólvora y azufre permanecía, como para matar chinches y las pulgas de la tierra entera.


Louis-Ferdinand Céline, Viaje al fin de la noche

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