sábado, 12 de enero de 2008

Carta de Elisabeth Costello, Lady Chandos, a Francis Bacon





(...)Todo es alegoría, dice mi Philip. Todas las criaturas son cruciales para todas las demás criaturas. Un perro sentado al sol y lamiéndose, dice, se convierte en un momento dado en receptáculo de una revelación. Y tal vez dice la verdad, tal vez en la muerte de nuestro Creador ("nuestro creador", digo), donde nos revolvemos como si estuviéramos en el canal de un molino, nos entremezclamos con miles de otras criaturas. Pero ¿cómo, le pregunto a usted, puedo vivir con ratas y perros y escarabajos correteando por mi piel día y noche, ahogándome y boqueando, rascándome, tirando de mí, apremiándome cada vez más para llegar a la revelación...? ¿Cómo? "No estamos hechos para la revelación -quiero gritar-. Ni yo ni tú, mi Philip", una revelación que te quema los ojos como cuando miras al sol.
¡Sálveme, querido señor y salve a mi marido! ¡Escriba! Dígale que todavía no ha llegado el momento, el momento de los gigantes y el momento de los ángeles. Dígale que todavía estamos en la época de las pulgas. Las palabras ya no llegan a él, tiemblan y se rompen, es como si ("como si", digo) estuviera protegido por un escudo de cristal. Pero a las pulgas las entenderá, las pulgas y los escarabajos todavía atraviesan su cristal, y las ratas también. Y a veces yo, su mujer –sí, señor mío–, a veces también yo consigo atravesarlo con sigilo. "Presencias del infinito", nos llama, y dice que le provocamos escalofríos. Y ciertamente yo he sentido esos escalofríos, en medio de mis éxtasis los he sentido, hasta el punto de no saber ya si eran de él o eran míos.
"Ni el latín –dice mi Philip (he copiado las palabras)–, ni el latín ni el inglés ni el español ni el italiano pueden transmitir las palabras de mi revelación." Y es cierto, hasta yo que soy su sombra lo sé cuando estoy en pleno éxtasis. Y aun así él le escribe a usted, igual que le escribo yo, pues es usted conocido entre todos los hombres por elegir sus palabras y ponerlas en el lugar correcto y por construir sus juicios igual que un albañil construye una pared con ladrillos. Mientras nos ahogamos, escribimos sobre nuestros destinos separados. Sálvenos.
Su obediente sierva,

ELIZABETH C.,
a ll de septiembre, Anno Domini 1603

J. M. Coetzee, Elizabeth Costello

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