domingo, 11 de marzo de 2012

Gustave Flaubert - Bouvard y Péchuchet

               
                 
             
                
            

   Su primer grito fue: "¿Nos retiraremos al campo!". Y a Pécuchet le parecieron muy naturales estas palabras que lo ligaban a la felicidad de su amigo. Pues la unión de los dos hombres era absoluta y profunda.
   Pero como no quería vivir a expensas de Bouvard, no iría antes de jubilarse. ¡Esperar todavía dos años! ¡No importa! Permaneció inflexible y así quedó zanjada la cuestión.
   Para saber dónde se establecerían, pasaron revista a todas las provincias. El Norte era fértil, pero demasiado frío; el Mediodía encantador por el clima, pero incómodo por los mosquitos, y el Centro, francamente, no tenía nada de curioso. Bretaña les había convenido de no ser por el espíritu mojigato de sus habitantes. En cuanto a las regiones del Este, con su jerga germánica, ni pensarlo siquiera. Pero había otros lugares. ¿Qué tal, por ejemplo, Forez, Bugey, Roumois? Los mapas geográficos no decían nada. Por lo demás, lo importante no era el lugar donde estuviera la casa, lo importante era tenerla.
  Ya se veían en mangas de camisa, al borde de un arriate, podando rosales, cavando, binando, trabajando la tierra, trasplantando tulipanes. Se levantarían con el canto de la alondra para seguir los arados, irían con una cesta a recoger manzanas, mirarían hacer la mantequilla, batir el grano, esquilar los corderos, cuidar las colmenas, y se deleitarían con el mugido de las vacas y el olor del heno recién cortado. ¡Fuera la escritura! ¡Fuera los jefes y alquileres que pagar! ¡Tendrían casa propia y comerían con los zuecos puestos los pollos del corral y las legumbres del huerto!
   –¡Haremos todo lo que nos plazca! ¡Nos dejaremos crecer la barba!


Gustave Flaubert, Bouvard y Pécuchet, trad. Aurora Bernárdez, Tusquets, 1999.

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