(...) Y así acaba este año. Algunos años parece que acaban mejor organizados, con enseñanzas morales para todos. Otros, en cambio, parecen darse prisa en recoger los hechos y tirarlos a un baúl, para su posterior clarificación.
Y las cosas acaban sucediendo, por trágicas que nos parezcan en el momento, con la suavidad con la que en una minerva sale al encuentro un papel en blanco y la forma. Se estampa un instante y a continuación se separan para siempre, hecha ya la imprimación. Las tragedias antiguas hacen la literatura de los siglos futuros. Y esta noche, penúltima del año, un siglo y un milenio, rinden cuentas.
Siguen muriéndose en el suelo, como sardinitas, las hojas de los olivos. Pueden verse desde aquí sembradas hasta el confín de los montes. No, ya no intriga el viento, y sólo se oye el agua corriendo por la calleja. Y el agua va y no va a ninguna parte. Dentro de siete meses, cuando todo se haya agostado, soñaremos con el agua que ahora no sabe adónde va, dónde se pierde, sumándose a los regatos que encuentra a su paso.
Nada se interrumpirá. Estos regatos nuestros, los días de nuestras vidas, se juntarán a los de otros, a los de otras vidas. Aquí, allí, dónde. Nada va a interrumpirse nunca, nada acaba nunca, aquí, allí, dónde, y hasta en aquellas tumbas que vimos en Gradefes, las hierbas buenas y malas crecían junto a unas pocas prímulas ateridas de frío. Entre todas celan por un orden beatífico del mundo.
Andres Trapiello, de La cosa en sí
César Aira - El reverso de las nubes
Hace 1 día
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