domingo, 2 de septiembre de 2007

Juan-Eduardo Cirlot - Momento



MOMENTO

Mi cuerpo se pasea por una habitación llena de libros y de espadas y con dos cruces góticas;
sobre mi mesa están Art of the European Iron Age y The Age of Plantagenets and Valois,
aparte de un resumen de la Ars Magna de Lulio.

Las fotografías de Bronwyn están en sus carpetas, como tantas otras cosas que guardo (versos, ideas, citas, fotos).

Si ahora fuera a morir, en esta tarde (son las 6) de finales de mayo de 1971, y lo supiera de antemano, no me conmovería mucho, ni siquiera a causa del poema
"La Quête de Bronwyn" que está en imprenta.

En rigor, no creo en la "otra vida", ni en la reencarnación, ni tengo la dicha (menos aún) de creer que se puede renacer hacia atrás, por ejemplo, en el siglo XI.

Sé que me espera la nada, y como la nada es
inexperimentable, me espera algo no sé dónde ni cómo,
posiblemente ser en cualquier existente como ahora soy en
Juan-Eduardo Cirlot.

Mi cuerpo me estorbaría y desearía la muerte –ah, cómo la desearía– si pudiera
creer en que el alma es algo en sí que se puede alejar
e ir hacia los bosques estelares donde el triángulo invertido
de los ojos y boca de Rosemary Forsyth
me lanzaría de nuevo a la tierra de los hombres, porque en
esta vida no he sabido o no he podido
trascender la condición humana, y el amor ha sido mi
elemento,
aunque fuese un amor hecho de nada, para la nada y
donde nunca.

Estoy oyendo Khamma de Debussy, que, sin ser uno de mis
músicos favoritos (éstos son Scriabin, Schönberg y otros)
no deja de ayudarme cuando estoy triste, que es casi siempre.

Mi tristeza proviene de que me acuerdo demasiado de
Roma y de mis campañas con Lúculo, Pompeyo o Sila,
y de que recuerdo también el brillo dorado de mis mallas
doradas en los tiempos románicos,
y proviene de que nunca pude encontrar a Bronwyn
cuando, entonces, en el siglo XI,
regresé de la capital de Brabante y fui a Frisia en su busca.
Pero, pensándolo bien, mi tristeza es anterior a todo esto,
pues cuando fui en Egipto vendedor caballos,
ya era un hombre conocido como "el triste".

Y es que el ángel, en mí, siempre está a punto de rasgar el
velo del cuerpo,
y el ángel que no se rebeló y luchó contra Lucifer, pero
más tarde
cedió a las hijas de los hombres y se hizo hombre,
ese ángel es el peor de los dragones.

Juan-Eduardo Cirlot, de Poesía, 1974

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