domingo, 15 de julio de 2012

Vladimir Nabokov - Habla, memoria

                  
          
            
           
         

Así, cuando la recién descubierta, fresca y pulcra fórmula de mi edad, cuatro años, quedó confrontada con las fórmulas paternales, treinta y tres y veintisiete, algo me ocurrió. Experimenté una conmoción de efectos tremendamente vigorizantes. Como si me hubieran sometido a un segundo bautismo, de tendencia más divina que el remojón de rito ortodoxo griego sufrido cincuenta meses antes por un aullante, semiahogado, semiVictor (mi madre, a través de la entrecerrada puerta, consiguió corregir al chapucero arcipreste, el padre Konstantin Vetvenitski), me sentí sumergio bruscamente en un medio radiante y móvil que era ni más ni menos que el puro elemento del tiempo. El cual era compartido –de la misma manera que los excitados bañistas comparten la reluciente agua del mar– con criaturas que no eran yo mismo pero que estaban unidas a mí por el común fluir del tiempo, un ambiente muy diferente al mundo espacial, que no sólo es percibido por los hombres sino también por los monos y las mariposas. En ese momento tomé la aguda conciencia de que el ser de veintisiete años, vestido de suave blanco y rosa, que sostenía mi mano izquierda, era mi madre, y que el ser de treinta y tres años, era mi padre. Entre ellos, que iban paseando, yo caminaba saltando y trotando y saltando otra vez, de mancha de sol en mancha de sol, por el centro de un sendero que hoy día puedo identificar fácilmente como aquel paseo de robles jóvenes que había en el parque de nuestra casa de campo, Vyra, en lo que fuera la provincia de San Petersburgo. Ciertamente, desde mi actual cresta de tiempo remoto, aislado y casi deshabitado, veo a mi yo diminuto que celebra, en aquel día de agosto de 1903, el nacimiento de la vida consciente.

Vladimir Nabokov, Habla, memoria, trad. Enrique Murillo, Anagrama, 2006

2 comentarios:

anamaría hurtado dijo...

me atrevo a pensar que la vida consciente ya embriagaba a Nabokov aun antes de ese agosto del 1903, y que ese intento de poner día y año es una seducción de la memoria...

saludos afectuosos
anamaría

Durandarte dijo...

Totalmente de acuerdo, Ana. El preciso artefacto (y artificio) literario es quien da vida a la conciencia, todo lo demás es niebla.

Saludos inmemoriales.