Yo reconozco haberme entregado a tales estudios. Que se avergüencen otros, si se hundieron en las letras de modo que ningún fruto supieron aportar desde ellas a la utilidad común ni sacarlo a la vista o ponerlo a la luz; en cuanto a mí, ¿de qué debería avergonzarme, jueces, si llevo muchos años viviendo de tal manera que jamás el ocio me arrastró ni el placer me apartó ni, en fin, el sueño me hizo llegar tarde para atender a las circunstancias o a los intereses de nadie?
Por eso, ¿quién podría censurarme o quién tendría razón para incomodarse conmigo si el tiempo que a los demás se les concede para sus negocios o para celebrar los días festivos con los juegos o para otras diversiones o precisamente para el descanso del espíritu o del cuerpo, o cuanto aplican a banquetes prolongados o, en fin, a las mesas de juego o a la pelota, ese tiempo yo me lo tomo para cultivar estos estudios?...
Pero llenos están todos los libros, llenas las palabras de los sabios, lleno el pasado de ejemplos; cosas todas que se encontrarían cubiertas de sombras si no se acercara a ellas la luz de las letras. Qué cantidad de figuras de hombres valerosos nos dejaron esculpidas los escritores griegos y latinos no sólo para que las contempláramos, sino también para que las imitáramos. Éstas las tenía siempre delante cuando servía en algún cargo público y, al ejercitar el pensamiento en estos hombres destacados formaba mi espíritu y mi mente.
Cicerón, En defensa del poeta Archia