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Mientras ellos seguían charlando de cosas como éstas,
levantó la cabeza y orejas un perro allí echado,
Argos, can de Odiseo magnánimo, que él hubo criado,
mas del cual no gozó, pues partió para Troya sagrada.
Con frecuencia los jóvenes, antes, consigo llevábanlo
a correr a las cabras omnteses, la liebro o el ciervo;
y ahora yacía olvidado, en ausencia del amo
sobre el fiemo de mulos y bueyes, que junto a la puerta
hacinaban hasta que los siervos de Odiseo divino
recogíanlo para abonar los anchísimos campos:
lleno de garrapatas estaba allí Argos, el perro.
A Odeseo advirtió el perro en quien hacia él se acercaba
y, al mirarlo, moviendo la cola, bajó las orejas,
pero ya carecía de fuerzas para ir a su encuentro;
y él, al verlo, volvió la cabeza y secóse una lágrima,
que logró fácilmente ocultar al porquero (...)
Homero, la Odisea, Planeta
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