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El propio jabalí sabélico corre a ciegas, aguza los colmillos, escarba la tierra con la pezuña, se rasca el costillar contra un árbol y endurece por ambos lados sus lomos cara a posibles heridas. ¿Qué decir de aquel joven cuyas entrañas se abrasan con un fuego apasionado? Pues que va a atravesar a nado, a última hora, al abrigo de la ciega noche, el estrecho perturbado por la tempestad desencadenada. Truena sobre su cabeza la puerta inmensa del cielo; las olas que se estrellan contra los escollos le invitan a volverse, pero no consiguen disuadirle ni sus infelices padres ni el pensar que, tras él, también sucumbirá la muchacha a una muerte cruel. ¿Qué decir de los linces de Baco, de moteada piel, y de la violenta especie de los lobos y los perros? ¿Y qué, de los combates que sostienen los pacíficos ciervos?ipse ruit dentesque Sabellicus exacuit suset pede prosubigit terram, fricat arbore costas atque hinc atque illinc umeros ad uulnera durat.quid iuvenis, magnum cui uersat in ossibus ignemdurus amor? nempe abruptis turbata procellisnocte natat caeca serus freta, quem super ingensporta tonat caeli, ete scopulis inlisa reclamantaequora; nec miseri possunt reuocare parentes,nec moritura super crudeli funere uirgo.quid lynces Bacchi uariae et genus acre luporumatque canum? quid quae imbelles dant proelia cerui?Virgilio, Geórgicas, Libro IIIEdición de Jaime Velázquez, Cátedra
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