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¡Qué despacio pasa el tiempo aquí, cercado por el hielo y la nieve! No obstante, he dado un segundo paso hacia la realización de mi empresa. He fletado un barco y estoy dedicado a reunir la tripulación; los marineros que tengo ya contratados parecen hombres de fiar, y sin dudo poseen gran valor. Pero noto una gran necesidad que hasta ahora no he podido satisfacer; necesidad que ahora siento como el más riguroso mal. No tengo ningún amigo, Margaret; cuando arda con el entusiasmo del éxito, no tendré a nadie con quien compartir mi alegría; si me invade el desencanto, nadie se esforzará por sostenerme en el abatimiento. Confiaré mis pensamientos al papel, es cierto; pero ese es un pobre medio de transmitir los sentimientos. Deseo la compañía de un hombre capaz de congeniar conmigo, cuyos ojos respondan a los míos. Puede que me juzgues romántico, mi querida hermana, pero siento hondamente la falta de un amigo. No tengo junto a mí a nadie que sea dulce aunque animoso, dotado de una mente amplia y cultivada, cuyos gustos coincidan con los míos, y que apruebe o corrija mis proyectos. ¡Cómo repararía un amigo así las faltas de tu pobre hermano! Soy demasiado ardiente en la ejecución y demasiado impaciente en las dificultades. Mary W. Shelley, Frankenstein o el moderno Prometeo, Alianza Editorial
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