sábado, 8 de noviembre de 2008

El escudo de Aquiles - W. H. Auden






Ella miró sobre su hombro
Buscando viñedos y olivos,
Urbes de mármol bien reinadas
Y naves en mares indómitos,
Pero allí en el metal brillante
Sus manos sólo habían puesto
Un triste yermo artificioso
Y un cielo semejante a plomo.

Un llano sin facciones, despojado y parduzco:
Ni una brizna de hierba, ningún signo de vida,
Si nada que comer ni sitio en que sentarse;
No obstante, congregada en su lienzo vacío,
Se alzaba, incomprensible, una gran multitud,
Un millón de miradas y de botas en fila,
Carentes de expresión, aguardando algún signo.

Salida de la nada, una voz incorpórea
Mostró con estadísticas que la causa era justa
En tonos tan adustos y chatos como el llano:
Nadie fue jaleado ni hubo discusión;
Columna tras columna en enjambres de polvo
Iniciaron su marcha soportando una fe
Cuya lógica llevaría sus pasos hasta la aflicción.

Ella miró sobre su hombro
Buscando piedades rituales,
Novillas con guirnaldas blancas,
Libaciones y sacrificios,
Pero allí en el metal brillante,
Donde el altar debiera hallarse,
Vio a la tenue luz de la forja
Una escena muy diferente.

Un terreno arbitrario con alambres de espino
Donde los oficiales holgaban aburridos (uno contaba un chiste)
Y los guardas sudaban, pues hacía calor:
Un grupo de personas normales y decentes
Miraba desde fuera sin moverse ni hablar
Mientras tres sombras pálidas eran encadenadas
A tres postes clavados de pie sobre la tierra.

La masa y majestad de nuestro mundo, todo
Lo que comporta un peso y no cambia al pesarse
Se hallaba en manos de otros; dado que no eran grandes
No cabía esperar ayuda y no la hubo:
Lo que sus enemigos pretendían hacerles se hizo, y los peores
Buscaron deshonrarles; si perdieron su orgullo,
Sus cuerpos perecieron después que ellos lo hicieran.

Ella miró sobre su hombro
Buscando atletas en sus juegos,
Hombres y mujeres danzando,
Desplegando sus dulces miembros
Al ritmo alerta de la música
Pero allí en el metal brillante
No había un patio para el baile,
Tan sólo un campo de hierbajos.

Un golfillo harapiento caminaba sin rumbo
Por aquella orfandad deshabitada; un pájaro
alzó el vuelo, esquivando el vuelo de su piedra:
Que hubiera violaciones, que dos niños rajaran a un tercero
Eran axiomas para él, que nunca oyera hablar
De un mundo donde las promesas se mantenían,
O en el que uno lloraba porque alguien más lloraba.

El forjador de labios finos,
Hefesto, se fue renqueando,
Y Tetis, la de bellos bucles,
Lanzó un grito de desconsuelo
Al ver lo que el dios concibiera
Para honrar a su hijo, el fuerte
Aquiles Corazón de Hierro
Que larga vida no tendría.



The Shield Of Achilles


She looked over his shoulder
For vines and olive trees,
Marble well-governed cities
And ships upon untamed seas,
But there on the shining metal
His hands had put instead
An artificial wilderness
And a sky like lead.

A plain without a feature, bare and brown,
No blade of grass, no sign of neighborhood,
Nothing to eat and nowhere to sit down,
Yet, congregated on its blankness, stood
An unintelligible multitude,
A million eyes, a million boots in line,
Without expression, waiting for a sing.

Out of the air a voice without a face
Proved by statistics that some cause was just
In tones as dry and level as the place:
No one was cheered and nothing was discussed;
Column by column in a clound of dust
They marched away enduring a belief
Whose logic brought them, somewhere else, to grief.

She looked over his shoulder
For ritual pieties,
White flower-garlanded heifers,
Libation and sacrifice,
But there on the shining metal
Where the altar should have been,
She saw by his flickering Forge-light
Quite another scene.

Barbed wire enclosed an arbitrary sopt
Where bored officials lounged (one cracked a joke)
And sentries sweated for the day was hot:
A crowd of ordinary decent folk
Watched from without and neither moved nor spoke
As three pale figures were led forth and bound
To three posts driven upright in the ground.

The mass and majesty of this world, all
That carries weight and always weighs the same
Lay in the hands of others; they were small
And could not hope for help and no help came:
What their foes liked to do was done, their shame
Was all the worst could wish; they lost their pride
And died as men before their bodies died.

She looked over his shoulder
For athletes at their games,
Men and women in a dance
Moving their sweet limbs
Quick, quick, to music,
But there on the shining shield
His hands had set no dancing-floor
But a weed-choked field.

A ragged urchin, aimless and alone,
Loitered about that vacancy; a bird
Flew up to safety from his well-aimed stone:
That girls are raped, that two boys knife a third,
Were axioms to him, who'd neer heard
Of any world where promises were kept,
Or one could weep because another wept.

The tin-lipped armorer,
Hephaestos, hobbled away,
Thetis of the shining breasts
Cried out in dismay
At what the god had wrounght
To please her son, the strong
Iron-hearted man-slaying Achilles
Who would not live long.


W. H. Auden, El escudo de Aquiles, en Los señores del límite, Galaxia Gutenberg
Traducción: Jordi Doce

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