sábado, 23 de mayo de 2009

Ferdydurke - W. Gombrowicz






Y también preguntaré (para apurar todavía el trago de la copa de las partículas) si, conforme a vuestro juicio, una obra construida según todos los cánones expresa el todo o sólo una parte del todo. ¡Bah! ¿No consistiría la forma en la eliminación, no sería la construcción un empobrecimiento; puede expresar el verbo algo más que una parte de la realidad? El resto es silencio. Por fin, ¿somos nosotros los que creamos la forma o más bien es ella la que nos crea? Bah, bah, conocía hace años a un escritor al cual, al comienzo de su carrera literaria, le salió un libro heroico en sumo grado. Por pura casualidad, ya en sus primera palabras golpeó la tecla heroica, aunque hubiese podido igualmente empezar de modo escéptico o, por ejemplo, lírico; pero las primeras frases le salieron heroicas, en vista de lo cual, y teniendo en cuenta la armonía de la construcción, ya era imposible no intensificar y graduar el heroísmo hasta el final. Y tanto pulía, redondeaba y perfeccionaba, tanto ajustaba el comienzo al final y el final al comienzo que de todo eso resultó una obra llena de vitalidad y de la más profunda convicción.
¿Qué le quedaba por hacer, entonces, con esta su más profunda convicción? ¿Puede un creador responsable de su verbo confesar que todo eso sólo le vino por sí solo a la pluma y le salió heroico, y que su más profunda convicción, en realidad, no es ni mucho menos su más profunda convicción, sino que, no se sabe cómo, desde el exterior se le pegó, prendió y adosó? ¡Imposible! En vano el desgraciado héroe de su heroísmo se avergonzaba y se ocultaba, tratando de zafarse de esa partícula suya; la partícula, tras haberlo agarrado bien, ya no quería soltarlo, y tuvo que adaptarse a su partícula. Y tanto se adaptaba que, al final de su carrera literaria, se volvió idéntico a aquélla, heroico..., acobardado por su heroísmo. Pero eludía a toda costa a sus camaradas y compañeros de período de la maduración, porque ellos no dejaban de extrañarse frente al todo que tan bien supo ajustarse a su papel. Y le gritaban:
-¡Eh, Picho! ¿Recuerdas aquel ombligo... aquel ombligo...? ¡Picho, Picho, Picho! ¿Recuerdas el ombligo sobre el prado verde? El ombligo. El ombligo, Picho, ¿dónde está?

Witold Gombrowicz, Ferdydurke, Seix Barral

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Pues claro que le vino dado, las palabras eran, son y serán colectivas, los sentimientos son como el polvo (una fina película que cubre a todo ser vivo y una capa más gorda en algunos privilegiados), pero a lo que vamos, si supo verlo cogerlo y transmitirlo no era menos suyo que lo escribió que mío que lo leí, o que de un tercero que tropezó al igual que él pero no quiso compartirlo

Bsos

Durandarte dijo...

Gombrowicz desmonta estos "serios" asuntos. La voz, una impostura, y sus propiedades también.

Gracias por tu comentario.

Saludos

P.