sábado, 29 de diciembre de 2012
Mark Strand - Mantener las cosas juntas
En el campo
soy la ausencia
de campo.
Siempre
es así.
Dondequiera que esté
soy lo que falta.
Cuando camino
parto el aire
y siempre
vuelve el aire
a ocupar los espacios
donde estuvo mi cuerpo.
Todos tenemos razones
para movernos.
Yo me muevo
para mantener las cosas juntas.
KEEPING THINGS WHOLE
In a field
I am the absence
of field.
This is
always the case.
Wherever I am
I am what is missing.
When I walk
I part the air
and always
the aire moves in
to fill the spaces
where my body's been.
We all have reasons
for moving.
I move
to keep things whole.
Mark Strand, Sólo una canción, trad. Eduardo Chirinos, Pre-Textos, 2004
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domingo, 23 de diciembre de 2012
Emily Dickinson- Poemas a la muerte
No es el Apocalipsis – lo que – espera,
sino nuestros deshabitados ojos –
Not "Revelation" – 'tis – that waits,
But our unfurnished eyes –
Emily Dickinson, Poemas a la muerte, Trad. Rubén Martín, Bartleby Editores
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martes, 11 de diciembre de 2012
La versión Browning (1994) - Mike Figgis
Mike Figgis, La versión Browning (1994)
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lunes, 10 de diciembre de 2012
Angelus Silesius - El peregrino querúbico
Quien es Dios ve a Dios
Porque debo ver la verdadera luz tal como es,
Yo mismo he de ser luz: de otro modo, me sería imposible.
Angelus Silesius, El peregrino querúbico, trad. Lluís Duch Álvarez, Ediciones Siruela, 2005
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domingo, 2 de diciembre de 2012
W. Shakespeare - Julio César
CASIO.- Entonces, Bruto, he interpretado mal la índole de vuestras reservas, y ésta es la causa de que ocultara en mi seno pensamientos de la mayor importancia, dignos de meditarse. Decidme, querido Bruto: ¿podeís veros la cara?
BRUTO.- No es posible, Casio, porque los ojos no pueden verse a sí mismos sino por refracción, o sea mediante otros objetos.
CASIO.- Justamente, y es muy lamentable, Bruto, que no tengáis espejos que reflejen vuestro oculto valer ante vuestras miradas, a fin de que pudierais contemplar vuestra imagen. (...)
William Shakespeare, Julio César, Obras Completas, trad. Luis Astrana Marín, Aguilar, 2003
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domingo, 25 de noviembre de 2012
Edgar Lee Masters - Spoon River
THOMAS ROSS, JUNIOR
Lo he visto con mis propios ojos:
una golondrina
hizo su nido en un agujero en la alta ribera arcillosa
que hay cerca del embarcadero de Miller.
Pero apenas había terminado de empollar
cuando una serpiente trepó hasta el nido
para devorar a las crías.
La golondrina, agitando las alas
y con chillidos agudos,
luchó con ella,
y la cegó con el batir de alas
logrando, aunque se enroscaba y alzaba la cabeza,
que se cayera hacia atrás
y se ahogara en el río Spoon.
No había pasado ni una hora
cuando un alcaudón
empaló a la golondrina en un espino.
Lo mismo me pasó a mí, logré dominar mi baja naturaleza
pero luego me destruyó la ambición de mi hermano.
THOMAS ROSS, JR.
This I saw with my own eyes:
A cliff-shallow
Made her nest in a hole of the high claybank
There near Miller's Ford.
But no sooner were the young hatched
Than a snaked crawled up to the nest
To devour the brood.
Then the mother swallow with swift flutterings
And shrill cries
Fought at the snake,
Blinding him with the beat of her wings,
Until he, wriggling and rearing his head,
Fell backward down the bank
Into Spoon River and was drowned.
Scarcely an hour passed
Until a shrike
Impaled the motheer swallow on a thorn.
As for myself I overcame my lower nature
Only to be destroyed by my brother's ambition.
Edgar Lee Masters, Antología de Spoon River, trad. Jaime Priede, Bartleby Editores, 2012
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sábado, 17 de noviembre de 2012
Raymond Carver - Termópilas
De vuelta al hotel, al contemplar cómo se suelta y cepilla
su pelo castaño frente a la ventana, perdida en sus propios pensamientos,
con la mirada en otra parte, me acuerdo por algún motivo de aquellos
lacedemonios sobre los que escribió Heródoto, cuyo deber
era defender las Puertas ante el ejército persa. Y
las defendieron. Durante cuatro días. Antes, sin embargo,
ante la incredulidad del propio Jerjes, los soldados griegos
se sentaron despreocupadamente por fuera del muro
de troncos cortados, las armas apiladas,
peinando y repeinando sus largos cabellos, como si se tratara
simplemente de otro día más de campaña.
Cuando Jerjes quiso saber qué significaba aquella exhibición,
le dijeron Cuando estos hombres van a perder la vida
quieren que sus cabezas estén hermosas.
Ella posa el cepillo de mango de hueso y se acerca
aún más a la ventana y a la decreciente luz de la tarde. Algo,
un movimiento o un crujido, llega desde abajo y ha atraído
su atención. Una mirada, y se desentiende.
THERMOPYLAE
Back at the hotel, watching her loosen, then comb out
her russet ahir in front of the window, she deep in private
thought,
her eyes somewhere else, I am reminded for some reason of
those
Lacedamonians Herodotus wrote about, wose duty
it was to hold the Gates against the Persian army. And who
did. For four days. First, though, under the disbelieving
eyes of Xerxes himself, the Greek soldiers sprawled as if
uncaring, outside their timber-hewn walls, arms stacked,
combing and combing their long hair, as if it were
simply another day in an otherwise unremarkable campaing.
When Xerxes demanded to know what such display signified,
he was told, When these men are about to leave their lives
tehy first make their heads beautiful.
She lays down her bone-handle comb and moves closer
to the window and the mean afternoon light. Something, some
creaking movement from below, has caught her
attention. A look, and it lets her go.
Raymond Carver, Todos nosotros, trad. Jaime Priede, Bartleby Editores, 2006
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domingo, 11 de noviembre de 2012
Almudena Guzmán - El príncipe rojo
Dulce y hermoso como la sangre
el príncipe rojo ante mí.
Come y bebe del banquete
de mi cuerpo
hasta hartarte.
Hasta que la venganza deje de ser,
por tu espada,
la voz que clama en el desierto.
Almudena Guzmán, El príncipe rojo, Hiperión, 2005
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jueves, 1 de noviembre de 2012
Miguel Veyrat - Alma, yo te aprendo
Alma, yo te aprendo,
cada vez que llega
un muerto nuevo
a fundirse con la esencia
de aquel hombre
-también ciego y no mortal
que conmigo sobrevive.
Pero remo todavía
por las vetas
de la playa silenciosa
y ayudo al viento
a robar más soma por Oriente.
Juntos confiscamos
individuos a mi especie
para reír y jugar felices
a creerlos inmortales.
Miguel Veyrat, en http://bib.cervantesvirtual.com/bib_autor/miguelveyrat/
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martes, 30 de octubre de 2012
Antara - La muerte, la aguada
El tiempo ha pasado sobre los restos del campamento
entre al-Lakin y al-Harmal.
Me detuve en su recinto, perplejo, interrogando a las moradas
como hacen los que no han olvidado.
Abandonadas por sus habitantes,
con ellas han jugado las lluvias y los vientos destructores
y en los rincones ennegrecidos ha crecido la yerba.
¿Son tus lágrimas las que resbalan sobre el palanquín
o es el llanto de una paloma en la enramada?
Ella se precipitó al hacerme meter la muerte
como si la muerte pudiera no alcanzarme.
Y le contesté: la muerte es una aguada
en la que acabaremos todos por beber.
Guarda tu temor. No te diré que no,
pero debes saber que soy un hombre
que morirá si un día no le matan.
Antara (525-615), de La poesía árabe clásica, trad. Josefina Veglison Elías de Molins, Hiperión,1997
martes, 23 de octubre de 2012
Couperin - Les barricades mystérieuses
François Couperin, Les barricades mystérieuses
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domingo, 14 de octubre de 2012
Javier Egea
Volverán las oscuras...
GUSTAVO ADOLFO BÉCQUER
Tú que todo los sabes
sabrás que regresarán los vencejos
y no han reconocido los aleros ni el patio
y parecieran locos sobre tantas ruinas.
Javier Egea, Poesía completa (Volumen I), Bartleby Editores, 2011
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domingo, 7 de octubre de 2012
Aphaville - Jean-Luc Godard
Jean-Luc Godard, Alphaville (1965), (poema de Paul Éluard)
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martes, 2 de octubre de 2012
Houellebecq - Sobrevivir
Un poeta muerto ya no puede escribir. De ahí la importancia de seguir vivo.
(...) Respetad a los filósofos, pero no les imitéis. Vuestra vía, desgraciadamente, se encuentra en otro sitio. Es indisocialbe de la neurosis. La experiencia poética y la experiencia neurótica son dos caminos que se cruzan, se entrelazan, y acaban por confudirse la mayoría de las veces, esto último por disolución del filón poético en el torrente sangriento de la neurosis. Pero no tenéis elección. No hay otro camino.
Trabajar permanentemente en vuestras obsesiones acabará conviertiéndoos en una piltrafa patética, minada por la angustia o devastada por la apatía. Pero, lo repito, no hay otro camino. Debéis alcanzar el punto sin retorno. Romper el círculo. Y producir algunos poemas antes de estrellaros contra el suelo. Habréis entrevisto espacios inmensos. Toda gran pasión desemboca en el infinito.
(...) Sois ricos. Conocéis el Bien, conocéis el Mal. No renuciéis nunca a separarlos; no os dejéis liar por la tolerancia, ese pobre estigma de la edad La poesía está en condiciones de establecer verdades morales definitivas. Debéis odiar la libertad con todas vuestras fuerzas.
Michel Houellebecq, Sobrevivir. Método, en Poesía, trad. Altair Díez y Abel H. Pozuelo, Anagrama, 2012
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domingo, 16 de septiembre de 2012
martes, 11 de septiembre de 2012
Antonio Carvajal - San Miguel
Tu espada de dos filos, amor, tiene una mella,
y si come la carne, deja completo el hueso.
Por más que coma en llanto, por más que coma en beso,
el esqueleto intacto no padece tu huella.
Fosforece en la noche, gusano, espejo, estrella,
costilla, fémur, radio, tímpano, siempre ileso,
y el hierro de tu espada, avaricioso y preso,
llora y besa sin pausa por la mejilla bella.
Tu boca de dos labios, arcángel luminoso,
me sacude en mí mismo, los huesos me distiende,
me rinde desmayado de luz mientras me fresa.
Puede más que tu espada de filo caprichoso,
y me hiende la boca, y la carne me hiende,
y el hueso con un beso me hiende y atraviesa.
Antonio Carvajal, Tigres en el jardín, Hiperión, 2001
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sábado, 1 de septiembre de 2012
Olvido García Valdés
decía que había sido y era
en ésta y no en otra vida por
la impresión o el sonido
fijeza móvil o desdicha
bestia parda brillo maullido
negro canto
Olvido García Valdés, Lo solo del animal, Tusquets, 2012
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sábado, 18 de agosto de 2012
Guillermo Carnero - Bacanales en Rímini para olvidar a Isotta
En unas breves horas puede el vino, en la dulce demencia del festín,
y las arpas, laúdes, las delicadas sedas,
aplacar el amor, como la cólera. ¿Qué queda como presa a la vejez,
qué peor enemigo que este arte
de conservar la vida? El brillo de los mármoles labrados
no ocultará tu muerte. No seremos
dentro de poco ya, ni estos dorados
cortinajes, las vívidas hogueras,
el carmesí arrugado tras la danza
ni el líquido destello de las gemas
en los rubios cabellos, tras el baño.
Proclaman en el llano azul los fresnos
el baño de las ninfas. Un tropel
de centauros te cerca. Todos estos brillantes candeleros y telas
han de prevalecer sobre nosotros, quizá será la muerte
la única certeza que nos ha sido dado alzar sobre la tierra,
escuchad cómo rasga una hoja lentísima los tapices del palio,
cómo se desvanecen esos versos unidos a la música, cómo la proa del Buccentoro,
sumergiendo en el agua los flecos amarillos,
se acerca, con los rojos gallardetes al viento,
mientras flotan sin rumbo cadáveres y rosas.
Guillermo Carnero, Dibujo de la muerte. Obra poética, Cátedra, 1998
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domingo, 12 de agosto de 2012
Wallace Stevens - Las Auroras de Otoño
I
Aquí es donde vive la serpiente, la sin cuerpo,
Su cabeza es aire. En cada cielo, por la noche,
Debajo de su cola se abren ojos que nos miran.
¿O esto es otro culebrear fuera del huevo,
Otra imagen al final de la caverna,
Otra sin cuerpo para la vieja piel?
Aquí es donde vive la serpiente. Éste es su nido,
Estos campos, estas colinas, estas teñidas distancias,
Y los pinos encima, y a lo largo y al costado del mar.
Esto es forma engullendo lo informe,
Piel relampagueando hacia desapariciones anheladas,
Y el cuerpo de la serpiente relampagueando sin piel.
Ésta es la altura emergiendo y su base
Estas luces pueden finalmente alcanzar un polo
En la semicerrada medianoche y encontrar la serpiente allí,
En otro nido, el amo del laberinto
De cuerpo y aire e imágenes y formas,
Inexorablemente en posesión de la felicidad.
Éste es su veneno: que hemos de desconfiar
Incluso de esto. Sus meditaciones en los helechos,
Cuando se movía tan apenas para estar segura del sol,
Nos hizo no menos seguros. Vimos en su cabeza,
Anillada de negro sobre la roca, el animal moteado,
La hierba móvil, el Indio en su claro del bosque.
I
This is where the serpent lives, the bodiless.
His head is air. Beneath his tip at night,
eyes on and fix on us in every shy.
Or is this another wriggling out of the egg,
Another image at the end of the cave,
Another bodiless for the body´s slough?
This is form gulping after formlessness,
These fields, these hills, these tinted distances,
And the pines above and along and beside the sea.
This is form gulping after formlessness,
Skin flashing to wished-for disappearances
And the serpent body flashing without the skin.
This is the height emerging and its base
These lights may finally attain a pole
In the midmost midnight and find the serpent there,
In another nest, the master of the maze
Of body and air and forms and images,
Relentlessly in possession of happiness.
This is his poison: that we should disbelieve
Even that. His meditations in the ferns,
When he moved so slightly to make sure of sun,
Made us no less as sure. We saw in his head,
Black beaded on the rock, the flecked animal,
The moving grass, the Indian in his glade.
Wallace Stevens, Las Auroras de Otoño y otros poemas, trad. Jenaro Talens, Visor, 2012
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sábado, 4 de agosto de 2012
Rafael Cadenas
Gracias a unas paces
hondas,
esta tierra y tú
se vuelven de nuevo
acordes
como en los solares
desaparecidos
de tu infancia
Cuando eras inmortal.
Cuando eras.
Rafael Cadenas, Sobre abierto, Pre-Textos, 2012
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domingo, 22 de julio de 2012
Clara Janés - Variables ocultas
Y la palabra deja de ser su forma, que queda como
una piel de serpiente abandonada en la arena. Su
fuerza es interior, posee incluso a la boca muda.
Clara Janés, Variables ocultas, Vaso Roto Ediciones, 2010
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domingo, 15 de julio de 2012
Vladimir Nabokov - Habla, memoria
Así, cuando la recién descubierta, fresca y pulcra fórmula de mi edad, cuatro años, quedó confrontada con las fórmulas paternales, treinta y tres y veintisiete, algo me ocurrió. Experimenté una conmoción de efectos tremendamente vigorizantes. Como si me hubieran sometido a un segundo bautismo, de tendencia más divina que el remojón de rito ortodoxo griego sufrido cincuenta meses antes por un aullante, semiahogado, semiVictor (mi madre, a través de la entrecerrada puerta, consiguió corregir al chapucero arcipreste, el padre Konstantin Vetvenitski), me sentí sumergio bruscamente en un medio radiante y móvil que era ni más ni menos que el puro elemento del tiempo. El cual era compartido –de la misma manera que los excitados bañistas comparten la reluciente agua del mar– con criaturas que no eran yo mismo pero que estaban unidas a mí por el común fluir del tiempo, un ambiente muy diferente al mundo espacial, que no sólo es percibido por los hombres sino también por los monos y las mariposas. En ese momento tomé la aguda conciencia de que el ser de veintisiete años, vestido de suave blanco y rosa, que sostenía mi mano izquierda, era mi madre, y que el ser de treinta y tres años, era mi padre. Entre ellos, que iban paseando, yo caminaba saltando y trotando y saltando otra vez, de mancha de sol en mancha de sol, por el centro de un sendero que hoy día puedo identificar fácilmente como aquel paseo de robles jóvenes que había en el parque de nuestra casa de campo, Vyra, en lo que fuera la provincia de San Petersburgo. Ciertamente, desde mi actual cresta de tiempo remoto, aislado y casi deshabitado, veo a mi yo diminuto que celebra, en aquel día de agosto de 1903, el nacimiento de la vida consciente.
Vladimir Nabokov, Habla, memoria, trad. Enrique Murillo, Anagrama, 2006
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sábado, 30 de junio de 2012
Miguel Veyrat - Guarida de estrellas, X
Obediente el ciego escriba
anota que mandaste
atar tu cuerpo taponando
con cera la mente de los tuyos
y recibir en solitario
la caricia del sentido: ¿Cómo
pudiste vivir con tal secreto? El
prudente Homero nos mintió
pues nadie podría amarte
ni esperarte –delatado
entre las mañas y el loto, lúcido
y loco en tu postrera huida
hacia adelante. Más tarde
cuando el Viejo Capitán
se hizo cargo del viaje
y zarpaste presto hacia el vacío
pudo verse que mantenías –entre
dos rojas heridas, el latir
de la canción robada. Siglos
después un fiel amor –uno
de los nuestros, te hundiría
para siempre en el círculo octavo
del Infierno.
Miguel Veyrat, en http://bib.cervantesvirtual.com/bib_autor/miguelveyrat/
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domingo, 24 de junio de 2012
Carl Seelig - Paseos con Robert Walser
(...)
-¡Hagámoslo todo a pie!
Señala una cima verde, hacia el sur. A mí me parece infinitamente lejos, pero él tiene que hacer su voluntad. Adopta un ritmo casi frenético. Los pantalones le quedan un poquitín largos; dice que son los de su hermano Karl. ¡Bajamos un barranco! Es el viejo camino de herradura, a mano derecha una soga, agarrándose a la cual desciende casi en vertical. Propongo un baño en el cercano río que corre a nuestros pies, color verde musgo; tampoco sería despreciable un segundo desayuno, le digo. Robert se niega con gesto de espanto, y declama con irónico patetismo: "¡El que quiere vencer no descansa!". ¡Así que a subir por el otro lado! Trepa como un gato, luego pasamos ante huertos solitarios, ante pastos de fuerte aroma, bosques y más bosques...
Empezamos una larga discusión sobre el tema siguiente, propuesto por mí:
La joven y atractiva hija de un matrimonio amigo ha caído bajo la influencia de un mal tipo, con el que a veces veo a la muchacha en un café. Me han hablado mucho y mal acerca de este joven de aspecto brutal y desaliñado, del que se supone que tiene poderes hipnóticos. Se dice que abusa de ellos en sus relaciones con los jóvenes. Me han dado nombres, y me dicen que hace beber a la hija de mis amigos y se la lleva entrada la noche a locales de mala nota. El problema es: ¿debo alertar al padre (la madre está enferma y necesita cuidados) del peligro que corre su hija o debo callar? Robert medita concienzudamente sobre el asunto, y se informa con viveza de los detalles. Luego dice:
-Le aconsejo, como amigo, que no haga nada. No hará más que exponerse a disgustos. Quizá sospechen que es usted un chismoso, que tiene celos y que es un beato. ¡Qué le importa a usted esa muchacha! Ese amor, aunque termine desdichadamente, será una escuela de la experiencia para esa ingenua criatura. Hay que tener confianza en la vida y en las personas, confianza en que tales momentos de peligro despertarán en ellas las energías positivas. Quien cae, también puede levantarse... ¡No, no, yo en su lugar guardaría silencio!
-Admitido: es probable que mi intervención no me reporte más que disgustos. Pero no se trata de mi paz espiritual, se trata de la muchacha, que es demasiado buena para ese canalla. Las obligaciones de la amistad exigen, en mi opinión, decírselo a su padre.
-No hay obligaciones de la amistad. No existe más que la amistad, libre y sin ataduras. ¿Por qué interfiere usted en asuntos en los que sólo el padre y la madre son responsables?
-Siento las cosas de forma distinta. Sinceramente. Si en un combate un amigo cayera junto a mí, para mí sería obvio ocuparme de él a toda costa.
-También eso es un error. Usted no debería ocupare más que de la victoria, es decir, de avanzar y ganar la batalla. No se puede olvidar el gran objetivo por cuestiones privadas. El que quiere vencer tiene que saber contar con las víctimas.
Hasta llegar a la cumbre, Robert desarrolla para mí sus peculiares ideas sobre el tema. Me habla de una belleza de Biel a la que veía a veces en Zúrich. Había muerto miserablemente de resultas de un aborto pero, con su encanto, había hecho felices a muchos hombres. También tenía que haber existencias que no se dedicaran a hacer una vida normal, sino que se desarrollaran por vías marginales, destinos extraños. No se podía examinar lo insondable de la naturaleza.
Carl Seelig, Paseos con Robert Walser, trad. Carlos Fortea, Ediciones Siruela
-¡Hagámoslo todo a pie!
Señala una cima verde, hacia el sur. A mí me parece infinitamente lejos, pero él tiene que hacer su voluntad. Adopta un ritmo casi frenético. Los pantalones le quedan un poquitín largos; dice que son los de su hermano Karl. ¡Bajamos un barranco! Es el viejo camino de herradura, a mano derecha una soga, agarrándose a la cual desciende casi en vertical. Propongo un baño en el cercano río que corre a nuestros pies, color verde musgo; tampoco sería despreciable un segundo desayuno, le digo. Robert se niega con gesto de espanto, y declama con irónico patetismo: "¡El que quiere vencer no descansa!". ¡Así que a subir por el otro lado! Trepa como un gato, luego pasamos ante huertos solitarios, ante pastos de fuerte aroma, bosques y más bosques...
Empezamos una larga discusión sobre el tema siguiente, propuesto por mí:
La joven y atractiva hija de un matrimonio amigo ha caído bajo la influencia de un mal tipo, con el que a veces veo a la muchacha en un café. Me han hablado mucho y mal acerca de este joven de aspecto brutal y desaliñado, del que se supone que tiene poderes hipnóticos. Se dice que abusa de ellos en sus relaciones con los jóvenes. Me han dado nombres, y me dicen que hace beber a la hija de mis amigos y se la lleva entrada la noche a locales de mala nota. El problema es: ¿debo alertar al padre (la madre está enferma y necesita cuidados) del peligro que corre su hija o debo callar? Robert medita concienzudamente sobre el asunto, y se informa con viveza de los detalles. Luego dice:
-Le aconsejo, como amigo, que no haga nada. No hará más que exponerse a disgustos. Quizá sospechen que es usted un chismoso, que tiene celos y que es un beato. ¡Qué le importa a usted esa muchacha! Ese amor, aunque termine desdichadamente, será una escuela de la experiencia para esa ingenua criatura. Hay que tener confianza en la vida y en las personas, confianza en que tales momentos de peligro despertarán en ellas las energías positivas. Quien cae, también puede levantarse... ¡No, no, yo en su lugar guardaría silencio!
-Admitido: es probable que mi intervención no me reporte más que disgustos. Pero no se trata de mi paz espiritual, se trata de la muchacha, que es demasiado buena para ese canalla. Las obligaciones de la amistad exigen, en mi opinión, decírselo a su padre.
-No hay obligaciones de la amistad. No existe más que la amistad, libre y sin ataduras. ¿Por qué interfiere usted en asuntos en los que sólo el padre y la madre son responsables?
-Siento las cosas de forma distinta. Sinceramente. Si en un combate un amigo cayera junto a mí, para mí sería obvio ocuparme de él a toda costa.
-También eso es un error. Usted no debería ocupare más que de la victoria, es decir, de avanzar y ganar la batalla. No se puede olvidar el gran objetivo por cuestiones privadas. El que quiere vencer tiene que saber contar con las víctimas.
Hasta llegar a la cumbre, Robert desarrolla para mí sus peculiares ideas sobre el tema. Me habla de una belleza de Biel a la que veía a veces en Zúrich. Había muerto miserablemente de resultas de un aborto pero, con su encanto, había hecho felices a muchos hombres. También tenía que haber existencias que no se dedicaran a hacer una vida normal, sino que se desarrollaran por vías marginales, destinos extraños. No se podía examinar lo insondable de la naturaleza.
Carl Seelig, Paseos con Robert Walser, trad. Carlos Fortea, Ediciones Siruela
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sábado, 16 de junio de 2012
Henrik Nordbrandt - Baklava
Me siento incómodo en Atenas, en Estambul
lo mismo que en Beirut. Allí la gente
parece saber algo de mí
que yo jamás comprendí,
algo tentador y mortalmente peligroso
como la calle de tumbas submarinas
donde buceamos buscando ánforas el verano pasado
un secreto – a medias presentido
como espiado por las miradas de los vendedores callejeros
que de pronto me hacen penosamente
consciente de mi esqueleto. Como si las monedas de oro
que los niños me ofrecen
hubiesen sido robadas de mi propia tumba
anoche. Y como si ellos indiferentes
hubiesen machacado todos los huesos de mi cabeza
para poder cogerlas. Como si
la torta que me acabo de comer hace un instante
hubiese sido endulzada con mi propia sangre.
Henrik Nordbrandt, Poesía nórdica, Antología de Francisco J. Uriz
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sábado, 26 de mayo de 2012
Manuel Chaves Nogales - Juan Belmonte, matador de toros
(...)
–Pues anda -me dijo-; a ver si consigues cazar a esa bestia.
Y me puso en las manos la espada y la muleta.
Vuelta otra vez a correr detrás del toro hasta echar el pulmón por la boca. Cuando lo alcancé, de nuevo volví a tirarme a matar, y volvió a encunarme y a escupirme contra la arena. "¡Menos mal! –pensé–. Todo el tiempo que esté en el suelo no tendré que estar corriendo." Pero a los pocos segundos ya estaba allí otra vez Calderón levantándome como el que alza a un guiñapo del suelo y poniéndome en las manos los trastos de matar.
A la tercera vez me que me vi frente al toro estaba yo tan desesperado que me tiré a matar echándome materialmente sobre los pitones para que la bestia aquella me matase. Todo era preferible a aquel tormento. Una vez más fui por el aire y caí entre las patas del novillo. Ya sabía yo que el animal no hacía por recogerme, y me encontré muy a gusto en el suelo sintiéndole a mi lado como si fuese mi Ángel de la Guarda. "¡Si pudiera dormirme! –pensaba–. ¡Un ratito siquiera!"
Pero llegó otra vez más el feroz Calderón, esta vez irritado ya conmigo.
–¡Vamos! ¿Qué haces aquí? ¡Arriba!
-¡Es que no puedo, Calderón! –gemí.
-Eso te pasa por hacer la vida que haces, so perdido. ¡Toma, toma! Para que te vayas por ahí de madrugada con las mujeres...
El público empezó a divertirse con aquel inusitado espectáculo. Algún espectador me ha contado luego que se tenía la impresión de que yo era un muñeco mecánico y que cuando Calderón se acercaba a mí parecía que me daba cuerda, me ponía en pie y me echaba otra vez contra el toro.
Entré a matar cien veces, me cogió el toro quince o veinte, y cuando la paciencia del público y del presidente se agotaba y sonaron los clarines para que salieran los mansos, estaba el toro tan vivo como al empezar la lidia.
Acababa el toro de tirarme por vigésima vez contra el suelo cuando sonó el tercer aviso y se abrió el portalón para que salieran los cabestros. Súbitamente me entraron una rabia y una desesperación incontenibles. Me incorporé juntando todas mis energías, y sobreponiéndome al agotamiento me planté de un salto ante el toro, y sin muleta ni estoque, que para nada me servían, me hinqué ante él de rodillas y le desafié frenético:
–¡Mátame, ladrón; mátame!
Estaba ciego de la desesperación. Avancé arrastrando las rodillas por la arena hasta que estuve en la cara del toro, lo cogí por los cuernos, le escupí, y finalmente me puse a aporrearle el hocico a puñetazo limpio al mismo tiempo que le gritaba:
-¡Mátame, asesino; mátame!
Calderón y el mozo de espadas, asustados, intentaban arracarme de allí. Hay una fotografía que reproduce fielmente la escena. El mozo de espadas me tiene cogido por un brazo y Calderón tira de mí agarrándome por el cogote, mientras yo sigo de rodillas debatiéndome entre los largos pitones del toro, que, la verdad, no me mató porque no quiso.
Manuel Chaves Nogales, Juan Belmonte, matador de toros, Alianza
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domingo, 6 de mayo de 2012
Edgardo Dobry
Bien puedes ir en un avión
rodeado todavía de una nube de perfume
mientras tu madre en la casa agoniza.
Tu madre en la punta seca del compás
y el vuelo es el trazo de tiza.
Entonces no te acercas y
agoniza. No tienes la culpa,
eres culpable.
Edgardo Dobry, Cosas, Lumen, 2008
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domingo, 29 de abril de 2012
Martin Amis - Experiencia
La neumonía de Kingsley ha vuelto y no está siendo tratada. Tengo la sensación de que su cuerpo no está exento de alguna fuerza constitucional última, pero está terriblemente confuso. Su cuerpo lucha por quedarse y lucha por partir. Los saquitos de aire de sus pulmones se están llenando de pus. Ha de respirar con mucha más fuerza y rapidez que cuando estaba sano para conseguir el oxígeno que necesita. Cuán duro es morir. Uno ha de obstinarse, jadeante, en ello. El gran sudor de la muerte, dijo el divino poeta, refiriéndose a esa batalla. Aplicamos la perserverancia antigua: mi padre está haciendo lo que siempre hizo. Cuando subía a su estudio en mitad de la noche y mecanografiaba sus íes y oes, sus gaviotas y gaviotas, hacía lo que siempre había hecho. Y ahora trabajaba y trabajaba y trabajaba y trabajaba en su tránsito hacia el acontecimiento supremo.
Se ha dado la vuelta en la cama, y me da la espalda. Me está enseñando cómo se hace. Te das la vuelta, sobre un costado, y te mueres.
Martin Amis, Experiencia, Anagrama, 2001
sábado, 21 de abril de 2012
T. S. Eliot - Little Gidding
(...)
V
Lo que llamamos el comienzo es a menudo el fin
y llegar a un fin es hacer un comienzo.
El fin es de donde arrancamos. Y cada expresión
y frase que sea correcta (donde cada palabra esté en su casa,
ocupando su lugar para apoyar a las demás,
la palabra ni desconfiada ni ostentosa,
un fácil comercio de lo viejo y lo nuevo,
la palabra corriente, exacta sin vulgaridad,
la palabra formal, precisa pero no pedante,
el conjunto completo bailando juntos)
toda expresión y toda frase es un fin y un comienzo,
todo poema es un epitafio. Y cualquier acción
es un paso al tajo, al fuego, por la garganta del mar abajo
o hacia la piedra ilegible: y ahí es donde arrancamos.
Morimos con los agonizantes:
ved, ellos se marchan, y nos vamos con ellos.
Nacemos con los muertos:
ved, ellos vuelven, y nos traen con ellos.
El momento de la rosa y el momento del tejo
son de igual duración. Un pueblo sin historia
no se redime del tiempo, pues la historia es una ordenación
de momentos sin tiempo. Así, mientras la luz cae
en una tarde de invierno, en una capilla apartada
la historia es ahora e Inglaterra.
Con la atracción de este Amor y la voz de esta Llamada
No cesaremos de explorar
y el fin de toda nuestra exploración
será llegar a donde arrancamos
y conocer el lugar por primera vez.
A través de la puerta desconocida, recordada
cuando lo último de la tierra por descubrir
sea lo que era el comienzo;
en la fuente del río más largo
la voz de la cascada escondida
y los niños en el manzano
no conocida, porque no buscada
pero oída, medio oída, en el silencio
entre dos olas del mar.
Deprisa ahora, aquí, ahora, siempre –
una situación de completa sencillez
(costando no menos que todo)
y todo irá bien y toda
clase de cosas irán bien
cuando las lenguas de llamas estén plegadas hacia dentro
en el coronado nudo de fuego
y el fuego y la rosa sean uno.
T.S. Eliot, Little Gidding, en Poesías reunidas, trad. José María Valverde, Alianza
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domingo, 15 de abril de 2012
Las malas hierbas - Alain Resnais
Alain Resnais, Les herbes folles (2009)
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sábado, 31 de marzo de 2012
Saul Bellow - Herzog
Al hacer un resumen de sí mismo, reconoció que había sido –por dos veces– un mal esposo. A Daisy, su primera esposa, la había tratado miserablemente. Madeline, su segunda mujer, había intentado manejarlo. Para su hijo y su hija era un padre cariñoso pero malo. Y para sus propios padres, fue un hijo desagradecido. Para su país, era un ciudadano indiferente. A sus hermanos y a su hermana los trataba con afecto pero se mantenía muy apartado de ellos. Para sus amigos, era un egoísta. En cuanto al amor, era un perezoso. En cuanto a la brillantez, era un hombre apagado. Ante el poder, pasivo. Y respecto a su propia alma, tomaba una actitud evasiva.
Satisfecho con su propia severidad, disfrutando con la dureza y el rigor de su juicio, yacía en el sofá, con los brazos levantados por detrás y las piernas extendidas sin finalidad.
Y, sin embargo, qué encantadores somos.
Saul Bellow, Herzog, DeBols!llo, 2004
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domingo, 25 de marzo de 2012
Manuel Padorno - El viejo galopa desnudo
Bajan las bicicletas a la playa
los muchachos desnudos galopan
sobre la firme arena húmeda. Corren
hacia la oscuridad, La Cícer (aire
que huele a leña quemada ahora), corren
hacia la noche. Cierro la ventana
lentamente en el día de oro. Huelo
la hoguera dentro. Pasa el tiempo,
el sol, la tea deslumbrante. Quedo
en el silencio, en el mar todavía.
Debo ajustar ahora, entre tinieblas
lo que me queda por vivir. Ajusto
lo que se ve a lo que no se ve. Tea
quemada ya, humo del sueño, un hombre
viejo que galopa desnudo sobre
la firme arena de la playa líquida
hacia la oscuridad, el aire
florece: pisa el agua.
Manuel Padorno, La palabra iluminada, Cátedra, 2011
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domingo, 18 de marzo de 2012
Piedad Bonnett - A lo lejos
No insistas. Alguien allá a lo lejos está matando el sueño.
Alguien destaza el corazón del tiempo.
Alguien allá a lo lejos acaba con él mismo.
Piedad Bonnett, en http://amediavoz.com/bonnett.htm
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domingo, 11 de marzo de 2012
Gustave Flaubert - Bouvard y Péchuchet
Su primer grito fue: "¿Nos retiraremos al campo!". Y a Pécuchet le parecieron muy naturales estas palabras que lo ligaban a la felicidad de su amigo. Pues la unión de los dos hombres era absoluta y profunda.
Pero como no quería vivir a expensas de Bouvard, no iría antes de jubilarse. ¡Esperar todavía dos años! ¡No importa! Permaneció inflexible y así quedó zanjada la cuestión.
Para saber dónde se establecerían, pasaron revista a todas las provincias. El Norte era fértil, pero demasiado frío; el Mediodía encantador por el clima, pero incómodo por los mosquitos, y el Centro, francamente, no tenía nada de curioso. Bretaña les había convenido de no ser por el espíritu mojigato de sus habitantes. En cuanto a las regiones del Este, con su jerga germánica, ni pensarlo siquiera. Pero había otros lugares. ¿Qué tal, por ejemplo, Forez, Bugey, Roumois? Los mapas geográficos no decían nada. Por lo demás, lo importante no era el lugar donde estuviera la casa, lo importante era tenerla.
Ya se veían en mangas de camisa, al borde de un arriate, podando rosales, cavando, binando, trabajando la tierra, trasplantando tulipanes. Se levantarían con el canto de la alondra para seguir los arados, irían con una cesta a recoger manzanas, mirarían hacer la mantequilla, batir el grano, esquilar los corderos, cuidar las colmenas, y se deleitarían con el mugido de las vacas y el olor del heno recién cortado. ¡Fuera la escritura! ¡Fuera los jefes y alquileres que pagar! ¡Tendrían casa propia y comerían con los zuecos puestos los pollos del corral y las legumbres del huerto!
–¡Haremos todo lo que nos plazca! ¡Nos dejaremos crecer la barba!
Gustave Flaubert, Bouvard y Pécuchet, trad. Aurora Bernárdez, Tusquets, 1999.
domingo, 26 de febrero de 2012
Sylvia Plath - Carta de noviembre
"Soy una escritora de genio; se me ha concedido el don. Estoy escribiendo los mejores poemas de mi vida, los que me harán famosa" (Sylvia Plath).
CARTA DE NOVIEMBRE
Amor: el mundo
cambia de súbito, cambia de color. El alumbrado de la calle
se astilla en las vainas como colas de rata
del larbuno, a las nueve de la mañana.
Es el Ártico,
ese pequeño círculo
negro, con sus atezadas hierbas sedosas –pelo de niño.
Hay un verde en el aire,
suave, deleitoso.
Con amor me algodona.
Estoy sonrojada y cálida.
Creo que puedo ser enorme:
soy tan estúpidamente feliz,
con mis botas altas
chista que te chista por el rojo bello.
Ésta es mi propiedad.
Dos veces al día
la recorro, olisqueando
el bárbaro acebo, con sus verdes
festones, hierro puro,
y el muro de los viejos cadáveres.
Los amo.
Los amo como a historia.
Las manzanas están doradas;
figúrate:
mis setenta árboles
sosteniendo sus bolas de almagre y oro
en una densa sopa gris letal:
con su millón
de hojas doradas, sin aliento, metálicas.
Oh amor, oh célibe.
Nadie sino yo
huella esta humedad que llega a la cintura.
Los dorados,
insustituibles, sangran y se ahondan: boca de las Termópilas.
LETTER IN NOVEMBER
Love, the world
Suddendly turns, turns colour. The streetlight
Splits through the rat's-tail
Pods of the laburnum at nine in the morning.
It is the Arctic,
This little black
Circle, with its tawn silk grasses –baies' hair.
There is a green in the air,
Soft, delectable.
It cushions me lovingly.
I am flushed and warm.
I think I may be enormous,
I am so stupidly happy,
My Wellingtons
Squelching and squelching through the beatiful red.
Thi is my property.
Two times a day
I pace it, sniffing
The barbarous holly with its viridian
Scallop, pure iron,
And the wall of old corpses.
I love them.
I love them like history.
The apples are golden,
Imagine it–
My seventy trees
Holding their gold-ruddy balls
In a thick grey death-soup,
Their million
Gold leaves metal and breathless.
Oh love, o celibate.
Nobody but me
Walks the waist-high wet.
The irreplaceable
Gold bleed and deepen, the mouths of Thermopylae.
Sylvia Plath, Ariel, trad. Ramón Buenaventura, Hiperión
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domingo, 19 de febrero de 2012
Borís Ryzhi
Rebobina mi vida hacia atrás
y aún más atrás:
voy ebrio a través del jardín,
otoño, caen las hojas.
Y yo andando: la estatua de la chica del remo
a mi izquierda, y la del peso
a mi derecha, se detuvo el tiempo y persiste,
mientras, el follaje vuela.
Todas las atracciones cerradas,
no hay nadie alrededor,
sólo se oye, en la lejanía
un amigo-altavoz.
No hay quien diablos entienda qué canta,
lo que ha cantado siempre:
que el amor pasará, y pasará la vida,
que volarán los años.
En mi vejez más tardía
regresaré algún día,
miraré hacia el cielo, y luego
andaré entre la hojarasca.
Que el amor pasará, y pasará la vida,
entonaré lánguido,
no me acordaré de nadie, viejo diablo,
al borde del abismo.
Borís Ryzhi, La hora de Rusia. Poesía contemporánea, Maria Ignátieva, Visor.
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domingo, 12 de febrero de 2012
sábado, 11 de febrero de 2012
John Donne - El amanecer
Viejo afanoso, tonto, Sol inquieto,
¿Por qué entre las ventanas
y las cortinas nos visitas?
Las estaciones de los amantes ¿deben seguir tus movimientos?
Infeliz, pedante, descarado, ve y riñe
a escolares rezagados, a avinagrados aprendices;
ve y di a los cazadores de la Corte que el rey cabalgará;
convoca a las hormigas campesinas a tareas de cosecha.
El amor, siempre igual, no conoce estaciones, clima,
horas, días, meses, harapos tan sólo del tiempo.
Tus rayos, tan dignos de reverencia y poderosos
¿por qué ibas a creerlos?
Podría eclipsarlos y nublarlos con un guiño,
no quisiera yo tan largo plazo estar sin verla.
Si sus ojos los tuyos no han cegado,
mira, y mañana por la tarde, dime
si ambas Indias, la de especias, la de minas,
yacen donde las dejaste, o a mi lado.
Pregunta por los reyes que ayer viste,
y oirás decir: "Todos auí, en un lecho, yacen."
Ella es todos los Estados; yo, todos los Príncipes.
Nada más es.
Los príncipes nos imitan. Comprado con esto,
todo el honor es fingido; toda riqueza, oropel.
Tú, Sol, eres la mitad de feliz que nosotros
al cotraerse así el mundo.
Tu edad pide descanso, y, pues que tu deber es
calentar el mundo, eso, al calentarnos, está hecho.
Brilla aquí para nosotros y estarás en todas partes.
Esta cama es tu centro; estos muros, tu esfera.
THE SUN RISING
Busy old fool, unruly Sun,
Why dost thou thus,
Through windows, and through curtains, call on us?
Must to thy motions lovers' seasons run?
Saucy pedantic wretch, go chide
Late schoolboys, and sour prentices,
Go tell court-huntsmen that the King will ride,
Call country ants to harvest offices;
Love, all alike, no season knows, nor clime,
Nor hours, days, months, wich are ar the rags of time.
Thy beams, so reverend and strong
Why shouldst thou think?
I could eclipse and cloud them with a wink,
But that I would not lose her sight so long:
If her eyes have not blinded thine,
Look, and tomorrow late, tell me
Whether both Indias, of spice, and mine,
Be where thou leftst them, or lie here with me.
Ask for those Kings whom thou saw'st yesterday
And thou shalt hear: "All here in one bed lay."
She is all States, and all Princes I,
Nothing else is:
Princes do but play us; compar'd to this,
All honour's mimic, all wealth alchemy.
Thou, sun, art half as happy as we,
In that the world's contracted thus;
Thine age asks ease, and since thy duties be
To warm the world, that's done in warming us.
Shine here to us, and thou arth everywhere;
This bed thy centre is, these walls, thy sphere.
John Donne, en Mil años de poesía europea, Francisco Rico, trad. Purificación Ribes
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