viernes, 15 de agosto de 2008

Edmond Jabès







A la llegada del poema, aurora y crepúsculo se convierten en noche, el comienzo y el final de la noche. El poeta lanza entonces su red, como el pescador en el mar, a fin de captar todo lo que se mueve en lo invisible, esas miríadas de seres incoloros, sin hálito y sin peso, que pueblan el silencio. Se apoderan, por sorpresa, de un mundo prohibido cuyos límites y poder ignora, y sobre todo le impedirá, una vez tomado, perecer; los seres que lo componen, como los peces, prefieren la muerte a la pérdida de su reino.
Rondando por cada sombra perpetuada, indefinidamente, el poeta desgarra una cortina de raso, párpado del secreto.

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Nada más compuesta, la frase muere. Las palabras le sobreviven.

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Marchar en carne viva hasta el hombre.

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Memoria de las palabras. Las palabras desmontan la memoria.

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El hombre siempre es salvado por un milagro.



Edmod Jabés, de El umbral La arena

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